Y me dejó ir.

Estoy segura de que no me creyó, pero también sé que hay personas que prefieren quedarse con una mentira para no perder un estilo de vida seguro. Si descubre lo que hice, estaría obligada a contárselo a mi madre y mi acción convertiría a mi familia en el punto de las críticas. Y a Anna, le aterra terriblemente el qué dirán.

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Elena, la madre de mi novio, es modista y diseñadora especializada en diseños cristianos. Es la que realiza los vestidos a todas las chicas de la institución que están a punto de casarse o necesitan alguno para una ocasión especial.

La mujer robusta, de gafas y cabello corto, rodea mi cintura con la cinta métrica y luego, la suelta para apuntar la medida. Hace lo mismo en mi pecho y luego alrededor de mis piernas.

—Tus medidas son casi perfectas. Tu mamá ha hecho un gran trabajo —me felicita, haciéndome sentir de algún modo, invadida. No me gusta que opinen de mi cuerpo. Nunca creí lo de las medidas <<perfectas>> y detesto la dieta que mamá nos impuso cuando entramos en la adolescencia, justificando que con el cuerpo <<agradable>> encontraríamos el hombre adecuado. Me agradan las frutas y verduras, pero de vez en cuando, me encantaría devorar varias porciones de pizzas—. No tendrás problemas con el vestido que elegiste.

¿Qué elegí?

Si mal no recuerdo, ella y mamá me presionaron hasta que opté el que más adecuado creían.

—Ya veo —las comisuras de mis labios se elevan, apenas. Forman una sonrisa desganada.

—Tobías está contando los días para el casamiento. Incluso lleva tachándolos en un calendario —cuenta, como si fuera una gran hazaña—. Con mi esposo estuvimos visitando casas donde podrían mudarse. Hay una en nuestro vecindario que es perfecta —menciona y como de costumbre, no pide mi opinión—. ¿Hablaron algo con Tobi?

Niego y me distraigo, porque el celular suena. Termino de colocarme la ropa y lo busco, preguntándome de qué se trata. Tobías es la persona que usualmente se contacta conmigo, pero no puede ser él, porque está abajo conversando con mis padres.

Lo enciendo. Un mensaje.

Kellen: ¿Quieres salir con nosotros esta noche?

Las manos me tiemblan y el corazón por poco se me detiene.

Esto no me lo veía venir ni de cerca.

—¿Pasa algo, querida? —la mujer se aproxima desde un costado y yo, aparto el celular. Elena tiene un marcado interés por los asuntos ajenos.

—No. Número equivocado —es lo primero que se me ocurre decir. Después, lo pongo en silencio.

Evito responder al instante para no levantar sospechas. Tengo que fingir durante un largo rato, mientras bebemos té y conversamos detalles del casamiento. Tobías se coloca a mí lado en el sofá, me sostiene la mano, también me abraza por los hombros atrayéndome hacia él. Trato de que mi cuerpo se relaje, pero es imposible. Solo estoy pensando en contestar el mensaje. La ansiedad se vuelve más grande cuando el teléfono vuelve a vibrar, en señal de nuevas notificaciones.

Disparo hacia el baño. La excusa perfecta para ausentarme.

Kellen: Te dio miedo. Olvídalo. Pensé que querías otra noche de diversión, pero creo que me equivoqué.

Me causa gracia el dramatismo. Asumió un montón de cosas mientras yo, simplemente estaba ocupada.

Dara: No. Si me quiero divertir, contigo. Solo estaba ocupada.

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