Lo miré atónito. ¿Acaso nos estaba pidiendo que pospusiéramos algo así como un enfrentamiento?

Entonces, oímos la voz quebrada y áspera de Bella.

—¿Por qué no? —preguntaba ella a alguien. —¿También vamos a tener secretos con Liz y Jacob? ¿Qué sentido tiene eso?

La voz de nuestra amiga no sonaba tal y como igual esperábamos. No se parecía al tintineo de campanas que suponían las demás voces de los Cullen —así las describía Lizzie de vez en cuando—. Quizás los neonatos tenían tonos más gruesos.

Los ojos entornados de Carlisle se tensaron.

—Entrad, por favor. —pidió Bella con estridente.

Entrecerré los ojos, y Lizzie se mordió el labio.

—Lo siento, Carlisle. —se disculpó, mientras lo sorteaba para entrar.

La seguí, mirando por encima del hombro. Era difícil darle la espalda a uno de ellos, pues iba en contra de mis instintos. Si había alguien que parecía fiable, era el patriarca de los Cullen. Lizzie confiaba en él.

Entramos de soslayo en la casa, yo con la espada pegada a la pared y Lizzie algo más humana que yo. Recorrí la estancia con la mirada y no la reconocí. La última vez que habíamos estado allí era el escenario de una fiesta. Ahora todo estaba de un blanco apagado, roto, lo cual incluía al grupo de seis vampiros que se agrupaban en torno al sofá blanco. Allí estaban todos juntos, pero eso no fue lo que me heló la sangre en las venas e hizo que abriera la mandíbula más de lo normal, al igual que hizo que Lizzie se pusiera rígida.

Era Edward. Él y su expresión facial.

Lo habíamos visto enfadado. También arrogante, y en una ocasión con el semblante transido de dolor. Pero aquellas facciones estaban más allá de la agonía. Estaba medio desquiciado.

Ni siquiera alzó los ojos para mirarnos. Mantenía la mirada fija en el sofá contiguo, con una expresión que hacía creer que alguien le había prendido fuego. Y, no apartaba las manos del asiento, como si estuvieran encajadas.

Ni siquiera tuve ocasión de analizar más su expresión, pues sólo había una cosa capaz de ponerle en semejante estado, algo que yo entendía por la imprimación. Por eso, seguí la dirección de su mirada. La vi en cuanto percibí su olor. Un nítido y claro olor humano.

Bella se hallaba semioculta tras el brazo del sofá, aovillada de forma flácida, en posición fetal. Durante un segundo, únicamente fui capaz de ver que ella seguía siendo nuestra mejor amiga: la piel mantenía ese suave tono melocotón, y las pupilas de los ojos conservaban su color chocolate. Entonces, la observé de verdad.

Tenía unas enormes ojeras debajo de unos ojos saltones, causado por lo chupado del rostro. ¿Estaba más delgada? La piel parecía tirante, como si los pómulos se fueran a rasgar de un momento a otro. Había recogido en un revuelto moño su pelo oscuro y solo tenía pegados a la frente y el cuello unos pocos mechones, de aspecto claramente descuidado. El ademán desmayado de los dedos y las muñecas le daba un aspecto tan frágil que daba miedo.

Estaba enferma. Muy enferma.

No había sido una trola. La historia que Charlie les había contado a Billy y a Frank era cierta. Los ojos no se me salieron de las cuencas por pura suerte, y mientras la miraba, su tez adquirió una tonalidad verdosa. A mi lado, Lizzie jadeó por lo bajo, mientras se mantenía tiesa como un palo.

SoulMate ↯ Jacob Black ✓Where stories live. Discover now