Capítulo tres.

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— No lo entiendo. Yo estaba ahí —. Dijo señalando la pantalla que mostraba las grabaciones de seguridad, en las cuales no pasaba nada fuera de lo normal, mucho menos nadie con la descripción que había dado.

Cabello oscuro, una mezcla entre ondas y mechones lisos se hacían presentes en su pelo, el cual le llegaba casi por las cejas. Aquellos ojos, claros y brillantes como la cianita, esta vez con una sensación llena de frialdad en ellos, los recordaba algo pequeños y finos, aunque lo suficientemente abiertos para ponerla nerviosa. Portaba consigo unas facciones marcadas y afiladas, que incluso podrían llegar a intimidarla si la ocasión lo requiriera.

— Me da igual, no estás para trabajar. Te vas a casa —. Sentencia el más alto de aquella habitación, el señor Blythe —. Si es cierto lo que dices, haré que te escolten a casa. Tendrás guardias en tu puerta todo el tiempo.

— Pero, ¿y el trabajo?
— Te daré los informes todas las mañanas, ya te incorporas en un par de días.

No sabía qué pensar, otra vez, pero algo le decía que no todo iba bien, algo andaba mal.
— Llamaré a mi hermana para que se quede conmigo entonces.

El subdirector no hace más que asentir. Ambos salen de la habitación llena de pantallas y material de emergencia, no sin antes despedirse del empleado a cargo de la seguridad en el edificio, uno de los muchos que hay. En el camino hacia la oficina no hablan entre ellos, solo se escuchaba por los pasillos la voz del señor Blythe entre llamadas, organizando cómo proteger a Neera. De cómo salvarla del problema que estaba causando.

Debería dejar de molestarle . Pensaba la muchacha entre sus inseguridades, siendo estas ya costumbres que vivían con ella. Entre ellas estaba el constante sentimiento de que no merecía el cuidado de su superior.

La cabeza seguía trabajando en sus pensamientos y teorías con respecto a lo que había pasado. Llegaron a la oficina, las sillas seguían en el escritorio de Neera, donde se sientan a esperar a sus nuevos escoltas. El tiempo pasaba despacio, casi insoportable para Blythe, que se incorpora y caminaba por toda la oficina mientras tenía los brazos cruzados a la altura del pecho.

Los guardias llegaron pocos minutos más tarde, escoltando a la muchacha hasta un coche patrulla, en el cual la llevarían a su casa.

— Aprovecha para descansar. Que no se te olvide llamar a tu hermana

Como respuesta hacia Blythe la más baja solo llega a asentir, despidiéndose de su jefe con un suave movimiento de mano desde el asiento trasero del vehículo.

Miraba todo el interior del coche, un acabado negro en lo que creía que era cuero, o al menos, algo parecido. Se le hacía extraño ir en ese tipo de transporte, más que nada por lo que solía representar ir en el asiento en el que ella misma estaba.
Pasaban las calles a una velocidad moderada. Neera veía la ciudad pasar por la ventana, las luces parecían moverse en la dirección opuesta, viéndose como unas líneas casi neón.
Los policías hablaban entre ellos. Eran dos, altos y musculosos, obviamente intimidantes. Parecían estar tranquilos, animados, mantenían una conversación en la que las risas eran las dueñas de la situación. Parecían relajados.

No es hasta mitad de camino que decide contactar con su hermana mayor. Neera saca de su bolso el teléfono, buscando entre los contactos. Le toma por sorpresa cuando la pantalla se apaga, como si estuviera bloqueado. Intenta una y otra vez encender el aparato, pero este no da de sí.
Es en ese momento de frustración cuando una ligera bruma aparece en el interior del vehículo. Neera reconoce esa bruma, ese humo. Se asusta en un principio. Al girar la cabeza ve por tercera vez aquel rostro, aunque solo ve eso, un rostro.
También se encuentra una de las manos del hombre, la cual se acerca a la cara flotante para hacer un gesto de silencio. Luego la misma mano se posa encima del teléfono, haciendo que se encienda para dejar ver unas palabras en medio de la pantalla en negro:

No te quieren ayudar.

No la llames.

Mientras la joven lee se le escapa un ¿Por qué? casi inaudible, pero lo suficiente sonoro como para que la mano del muchacho pase de nuevo por la pantalla del teléfono móvil.

Él te lo dirá.

— ¿Él? ¿De quién se supone que hablas?

Uno de los policías se gira en ese momento para ver qué estaba pasando. De nuevo, Neera se encontraba sola en la parte de atrás del coche.
Un sentimiento de estupidez, de miedo, incluso el desespero recorre el cuerpo de la morena, haciendo que tarde en responder a la pregunta del agente, que casi no escucha.

— ¿Todo bien, señorita?

— Sí, señor. — Es notoria la mirada perdida y su semblante inquieto, pero si no han visto nada de lo que ella sí, la tomarían por loca.

Por su mente pasaban mil teorías de qué estaba pasando, del por qué de esa situación. ¿Me han drogado? ¿Me he vuelto loca de verdad? ¿Habré hecho algo que no debía?

Un dolor de cabeza se hace presente. Ya me encargaré luego, se dice. No sabe cuanto tiempo ha pasado en ese coche, pero ya se encuentran delante de su edificio. No estamos hablando de un edificio muy antiguo, pero tampoco es uno moderno recién reformado.

La gama de colores negra, blanca y marrón ayuda a subir las expectativas de las viviendas, de su calidad. Al momento de cruzar por el portal, uno de los policías se adelanta y asegura la zona mientras el otro se mantenía pendiente a Neera.

— ¿Va a ser así cada vez que entre a algún lado?

— No va a tener que salir de la vivienda, así que no, no será así. — Responde el agente que se encontraba más lejos mientras les hace una seña.

Ambos ingresan al rellano, caminando en línea recta hasta el ascensor siguiendo a la más baja. Los colores seguían la misma temática que el exterior. Eran visibles dos puertas, opuestas la una de la otra. Luego, los buzones, de un color verde oscuro, un tanto desigual para la estética del inmueble.

Una vez llegan a las puertas del ascensor, uno de los policías pulsa el botón de la máquina para 'llamarla', pero no sirve de nada.

— Tiene contraseña, espera. — Respondía la más baja de manera rápida, acercándose a paso apresurado para terminar colocándose delante del hombre. Levanta una pequeña placa plateada, una tapa que escondía unos botones con números en ellos. — La contraseña es la puerta de mi apartamento más el piso.

Y en menos de un minuto las puertas metálicas que se habían mantenido cerradas, se abren, dejando paso a los tres. Por costumbre presiona el botón con un siete en el medio. Al llegar al piso siete, las puertas vuelven a abrirse, dejándoles paso una vez más.

Neera busca en su bolso las llaves del apartamento mientras los policías revisan la planta. Empiezan a sonar las llaves en el bolso, su teléfono, el timbre, la televisión de alguno de sus vecinos a todo volumen, tanto que el dolor de cabeza aumenta y sus oídos comienzan a doler. Un dolor agudo, punzante, que casi parece aumentar con el paso de los segundos.

Los agentes corren hacia Neera para socorrerla. Mientras uno busca las llaves en el bolso, el otro la ayuda a sentarse en el suelo, acabando por recostarse segundos después.

— Señorita, ¿Qué pasa?

—¿No lo oyes? No paran, de verdad que no paran.

— ¿El qué no para?

Ahí es donde el miedo se apodera de ella. Un escalofrío sube por su cuerpo que deja el vello en punta allá por donde pasa, mientras que su mirada se mantiene fija en los orbes del oficial de ojos oscuros que la estaba ayudando.

— Samuel, ya puedes traerla. — Decía el otro agente desde la puerta de la vivienda.

— ¿Puede levantarse?

El policía llamado Samuel la miraba, no sabía si con preocupación o con pesadez, por lo que decide darle un intento a levantarse y caminar hasta su casa. Afortunadamente esto sale bien, y al par de minutos está dentro de su apartamento, apoyada en la encimera negra mientras toma un vaso de agua.

¿Me estoy volviendo loca?

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