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Ya había pasado más o menos un mes desde que Emma había visto por última vez al rubio. Había cambiado de asiento, uno exactamente en la otra punta del parque. Con el tiempo, iba olvidándose de él y se sentía más cómoda en su nuevo lugar. Si bien se le complicaba estudiar o leer por estar al lado de los juegos de niños, se las apañaba con bastante paciencia.

No había visto al rubio durante ese mes, y cada vez le preocupaba menos y más. Por supuesto, la intriga y el misterio de la desaparición la carcomían por dentro. Pero también había seguido adelante con su vida, ni siquiera le había comentado de él a Bridgit. Eso era bastante decir, teniendo en cuenta cuan cercanas eran.

Pero ese viernes, justo antes de las vacaciones de invierno, dos días antes de irse a algún lugar para disfrutar dos semanas libres con su familia, él apareció. Ese día, Emma había ido sin Bobby. El pobre se había roto una pata bajando las escaleras caracol de su casa y tenía que repostar una semana. Si bien se lo llevarían con ellos, nada de paseos o esfuerzos innecesarios para el perro. 

Pero volviendo al tema principal, él había aparecido. Justo cuando Emma se olvidaba de él, había aparecido en la otra punta de la plaza, en la misma punta donde Emma había decidido quedarse. Pero esta vez no pasó corriendo, ni estaba con un equipo deportivo o cosas por el estilo. En realidad, estaba saliendo de una cafetería, la que Emma solía visitar. Pero no salía solo.

Emma estaba con la vista concentrada en su libro. Esta vez era El dador de Lois Lowry. El primer libro de una tetralogía que tenía a Emma como zombie por las noches, sin despegar un ojo de las páginas. Había empezado a sentir frío y sed, por lo que ir a su cafatería favorita era la mejor opción, teniendo en cuenta que estaba en la calle de enfrente a donde ella estaba sentada. Todo marchaba bien. Libro adentro del bolso, dinero mano y Emma sacudiéndose el polvo.

Pero cuando levantó la vista para dirigirse a su lugar en el mundo (por lo menos pensaba que iba a serlo en ese momento) se encontró con algo que la dejó parada, en un estado de shock. Respiraba y pestañeaba porque era lo más normal del mundo, pero más allá de eso, se había quedado inmóvil.

Su rubio salía de su cafetería preferida. Unos jeans negros ajustados, zapatillas y una remera azul oscuro con un estampado era lo que usaba. Se retiró del local del brazo con una hermosa pelirroja y una sonrisa en los labios. Esa sonrisa le transmitía tanta paz como dolor. Es decir, le encantaba verlo sonreír. Era placentero. Pero le dolía saber que ella no era la razón de su sonrisa. Tan cliché como sonaba, así era.

Se estaban dirigiendo al parque, pero Emma no podía hacer otra cosa que mover la cabeza para seguirlos con la mirada. En un determinado momento, él lanzó una carcajada y ella sonrió al conocer el sonido de su risa. Era algo un poco triste de ver, pero Emma estaba feliz de que él estuviera bien. Todas sus preocupaciones se esfumaron, dejando ver a un ojiceleste sano y salvo, y encima, feliz.

La colorada besó cariñosamente la mejilla del rubio y se fue por otra calle, mientras él parecía adentrarse al parque. Entonces Emma entendió lo que había visto. No importaba que no se hubieran besado en la boca, el rubio sin dudas estaba con otra chica.

Todas las esperanzas de Emma se habían ido a la mierda, nada cambiaría ahora. ¿Qué sentido tendría siquiera preguntarle su nombre? Seguramente él ya se había olvidado de sus cortos encuentros, los mismos que ella recordaba vívidamente todas las noches, por voluntad propia. Ahora Emma jamás sabría qué le había pasado. Aunque, pensándolo bien, quizá ni siquiera ke había pasado algo. Quizá había preferido este lado del parque para pasar las tardes con su novia. Seguramente era eso.

Así que no hizo más que sentarse en un banco que le daba la espalda al camino por el cual él venía y colgarse el bolso en un hombro. Subió las rodillas a la altura de su mentón y allí lo apoyó. Las lágrimas no tardaron en caer. Emma no las frenaba ni las limpiaba, pero tampoco hacía ningún ruido. Lloraba en silencio, como había aprendido cuando era pequeña. A menos a que le vieran la cara, no se darían cuenta que lloraba. Y como no llevaba maquillaje en los ojos, era más complicado aún. Y la cara podía vérsela cualquiera, no le importaba. Si al fin y al cabo, su rubio no la vería. Ella era invisible para él. Ya no le importaba quién la viera si no era él.

Alguien se sentó a su lado, pero Emma siguió con la mirada perdida en la nada. Esa persona puso una de sus manos sobre el brazo de Emma. 

—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó la voz correspondiente a la persona.

A Emma se le heló la sangre. Una voz de alguien joven, un chico de su edad, seguramente. No había muchos por estos lugares, gracias al hecho de estar al lado de los juegos de niños. Se puso rígida y él lo noto, apartando su mano pero sin irse. Ella podía imaginar quien era, pero de todas formas, no dio crédito a sus ojos cuando lo vio. Su rubio, sentado a su lado, con expresión preocupada. ¿Preocupada? No, tenía que ser curiosidad. Pero de todas maneras estaba ahí, le había hablado y le había preguntado en qué podía ayudar. Y eso para Emma valía incluso más que cualquier otra cosa. Antes de responder, le regaló la sonrisa más sincera que ella recordara haberle dado a alguien. 

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Como verán, los capítulos de a poco se vuelven más largos, y sobre todo ahora. Espero que les esté gustando. Si creen que hay algo que no tiene sentido o que no les gusta o lo que sean, simplemente coméntenlo o mándenme un mensaje privado, ¿sí? Gracias por el apoyo, lo aprecio mucho. Las quiero.

PD: En multimedia, la pelijorra que estaba con él. Su nombre es Lexie.

Exquisito dolor ➳ l.hWhere stories live. Discover now