Estaba leyendo el mensaje de Dante que «confirmaba» que Dean la tiene grande cuando a una voz a mi espalda me sobresalta.

—Hola, Mine.

Salto en el sitio y pego un gritito, girándome para ver de frente a Dean. Tiene una genuina sonrisa en los labios y el cabello rubio retirado hacia atrás de forma sexy y salvaje.

—Lo siento, no quería asustarte —se disculpa mirándome con el ceño fruncido.

Pero tienen que saber disculparme. Hace menos de cinco minutos estábamos hablando del tamaño de su miembro.

—Hola —me obligo a decir, presionando el móvil contra mi pecho, sintiendo mis mejillas arder a causa de la vergüenza.

—¿Estás bien? —pregunta con precaución.

—Sí —respondo, asintiendo. El condenado móvil no deja de sonar con la llegada de nuevos mensajes.

—¿Quieres leer los mensajes? —lanza con una ceja enarcada.

—Pueden esperar —respondo—. ¿Qué tal te fue en el viaje? —pregunto para cambiar de tema.

Sí, a lo mejor se me ha olvidado mencionar que Dean había estado de viaje hace semana y media a no se que sitio porque nunca me entero de nada, por eso no lo he visto ni hemos entrenado juntos desde entonces.

—Agotador —contesta con un suspiro—, por suerte ya estoy de vuelta, así que cuando quieras podremos retomar nuestras lecciones.

—Y yo que me había hecho ilusiones de que se habían terminado —respondo con ironía.

—Pero si lo pasamos genial —repone con una sonrisa llena de burla. No me pasa por alto como sus ojos se clavan unos segundos en mis labios, haciendo que yo automáticamente me los humedezca.

Vuelvo a la realidad cuando una retalía de mensajes vibran. Murmuro una disculpa y miro la pantalla.

Dante ha cambiado el asunto al grupo: «Los 30 cm de Dean.»

Tienes 25 mensajes sin leer de: Los 30 cm de Dean.

«Oh, por todos los santos.»

—¿Seguro que estás bien? —insiste Dean.

—Sí, sí, es que... —balbuceo, mirándolo. ¿De verdad le irá ese rollo de los látigos?—. Es que estaba hablando con Dante de látigos...

«Oh, mierda.»

—¿De látigos? —inquiere, confuso.

—Ya sabes —murmuro, avergonzada—, de esos látigos que se usan...

—¿Estás...? —No puede terminar la frase ya que sus mejillas se ponen casi tan rojas como las mías al decirlo—. ¿Estás hablando de esos látigos? —inquiere pronunciando la palabra con retintín.

—Sí, de esos—respondo tras un incómodo carraspeo.

—¿Y quién quiere usarlos exactamente? —pregunta sin perder detalle de mi rostro.

—Pues, estábamos hablando, hum, de que los usaran con..., con nosotros.

Por Dios..., que la Tierra me trague de una maldita vez y no me suelte jamás. Nunca pensé que tendría esta clase de conversación con Dean.

—¿Y a ti eso te gustaría? ¿Te van ese tipo de cosas? —murmura con la mirada oscurecida.

Me salvo de responder, ya que su teléfono vibra con una llamada entrante. Se disculpa diciendo que tiene que atenderla, que es alguien importante. Suspiro cuando se aleja y vuelvo la atención a mi móvil:

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora