Capítulo 29

134 29 0
                                    


El señor Luciano no espera demasiado. La mañana siguiente a nuestra conversación llama a nuestra puerta y le pide permiso a la señora Fanucci para pasear conmigo. Mi madre, que quiere sacar partido a la presencia de mi hermano en casa, aprovecha para decir:

—Es al primogénito Fanucci a quien debe pedirle permiso, señor. Al fin y al cabo, es el hombre de la casa...

Mi madre, que parece haber perdido cualquier esperanza de que mi hermano contraiga matrimonio, parece preparada para asumir que quizá la única responsabilidad que Luca sea capaz de gestionar sea la de ser la cabeza de familia. Pero yo creo que tal tarea le viene grande.

—Pasadlo bien – se limita a decir.

Avergonzada y sonrojada, le pide disculpas al señor Luciano y después me hace llamar. Cuando nos marchemos irá en busca de mi hermano y le pedirá explicaciones. De porqué es tan maleducado, de porqué ha despachado de esa forma al señor Luciano, y sobre todo, de porqué huele a canal.

El señor Luciano me saluda amablemente y luego caminamos junto al canal hasta llegar a la calle. A partir de ahí, nos encaminamos hacia el canal grande, que tiene las mejores vistas y las mejores tiendas.

El señor Luciano es muy hablador, lo que es francamente un alivio. Yo no soy una gran conversadora, y voy perdiendo ganas e intención cuanto menor es mi interés por la persona con la que hablo. Nos observan, curiosos, y cuando pasan por nuestro lado murmullan en voz baja. Dentro de poco nuestros nombres estarán dentro de ese bombo en el que están todos los chicos en edad de casarse de la ciudad.

—He escuchado que el Zorro Nocturno ha escapado del convento.

—Yo también.

—El cardenal confió demasiado en sí mismo. Cualquiera puede escaparse de un convento, si hubiera estado en prisión...

No digo nada. No me importa la opinión del señor Luciano, y no voy a gastar un solo minuto de mi tiempo en luchar por cambiarla. Así que asiento, le doy la razón, y continúo caminando. Me lo tomo como esas horribles clases de ganchillo que tenía cuando era niña. Dejaba que el tiempo pasara, y cuando mi profesor me daba alguna indicación que corregir, yo asentía sin prestar un mínimo de atención.

Cuando llegamos a la plaza de San Pietro nos unimos a los espectadores que lanzan monedas a un sombrero. Los artistas entretienen a la gente haciendo trucos de magia, bailando, tocando instrumentos y vendiendo especias "exóticas" que traen de países "lejanos", ocultos detrás de sus máscaras de carnaval y dispuestos sobre mantas en medio de la calle. Normalmente todas esas telas, esos condimentos y esas baratijas están fabricadas aquí, en la misma Venecia. En algún sótano maloliente. Pero siempre hay algún bobo e inocente que pica y compra algo que cree que proviene del nuevo mundo y que vale una fortuna.

—¿No es curioso?

El señor Luciano parece de ese tipo de hombre instruido que caería inocentemente en el juego pícaro de un vendedor más inteligente que él. Suele pasarle a la gente rica. Nunca creen que un pobre pueda ser más listo. Mientras señala un mono tallado en madera que asegura provenir de las selvas de Suramérica, yo paseo la vista por toda la plaza hasta topar con un rostro que me es conocido. Es Mattia, que me observa sentado en el borde de una gran fuente.

—En seguida vuelvo.

Está tan inmerso en ese mono de ojos huecos que ni siquiera me escucha. Cuando me abro paso y consigo llegar hasta Mattia, este se mete una almendra en la boca. Tiene una bolsita llena que reposa junto a él.

—¿Quién es ese?

—Es Alesso Luciano.

—Ah. No sabía que pasearas con hombres.

—No es por elección propia.

Mira más allá, con el ceño fruncido, como si le molestara posar sus ojos sobre mí. Luego se come otra almendra.

—Es un bonito día. Hace sol. Deberías seguir disfrutando de tu paseo. Ahora... - hace un gesto con la mano -. Puedes irte.

—¿Perdona?

—¿Qué pasa?

—¿Te crees que soy un perro al que puedas mandar a una esquina cuando te aburras de él?

Sonríe.

—Mi madre quiere que pasee con el señor Luciano, y sabes que si no obedezco, me enviará a Génova.

—E irte de Venecia es lo peor que podría pasarte.

Mira por encima de mí.

—El señor Luciano te está buscando.

—¿Me estás echando?

—Estoy ocupado.

Señala la parroquia de San Pietro con la barbilla. Hay dos guardias en la puerta, así que probablemente el cardenal esté dentro.

—Ocúpate de tu estúpida venganza. Es lo único que te importa.

Y empujándole al pasar por su lado, se cae dentro de la fuente. Todas las almendras salen a la superficie y flotan a su alrededor, mientras él chapotea y los espectadores de su alrededor se ríen por lo bajo.

—¿Va todo bien? – dice el señor Luciano cuando vuelvo.

Respiro profundamente y sonrío.

—Todo va bien.

SiennaWhere stories live. Discover now