XXV. Ya hay que despertar

233 9 48
                                    

Notas: La canción de este cap es Tercera Noche de Kenia Os, sugerida por una lectora <33 Disfrútenla!!

-

Anoche soñé con el Paulo. No sé cuántas horas de la noche se me fueron en ese sueño, pero se sintió tan real, como si estuviera viviendo en serio todo lo que pasó ahí. Sentí texturas, sentí olores, sabores, vi gestos, sonrisas, gente que no existe y que solo puede existir ahí, en mis sueños. No sé si me estoy volviendo loco en realidad, capaz po, hueón, han sido semanas pa la callampa, pero sabí, ese sueño, ese único sueño, ha sido como un bálsamo, como la única hueá buena en la mierda que se ha convertido mi vida desde que tomé la decisión de dejar a mi pololo. Ojalá pudiera soñar todos los días lo que soñé anoche, pero no fue hasta que pasó lo que pasó con el Bruno que mi cabeza recreó las cosas que tantas veces me inventé pa calmar un poco esta existencia de mierda. Y en esos momentos hueón, en ese mundo de mentira, ahí yo fui feliz.

Me acuerdo de todo. De todo, hueón, de todo, te juro, como si hubiese abierto los ojos y todo se proyectara al techo como una película. Era de tarde, no sé qué tan tarde, pero todavía había sol, yo me daba cuenta de eso porque cuando entraba al departamento que no era este, que era más chico, las cortinas no estaban corridas y el sol se alcanzaba a meter por entre las ventanas. Pero sé que no era temprano, estoy seguro de esa hueá. ¿Como cuando en los sueños sabí no más las cosas, aunque nadie las diga así, expresamente? Así lo sabía yo. Yo sabía que era un departamento al que estaba entrando, sabía que era de tarde y sabía que era mío. Abría con una llave y cuando me metía adentro todo era silencio, pero por alguna razón yo tenía la sensación de que estaba entrando a algo conocido, de que no me iba a pasar nada malo si seguía avanzando. Quería ir más allá igual, quería estar ahí.

Pasaba por un pasillo que parecía no tener fin, aunque después cachaba que el departamento al que yo llegaba no era grande. Ahora que lo pienso bien, era como cuando caminaba por el departamento nuevo que se había comprado el Paulo, por el camino hacia su pieza, pero yo no llegaba a ninguna pieza al final y cuando salía de esa oscuridad que recorría ese pasillo me encontraba con la escena más familiar que podría haber deseado en mi vida: un living bien iluminado, un comedor al lado, limpio y una cocina americana detrás de la que estaba el amor de mi vida.

Al menos en sueños lo pude ver. Al menos en sueños pude escuchar su voz y contemplar su sonrisa.

El Paulo me recibía con esa cara bonita que siempre ha tenido para mí y se veía tan contento, tan ajeno a todas las hueás rancias y pencas que nos pasan aquí, en el mundo real, y dejó lo que estaba haciendo, que estaba picando unas verduras y se acercó a mí y me dio un beso, un piquito como un saludo, de la misma manera que solíamos saludarnos los días que tuvimos la suerte de compartir nuestra vida entre cuatro paredes, como si fuésemos una pareja normal y, sabí, en mi sueño lo éramos. En mi sueño lo éramos por fin.

Pero yo no entendía bien eso. Lo entiendo ahora, pero no ahí y le pregunté, como pensando qué onda, que qué estaba haciendo ahí, imaginándome que debería estar en Italia, no sé, pero no sé en qué país estábamos, tal vez ni siquiera estábamos en un país conocido, tal vez ni siquiera estábamos en la Tierra, en un de esas vivíamos en Saturno. De hecho, se podía ver por la ventana el arco de la avenida que queda cerca de mi casa, ese que se ve desde la pieza que compartimos el Paulo y yo cuando nos quedamos juntos aquí. El Paulo tendría que haber estado jugando en la Juve y yo, hueón, sin cachar nada, ¿y tú? ¿qué estai haciendo aquí? Pregunté, como hueón. El Paulo frunció el ceño, pero no quitó su sonrisa de la cara. Se devolvió a la cocina, de hecho y recién ahí me di cuenta de que estaba vestido de otra forma, no de la forma en la que yo estoy acostumbrado a verlo: unos jeans muy simples, un polera negra, zapatillas negras también, demasiado desgastadas. Nada de ropa de diseñador, ¿cachai? Nada de lujos. ¿Por qué? Me pregunté. ¿Por qué no estái usando un reloj caro en tu muñeca? ¿Por qué no llevai zapatillas de marca? Lo quedé mirando, sin comprender.

A Primera Vista | Paulo Dybala & Ángelo SagalWhere stories live. Discover now