Capítulo 6 - Oh, Canadá

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Al salir del aeropuerto y coger un taxi, no puedo evitar pensar en la cantidad de kilómetros que me separan de todo lo que he considerado alguna vez mi hogar. Por enésima vez vuelve a mi mente la imagen de qué estará haciendo mi madre ahora, sin saber qué es de mí.

Alice le ofrece unas parcas direcciones al conductor. Seguramente nos toque andar un buen trecho desde donde nos deje hasta la Institución Eneas. El camino tiene pinta de que va a ser especialmente largo y silencioso.

–        Nunca había venido por este camino – comenta al rato Alice.

Aquello nos pone en guardia a todos, pero el conductor sigue conduciendo, como si no entendiese el perfecto inglés de la mujer. Me sorprende la calma de ella cuando, de entre algún recoveco de su ropa, saca una pequeña pistola que, en sus manazas, parece de juguete.

–        Para el coche.

El taxista, obedientemente, apaga el motor y levanta las manos, sin una pizca de temblor en ellas. Sin pensarlo dos veces, Alice dispara a la cabeza. Muere al instante, con los ojos abiertos mirando al infinito y la cabeza colgando en una postura que sería tremendamente incómoda si la vida no se hubiese escapado ya de su cuerpo.

Cuando Alice se gira y empieza a apuntarnos a nosotras el tiempo parece detenerse.

Alice nos observa con unos ojos inyectados en sangre, sin prestar atención  a ese mechón de pelo rebelde que cae sobre su ojo izquierdo, tapándolo por completo.

–        Cómo odio que desbaraten mis planes...

Trago saliva, un tanto asustada, antes de atreverme a preguntar.

–        ¿Qué haces, Alice?

–        ¿No lo entiendes, Alex? Tengo que mataros – Suspira y cambia de postura, sin dejar de apuntarnos –. Sois unas buenas chicas, pero hay que deshacerse de esos monstruos. Si ese idiota no hubiese aparecido en nuestro camino para salvaros – golpea al inerte taxista en el hombro con la culata de la pistola –, cuando os dieseis cuenta de a dónde íbamos ya sería demasiado tarde.

Noto a Luna disminuir su respiración lentamente, intentando tranquilizarse. Cuando habla, su voz es suave y atrayente, una trampa muy dulce a la que es difícil resistirse.

–        Baja el arma, Alice. No vas a hacernos daño.

La risa de la mujer está impregnada de locura. Abre los ojos y empieza a contorsionarse, dejando fluir la burla que acumula dentro.

–        ¿De verdad creías que no estaría preparada a tus artimañas? –. Acerca la pistola a su mentón. Un disparo y estaría muerta.

–        ¡Déjala en paz! – me oigo decir.

Vuelve a reírse, con más fuerza aun.

–        No puedes hacerme nada, no eres más que una inútil – Se gira hacia mí, pero no deja de apuntar a Luna –. Pobre Alex, la inútil y débil Alex. No ibas a durar ni un día en manos de ellos, no sirves ni para que experimenten contigo.

Tiemblo, no de miedo, sino de ira. Miro a esa mujer, con el corazón lleno de rabia, y no puedo evitar pensar en lo mucho que deseo matarla, ahogarla con mis propias manos.

En ese instante siento a Yokai muy cerca de mí, como si fuésemos uno solo. Está llamando a las puertas de mi mente, tocando palancas y botones, engrasando partes de una máquina olvidada. Lo noto recorrer cada recoveco de mi cuerpo, de nuestro cuerpo, y me siento maravillosamente bien. Le dejo hacer, sumiéndome en un profundo letargo.

Siento cómo me desprendo de algo muy pesado; me vuelvo liviana, me vuelvo etérea.

–        ¡Alex, para!

Tardo en reconocer la voz de Luna, llena de inquietud, llamándome. Suena lejana, pasada por algún tipo de filtro, pero surte efecto y empiezo a volver poco a poco a mi cuerpo. Al abrir los ojos, ya no me siento como un espectro etéreo, vuelvo a ser algo pesado y pequeño.

Enfrente de mí, Alice yace inconsciente. Ha caído desmayada entre Luna y yo.

–        ¿Qué ha pasado?

–        ¿No te acuerdas?

–        N... no.

Me aparta la mirada y sale del coche. Tardo en imitarla, mirando atentamente el cuerpo de nuestra enemiga. Un fino hilo de sangre sale de la comisura de sus labios, dejando una mancha, que va creciendo por momentos,en la tapicería del taxi.

–        Tenemos que salir de aquí –. Asiento a mi amiga, todavía un tanto amodorrada.

Estamos en medio de la nada, congeladas de frío y perdidas en un país desconocido. No nos atrevemos a adentrarnos en el bosque que crece salvaje a nuestro alrededor, así que caminamos por la vacía carretera, esperando alguna luz, alguna señal, que nos indique la presencia de un ser humano.

–        ¿Qué ha pasado, Luna? –. Rompo el silencio finalmente.

–        No lo sé muy bien, Alex... de repente se ha puesto roja, como si le faltase aire y ha empezado a salir sangre de su boca.

–        Pero... ¿yo no lo he hecho, verdad?

Se para en seco y me atraviesa con la mirada. En sus ojos noto una pizca de temor y respeto.

–        Estabas totalmente quieta, mirándola fijamente. Era como si la estuvieses matando por dentro, Alex.

Un temblor recorre mi espina dorsal mientras intento recordar lo que acaba de pasar; soy incapaz de decir nada el resto del camino. Cuando finalmente vemos las luces de una gasolinera a lo lejos, no puedo evitar sentirme aliviada. Por lo menos así podré mantener mi cabeza ocupada.

Dentro,  a Luna no le resulta complicado hacer que el dependiente le deje su móvil. Rápidamente, marca el número de Leonard; una llamada que va a resultarle muy cara al pobre muchacho.

Suspiro y me alejo a hojear las revistas, dejando que ella se encargue de todo. Ignoro a mi acompañante, que mira distraídamente las portadas, rozando con sus dedos invisibles todo lo que le rodea, como si le molestase no poder sentirlo.

Intento estar tranquila, pero por dentro soy una marabunta de emociones. Me siento culpable porque casi mato a Alice, pero aún peor porque me sentía muy bien al hacerlo.

Outsiders (en español)Where stories live. Discover now