17. Una alianza de sangre.

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Ledo estaba tan acostumbrado a que la gente solo se le acercara para pedirle favores o para ofrecerle trabajos, porque era bien sabido que era de los mejores contrabandistas que había, que le sorprendió encontrar a aquella muchacha y que ella no p...

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Ledo estaba tan acostumbrado a que la gente solo se le acercara para pedirle favores o para ofrecerle trabajos, porque era bien sabido que era de los mejores contrabandistas que había, que le sorprendió encontrar a aquella muchacha y que ella no pidiera más que una soledad que Ledo temía.

A Ledo no había nada que le aterrara más que la soledad, la idea de pasar solo el resto de su vida, esa sensación de vacío que termina carcomiendo hasta el alma, era más peligrosa para Ledo que la muerte en sí. Así que de inmediato se sintió intrigado por aquella muchacha con lágrimas en los ojos y labios temblorosos.

Se alejó porque se lo había pedido, pero, a medida que daba varios pasos, no podía dejar de ver su atormentado rostro en sus pensamientos. Uno: porque era un rostro inusual y bello, y como todo vampiro a Ledo le atraían estas cualidades de sobremanera. Dos: porque tras esa dura coraza fracturada, Ledo vio a una chica asustada.

Se giró para buscarla, pero la muchacha ya se había perdido entre el gentío. Giró sobre sus pies, tratando de visualizarla, y, gracias a su buena altura, la encontró alejándose con velocidad por la zona oeste del mercado. Ledo quiso ir tras ella de inmediato antes de que fuera demasiado tarde y se perdiera entre el tumulto, pero alguien se interpuso en su camino.

—Oye, te estaba buscando, amigo. —Ledo hizo una mueca. Por mucho que odiara reconocerlo, él no tenía amigos y la gente solo hablaba con él por conveniencia—. ¿Cómo estás?

—De puta maravilla —respondió entre dientes el vampiro. Usualmente, las charlas de relleno, en la que le decían que hace mucho no lo veían y le preguntaban cómo estaba, era algo que Ledo disfrutaba, el único momento en el que lograba engañarse para no sentirse tan solo. Pero ahora no tenía tiempo ni ganas de charlar con alguien que definitivamente no estaba interesado en su vida—. ¿Qué es lo que quieres, Carl?

—Ya sabes, tu especialidad.

Polvo áureo.

Ledo conseguía este adictivo polvo con una facilidad sorprendente debido a la alianza que tenía con un par de nefilim, los cuales creían que si consumían la sangre de Ledo, envejecerían más lento. El vampiro no sabía si ésta era una hipótesis acertada, pero la alianza le parecía preciada y una buena forma de ganarse varias monedas de oro.

—Lo siento, por el momento no tengo —se disculpó y luego frunció el ceño—. Pero, joder, te di una ración hace menos de tres días.

Ledo notó los temblores de Carl, la ligera capa de sudor que cubría su rostro, y el aspecto tan desarreglado que portaba. Definitivamente el consumo de polvo áureo comenzaba a afectarlo.

—Lo tuve que compartir y se me acabó más rápido de la cuenta —respondió y Ledo no supo si creerle. Carl se había vuelto uno de sus clientes más frecuentes y su creciente adicción comenzaba a hacerse evidente—. Tienes que conseguirme un poco —suplicó, aferrado a la capa púrpura de Ledo.

La dinastía ElvishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora