—¿En serio? ¿Su mamá te dio sus medicinas? —sonrió mientras negaba con la cabeza llena de incredulidad—. Pues, ¿dónde están? Comparto varias clases con ella, así que yo puedo dárselas.

—Eh, no, lo siento. —Se encogió de hombros—. Jude no necesita la ayuda de otra persona enferma con el mismo mal que ella.

El semblante de ambas chicas cambió por completo. Jude se puso más pálida de lo que ya estaba y Ana dejó que cierta oscuridad se apoderara de su mirada, soltó con violencia la silla de Jude, le lanzó una mirada asesina a Riley y se alejó casi trotando de ambos. Lessin la observó marcharse con cierta tristeza y miedo, sabía que no le esperaba nada bueno para sus próximos encuentros y, aun así, lo que más le dolía era que Riley hubiera admitido con tanto desprecio que ella padecía de anorexia. Siempre había sido consciente de ello, pero no fue hasta ese momento que lo dijo directamente. La veía como a una enferma.

—Jude... —Riley se agachó a su altura para verla a los ojos, ella estaba a punto de lagrimear—. Sin importar lo que ella te haya dicho, no dejes de avanzar como hasta ahora.

—¿En verdad mi mamá te dijo qué pastillas debo tomar? —Mordió su labio inferior para evitar romper en llanto.

—No —rio—, claro que no, pecocita. —Reubicó detrás de la oreja de Jude uno de sus mechones pelirrojos que se había desordenado.

—Lo siento mucho... —Cubrió su boca para ejercer presión en algún lugar de su rostro y así evitar que sus lágrimas corrieran, pero fue en vano, sentía tanta vergüenza ante el chico que le gustaba, que se echó a llorar sin vuelta atrás.

Riley se inclinó para abrazarla sobre sus hombros, ya que su cuerpo era tan delgado que cualquiera hubiera creído que se quebraría con el más mínimo roce. Pegó su frente a la de ella y sonrió con los ojos cerrados.

—Está bien, esto es parte del camino... —susurró grave solo para ella—. Un día estarás orgullosa de lo que decides ahora.

La joven presintió que Riley le decía aquellas palabras por la razón equivocada, pues todo lo que había en su corazón era pena por sí misma porque a partir de ese momento ella sería consciente de que todo aquello que lo moviera a hacer algo para ayudarla era lástima. Para él ella era una niña enferma que necesitaba ayuda, mientras que, para ella, él era la única razón por la que quería estar sana algún día. Y eso le dolía.

***

Ya por la tarde, pero varias horas antes del turno que los muchachos tenían en Mex, Riley y Josua acudieron a su práctica de fútbol como era habitual. "Ahora que Jude ha vuelto a clases, no tienes que seguir yendo a su casa y puedes quedarte en el equipo en lugar de buscar a sus profesores", le había dicho Jos bastante optimista. De pronto Riley había sonreído bajo sus oscuras ojeras.

Harley llevaba ya varios días esperando a que Riley apareciera en la loza deportiva en la que el equipo habituaba practicar; cuando lo vio esa tarde casi se sorprendió. No había muchos alumnos en las gradas, solo un par de porristas sin el uniforme platicando con sus agudas voces, al menos tres muchachos de primer ciclo con sus cuadernos abiertos y hojas sueltas hablando de sus trabajos finales, uno que otro alumno o profesor caminando de prisa o muy lento en los alrededores, Melissa estaba sentada en la primera grada y lejos de ella, una muchacha unos años mayor que Harley y sus amigos. Esta llevaba el cabello muy largo, tal vez hasta la cintura, y tenía las puntas teñidas de verde; además, lucía un abrigo gris que Harley podía jurar haber visto en alguna revista de moda o algún afiche en las calles. No parecía otra estudiante más. Al llegar Josua y Riley al pie de las gradas, aquel se acercó a la chica de cabello verde y este se quedó con Melissa un momento. Cualquiera hubiera podido suponer que Harley no tenía el menor interés en ninguna de estas dos parejas por la expresión de indiferencia que adornaba su faz. Pero, en realidad, no les quitaba la mirada de encima.

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