que lo hayas disfrutado

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La rubia se ajustó el botón de su falda y se miró al espejo antes de salir de casa. Otro día más de clase, todos iguales, estaba deseando terminar su Máster en Organización de Eventos el cual decidió cursar tras finalizar sus estudios en Turismo. No le entusiasmaba mucho la idea, lo que a ella le gustaba de verdad era escribir, pero nunca se atrevió a enseñarlo a alguien más que a sí misma.

Tardó un año en decidir que estudiar, pero su vuelta a la universidad no pasó desapercibida. Samantha siempre había sido una chica popular, le gustaba que la mirasen, le gustaba sentir que era alguien y ella siempre se encargaba de mantener esa reputación de popularidad.

Todo empezó en el instituto, cuando heredó la popularidad de su hermana, a ella le gustaba esa sensación, le gustaba que todo el mundo quisiera ser su amiga o ser como ella. Si ella se ponía algo, fácilmente lo ponía de moda, lo que hacía que se cansara fácilmente de las cosas.

Cuando empezó a estudiar en la universidad, pensó que esa etapa ya se había pasado, estaría en una ciudad nueva donde nadie la conocía, pero se equivocó. Su sed por destacar la hicieron popular nuevamente. Participaba en todo lo que podía, hablaba con todo el mundo asegurándose que todos se quedaran con su nombre, asistía a todas las fiestas a las que era invitada, comenzó a salir con personas más grande que ella y al final de su primer año universitario todo el mundo conocía su nombre.

Samantha Gilabert.

Todos sabían quien era, la chica rubia con sonrisa angelical. Algunas chicas trataban de imitar su forma de vestir, de peinarse, trataban de acercarse a ella de alguna forma, querían ser su amiga... pero a ella ya no le interesaba ser amiga de todo el mundo, ya era popular, no necesitaba más amigos. Mientras unas la amaban, otras la odiaban, no les gustaba nada sus aires de diva o que todo el mundo hablase de ella como si fuera más que los demás, a ella nunca le importaron las criticas de cara al mundo, nunca dejó que se notara que le afectaban, tenía una imagen que mantener. Así que cuando algo le molestaba realmente lloraba en su habitación y no se lo decía a nadie. Samantha no podía estar mal por las críticas de odio.

En cuanto a su vida amorosa, no había tenido la misma suerte al romper con su novio del instituto con el que estuvo cuatro años. Rompió con ella por teléfono, así que después de pasarse dos semanas llorando por él, decidió que era su momento de jugar. Se negó a volver a tener una relación con alguien, pero eso no le impidió divertirse. Sus relaciones acababan en la misma noche, se iba antes que el chico pudiera decir algo, no le interesaba conectar con alguien y si lo hacía, dejaba claro cuales eran sus intenciones para no tener que dañar a nadie. Algún que otro corazón rompió, era fácil pillarse de Samantha, era algo que ella no podía controlar.

Aparcó su coche en el parking del campus, se retocó el maquillaje y suspiró mientras observaba a la gente pasar. Estaba lista para empezar un día más en su vida.

Al salir del coche se dirigió hacía la cafetería, pidió al universo que ese chico no estuviese atendiendo porque no tenía ganas de ponerse de mal humor.

El chico en cuestión era Flavio, estudiante del último año del Grado en Educación Primaria, trabajaba en la cafetería para poder pagarse clases de piano, así como el alquiler del piso que compartía, ya que la beca no le daba para todo. Para su suerte la universidad le hizo el favor de adaptarle sus horarios de clase con los de la cafetería, a veces no iba a clases debido al cansancio, otras porque se quedaba practicando con el piano, pero al final siempre se las ingeniaba para aprobar todo con buena nota. Ni el mismo sabía como lo hacía, pero lo hacía.

Flavio no era un chico con muchos amigos, de hecho, no se le daba bien hacerlos. Siempre había sido ese chico incomprendido por el mundo, el raro de la clase por no gustarle lo mismo que a los demás. Prefería estar callado a ser juzgado, así que había aprendido a ser selectivo con las personas. No se abría a cualquiera, no dejaba que nadie conociera al verdadero Flavio sin estar seguro. Ya había tenido malas experiencias.

Que electricidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora