—Ricardo debes esconderte, mi padre esta viendo en las habitaciones para saber si estamos todos durmiendo.

—Voy al baño —dijo levantándose y con intenciones de cumplir su palabra.

Pero era del todo una mala idea, allí sería dónde registraria primero mi papá.

—¡No! —comencé a morder mi labio inferior con nerviosismo y miré toda mi habitación, bueno todo lo que lograba ver con solo mi lámpara en forma de pecera alumbrando, miré todos mis osos de peluche tirados alrededor de mi cama y una idea se cruzó por mi cabeza—. Acuéstate en la cama boca abajo y tapate con las mantas hasta arriba de la cabeza —me obedeció al instante y yo comencé a poner los osos más grandes sobre su figura. Era una suerte su delgadez, ya que lograba disimular su presencia. Escuché los pasos de mi padre acercandose y apagué la lámpara antes de meterme bajo las mantas yo también posicionando parte de mi cuerpo sobre el de Rick, es decir mis casi inexistentes pechos prácticamente sobre su cabeza y uno de mis brazos pasando sobre el oso que estaba sobre él, a modo que pareciera que estaba abrazando al animal de felpa y no a un adolecente que se había metido a mi casa a mitad de la noche.

La puerta se abrió y cerré mis ojos de inmediato fingiendo estar dormida, la luz del pasillo se filtró en la habitación, la sentía aún con los parpados cerrados. Escuché los lentos pasos de mi padre mientras examinaba mi cuarto, caminó hacia el baño y yo giré mi cabeza levemente entreabriendo mis ojos, él tenía sus ojos puestos en el cuarto de baño, encendió la luz y entró, unos segundos pasaron antes de que saliera y yo tuviera que volver a mi posición de aparente sueño profundo, hasta agregué unos ronquidos leves para que fuera más creíble. Cuando salió de la habitación dejé salir el aire retenido por los nervios de lo vivido y me levanté de encima de Rick.

—Wow —dije en voz baja llevando una mano al lado izquierdo de mi pecho y con la otra encendí la lámpara nuevamente.

Rick se removió en su lugar haciendo que los osos cayeran al suelo y salió de entre las mantas riendo sin emitir mucho sonido— Eso fue genial —murmuró entre risas.

—Oh, me alegro que el estar cerca de ser asesinado por un hombre de cuarenta y ocho años te haga feliz —masculle entre dientes con sarcasmo evidente.

—Pero me salve, es lo que cuenta y ya que estamos tan cómodos aquí podríamos aprovechar —comentó con picardía poniéndose encima de mí.

—Si ¿Verdad? —contesté con una sonrisa seductora, él me dedicó una sonrisa triunfante mientras comenzaba a acercarse a mí— podríamos aprovechar para que me digas qué rayos haces en mi casa a media noche entrando como un delincuente —hablé con dureza a la vez que intentaba sacarlo de mi espacio personal. Mierda. La idea era hacerlo a un lado después de eso pero no había tomado en cuenta su fuerza.

—Pues pasaba por aquí —comenzó a relatar su obvia mentira apoyando sus codos a ambos lados de mi rostro y tomando mechones de mi cabello para jugar con ellos mientras hablaba—, y decidí visitar a mi chica Becky —terminó y yo me puse a pensar que podía haberse esforzado un poco más con esa pobre excusa.

—¿Qué haces aquí Ricardo? —dije ya sin paciencia, aún removiéndome debajo de él pero no se inmutaba siquiera.

—Rick —contradijo con voz cansina, rodando los ojos— ¿La verdad? —preguntó alzando ambas cejas.

—Y sí, no voy a querer otra mentira —ironice esa vez rodando los ojos yo.

—Quería hacerme el romántico, entrar en tu habitación en forma clandestina y sorprenderte con mi actitud de chico malo —confesó y extrañamente lo sentí sincero.

—Es una molestia muy innecesaria que se toma un chico al que ya no le intereso —señalé con burla.

—Si me interesas Rebecca, no sabes cuantas ganas tengo de acostarme contigo, pero estoy intentándolo todo desde el desinteresado, hasta el romántico y el insistente, pero nada funciona contigo ¿Qué es lo que te sucede? —dijo con un deje de enojo en su tono de voz, frunciendo el entrecejo.

—¿No se te ha pasado por la cabeza que no eres mi tipo? —pregunté alzando una de mis cejas.

—Yo soy el tipo de todas —declaró con seguridad.

—No el mío —lo contradije.

—¿Cómo sabes si no me has probado? —antes de que pudiera responder él bajó su rostro hasta el mío y me besó.

Movio sus labios y los puso de distintas formas pero nada sucedió, ni una pizca de química ni conexión. Se separó de mí con su ceño fruncido acrecentado y suspiró con frustración antes de salir de encima de mí y recostarse a mi lado— Esto es extraño, yo en serio creía que sería más ¿caliente? —susurró en un tono entre decepcionado y confundido.

—No, no es extraño —comenté con desdén— lo que pasa es que te tomaste el tema de mi virginidad como un reto que cumplir pero no me deseas de verdad, ni siquiera te gusto, a ti te gustan más las morenas, creo que has estado con la mayoría de las chicas morenas del instituto —voltee mi rostro sonriendo levemente— yo soy muy fea y blanca como un papel para ti —bromee al final haciendo que riera mientras me miraba.

—Lo se —afirmó para luego lanzar un suspiro pero sin perder la sonrisa.

—Podemos ser amigos —sugerí extendiendo una mano en su dirección.

—Yo no tengo amigas mujeres —murmuró ignorando mi mano por lo que volví a ponerla a un lado de mi cuerpo.

—Yo soy prácticamente un hombre ya que no tengo pechos —dije señalando el lugar indicado por mis palabras y él volvió a reír.

—No son tan pequeños —comentó poniéndo una de sus manos sobre uno de mis pechos, abrí los ojos con sorpresa y no tardé en golpear su mano haciéndo que la sacara de inmediato.

—No te aproveches —amenace con los ojos entrecerrados, aunque sabía que no lo intimidaba ni un poco.

—Solo estaba comprobando mi comentario y es verdad, no son tan pequeños, son normales —dijo con calma.

—Claro, normales para una chica de doce años —bufe rodando mis ojos.

—Son lindas —volvió a defender mi atributo menos favorable.

—¿Podemos dejar de hablar de mis pechos? —pregunté con el ceño fruncido.

Él asintió con una sonrisa

—Está bien, y ¿Leíste la nueva noticia?

Es entonces cuando recordé mi enojo por la nueva noticia del blog y mi mirada se oscurecio de solo pensar en el maldito Mike Gordon.

—¿Sabes qué pienso? —preguntó.

—¿Qué? —respondí mirándolo.

—Que hay que darle algo de qué hablar —opinó sonriendo con malicia.

—¿Qué tienes en mente? —pregunté interesada.

La chica virgen (LCV Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora