CAPÍTULO II

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En algún momento debido a su tristeza, Sarah no se fijó bien en las señales del camino y aquello sumado a la oscuridad de esa noche sin luna le llevó a pasarse un disco de pare, por lo que para evitar embestir con su imprudencia a un conductor que venía a velocidad por la vía transversal, tuvo que realizar una maniobra apresurada y peligrosa tratando de direccionar su auto a salvo, pero provocando que éste terminara dando vueltas de campana.

Fue así. Un accidente en medio de la noche y una chica solitaria que fue llevada a un hospital inconsciente, a la que por no llevar identificación física con ella en dicha ocasión (al salir apresurada), la policía tuvo que conseguir desbloquear su celular, no pudiendo contactarse con su familia hasta varias horas después.

Sarah no recordaba después de lo ocurrido más que el ruido de la sirena de la ambulancia y las luces enceguecedoras del hospital en tanto era conducida por los corredores en camilla. Luego se despertó sintiendo que había dado un salto en el tiempo. Aquel constituido por las horas en que permaneciera inconsciente.

Supo entonces que la intervinieron debido a algunas costillas rotas y para detener alguna hemorragia interna, sin embargo no le interesó ahondar sobre el asunto... Amargada, triste y avergonzada como se sentía. Las consecuencias emocionales que le habían dejado su incontrolable enojo e impulsividad. Esto mientras intuía que a esas alturas su madrastra se regocijaba de ver su mala suerte y su padre se sentía decepcionado de ella.

Comprendió de tal forma mejor que nunca que el "estar dolida" es una frase que no solo se refiere a lo físico sino también a un estado del alma.

Pasaron los días pero desde allí algo cambió, ella lo percibió con claridad. En cuanto volvió a la casa habiendo recibido la recomendación por parte de los médicos de guardar cama, comenzó a volvérsele su existencia monótona, insignificante, aburrida, al punto en que el tiempo pareció empezar a transcurrirle en forma extraña, a veces muy rápido o a veces demasiado lento. Todo mientras veía desde su habitación pasar las tardes a través de su ventana todas casi iguales, observando el paisaje de esa antigua parte de la ciudad y el cielo con desdén. Sin querer estar tampoco acompañada y prefiriendo hablar lo menos posible de cómo se sentía cuando le preguntaban porque sabía que no tenía a nadie en el mundo en quien confiar en realidad.

Hasta su madre enrolada en una nueva serie que se estaba filmando por ese entonces en otro país y de la que no le había contado nada, parecía haberle fallado. Y el hecho de explicarle ésta vía teléfono de que había firmado una cláusula de estricta confidencialidad con los productores, que le impedía ausentarse del trabajo y de que aparte había deseado que la noticia cuando llegase a sus oídos fuese para ella una hermosa sorpresa; no le eximía de falta.

Su padre por su parte había tenido consideración de su persona al no regañarla, pero a su vez se notaba que se encontraba evitándola, ocasionándole con ello mayor pesar.

Sabiéndose de tal forma por todo aquello más sola que nunca, intentó refugiarse en sus antiguos hobbies al no poder elevar un grito desesperado, para ver si lograba calmarse un poco. Buscó así desenterrar sus hábitos infantiles que dejara de lado un par de años atrás pero sólo fue para darse cuenta que en algo había madurado y estos ya no le satisfacían.

Trató por lo tanto antes de volver a guardar en cartones sus viejos peluches, juguetes, libros y demás accesorios que tanta felicidad en otros tiempos le dieran, recordar sus antiguos sueños y las emociones que en aquellos días de su crepúsculo de niña, embebida en su propio mundo experimentara sin que le importara nada más, pero sólo consiguió un resultado a medias, ayudada por la nostalgia.

No obstante, la respuesta a su búsqueda llegó una de esas noches cuando se encontraba en el jardín junto a Merlín, cuando se percató en medio de su desidia y ya permanente tristeza de la repentina presencia de alguien detrás suyo. Una energía demasiado imponente para expresarla con palabras. Inusual y a la vez conocida por su subconsciente, tanto que no se atrevió de inmediato a voltearse y sólo se enderezó en la banquita junto a un árbol donde se encontraba sentada, comprendiendo con sus sentidos alerta de alguna extraña forma, de quién se trataba... Entonces, al encontrarse ambos a la salida de su casa, por cortesía fue ella la primera que habló.

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