Capítulo 27

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La verdad en una risa

El fluorescente en el techo brillaba con potencia, pero Jude imaginaba que recién lo habrían colocado, ya que había zumbado tres veces en los minutos que llevaba en la sala; parecía averiado. Esa luz la enceguecía, pero cubrir su rostro con el antebrazo la distraía del dolor que sentía cada vez que la enfermera estiraba su pierna y luego la flexionaba. Eran como cinceles martillando su fémur. Pero quería darse el valor, incluso si debía centrarse en la mosca que volaba cerca de su oreja, en el cabello que hacía cosquillas su párpado, o en la comezón que fastidiaba la base de su cuello, pero no podía aliviar con facilidad debido a su chompa de cuello de tortuga, la capucha de su chaqueta y su chalina enroscada en toda la zona con la molestia.

—Lo haces muy bien, Jude. Casi terminamos —comentó la enfermera en un tono maternal.

—Quiero intentar ponerme de pie —dijo atropellando sus palabras.

—Todavía es una mala idea, Jude. Apenas soportas las flexiones con tus piernas en alto, cuando superes esto deberás...

—Por favor... —interrumpió con una voz quebrada—. Quiero caminar lo antes posible.

—Si sigues con tu tratamiento paso a paso pronto podrás ponerte de pie por tu cuenta y en menos tiempo, volverás a caminar, luego a correr y a...

—¿Pueden entrar mis padres un momento? —interrumpió una vez más—. Necesito decirles algo importante.

La enfermera contuvo un bufido, tensó un poco el gesto y suspiró antes de dejar con suavidad la pierna de la joven sobre la camilla en la que se hallaba.

—Claro —respondió la mujer.

La enfermera le dio la espalda a Jude para retirarse los guantes quirúrgicos y dejarlos sobre la bandeja a un lado en una mesa de metal. Apretó con más fuerza el nudo que sujetaba todo su cabello en una coleta, rascó su cien y se alejó yendo hacia la puerta de la sala. Al abrirla tan solo asomó su rostro fuera y dijo "Ya pueden ingresar". Tan pronto como se dio media vuelta dejando la puerta y los padres de su paciente a sus espaldas, Jude cayó de bruces sobre el suelo.

—¡Jude! —exclamó la enfermera corriendo a auxiliarla.

Los padres de la muchacha ingresaron también con violencia al escuchar el golpe y la voz de la mujer. A pesar de que solo se necesitaba a una persona para levantar a la joven por lo liviana que era, su madre también se arrodilló para ayudarla a levantarse.

—Te dije que aún no puedes ponerte de pie, tus piernas están muy débiles todavía —regañó la enfermera—. Necesitas construir músculo, uno fuerte que aguante tu peso, y para eso necesitas comer y ejercitarte como lo estamos haciendo. Después irás a la piscina, pero con calma, no puedes saltarte los pasos, podrías lesionarte, la rehabilitación se hará más larga y difícil si no escuchas y...

La enfermera siguió hablando mientras dejaban a Jude sentada sobre la camilla. Sus padres no quitaban su expresión de cejas fruncidas y labios apretados, miraban a su hija como si trataran de comprender en qué estaba pensando, por qué se estaba precipitando con su recuperación al volver a la universidad y cambiar de opinión de pronto sobre la rehabilitación. Mientras tanto, en la mente de Jude no ingresaba la llamada de atención, ni siquiera las recomendaciones para su pronta recuperación. Solo podía sentir el fracaso en su nariz roja por el golpe y en una lágrima que forzaba a no brotar de su ojo derecho. Estar enferma en cama solo era divertido si Riley se quedaba más tiempo a su lado, pero si ello lo perjudicaba, entonces prefería curarse para acompañarlo a donde él fuera. Sin embargo, en el fondo sabía que su verdadera recuperación no llegaría cuando caminara si no cuando su propio reflejo fuera capaz de sonreírle, pero sumida en la oscuridad, esa imagen ni siquiera se asomaba.

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