Caricias maritales.

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Sus labios estaban entreabiertos, recuperando el aire que la profundidad del agua le privó. Con una mano atrapó entre sus dedos el pelo que se ceñía ante su vista y abrió sus párpados para enfocar el camino que debía atravesar sin errores. Entornó su vista, con el brillo que el agua cristalizaba de la luz solar ondeando en el rojo de sus iris, y te encontró. Su ceño levemente fruncido a causa del sol de frente le dio la apariencia molesta que tanto carecía en estos días contigo, menos aún en este momento luego de su hábil nado en el mar; dejándolo satisfactoriamente fresco y enérgico. Entre sus largas pestañas se posaban los vestigios del agua salada en diminutas gotas, que su carácter inyectó sus ojos en sangre por el endeble y casi imperceptible ardor. Su pecho se infló ante la bocanada de aire que tomó y los restos de agua se deslizaron por su torso bronceado, adecuándose y tomando la forma de sus voluminosos pectorales y descendiendo como una caricia por las dunas de sus abdominales, pintiparándose al lecho fluvial de un valle rocoso.

Cuando descubrió sus caderas del oleaje, observaste sus shorts de malla negra adherirse al porte de su cuerpo, brillando ante la absorción del agua y arrugándose por cada movimiento de sus piernas. El elástico de la cintura estaba bajo y cedía la visualización a su marcada uve que principiaba el camino a su virilidad oculta y con el pigmento de su piel más blanquecino que su torso; en conjunto a la presencia del vello púbico que afloraba como un camino hasta su ombligo. El contorno fornido de sus piernas fue más tónico y sobresaliente al ejercer fuerza en sus músculos para caminar entre el agua, siendo más fácil cuando ésta pasó a estar a la altura de sus tobillos.

Paso a paso surcó la arena blanca que se impregnó en su piel mojada hasta que llegó a ti. Paró frente a tus pies y sacudió su cabeza, logrando que gotas de agua ya frías cayeran en tus piernas. Alzaste el mentón para ver su rostro, pasando detenidamente por su figura con un paso letárgico que él notó, hasta que llegaste a sus ojos, ceñidos por su entrecejo apaciblemente tenso. Te miró inquisitivo, curioso y con cierta diversión en sus ojos, y descansó ambas manos en sus caderas.

—¿Disfrutas la vista? —comentó, elevando con suavidad su comisura izquierda, por donde cayó una gota hasta la arena. Su respiración aún se encontraba medianamente agitada luego de su entretenimiento en el agua pero no logró afectar su voz.

Tragaste y, de repente, sentiste tu boca seca. Portando los lentes oscuros, era imposible que él pudiera saber que, desde que salió del arrullo de las olas costeras, te inmutaste a la insistente observación de su figura. Apretaste los labios en una mueca indiferente y llevaste tus ojos al horizonte, apartándolos de aquel hombre que tan enamorada te tenía. Te encogiste de hombros y respondiste:

—Sí, pero no te estaba observando a ti. —Tu tono salió en un decibel con una clara mentira que inútilmente buscaba indiferencia.

Oíste el silencio entre medio del golpe de las olas en los cantos de aquella hermosa playa, con voces lejanas y jocosos gritos de niños colados de por medio. Pero te viste obligada a volver a mirarlo cuando notaste de reojo que se acuclilló a tu lado, golpeándote su cálida presencia cuando la distancia entre los dos era altamente escasa. Su diestra tomó con fuerza tu mano izquierda —la que sujetaba el helado por el palillo— y, sin apartar su penetrante mirada de ti, la acercó a su boca, sacando su lengua para lamer con lentitud la piel de tu muñeca donde discurrían dos senderos de helado derretido, los cuales, hasta el momento, no habías notado. Su húmedo músculo se sintió blando y ardiente, creándote más de una corriente eléctrica que te paralizó. Su lamida ascendió hasta llegar al talón de tu mano y allí atrapó la zona con su boca, succionando con suavidad y atrevimiento cristalizado en su forma tan silenciosa de mirarte. Hasta que se apartó, relamió sus propios labios y habló con un tono bajo y profundo.

—No dije que lo hicieras, nena. —El fon de su voz ronca vibró gran parte de tu cuerpo.

Luego de una corta risa ronca que no salió más allá de sus labios e hizo vibrar su pecho, se dejó caer a tu lado, orientando su frente al claro oleaje igual que tú. Apoyó las palmas de sus manos por detrás de su espalda y tensó los bíceps para reclinar su torso hacia atrás.

𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎'𝐒 𝐔𝐍𝐈𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ‧₊˚✧| 𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐀𝐑𝐈𝐎𝐒Where stories live. Discover now