Los príncipes azules no existen.

Start from the beginning
                                    

En un lejano punto logré visualizar un gigante cartel que decía "La princesa de mi vida" y fue lo más tierno que pude visualizar jamás. Una chica se acercó corriendo el sujeto del cartel y se abrazaron tan desesperadamente y en mitad del abrazo volador se fundieron en un beso.

Se me escapó un suspiro. El amor.

En cambio, cuando me enfoqué en buscar a mi queridísima hermana, me di cuenta de un cartel moderado que tenía escrito "La enana conocida como Leche en polvo" y tras aquel papel estaba ella: la amorosa, fastidiosa, alegre y extrovertida hermana que había extrañado por tanto tiempo. Era Catherine.

Y sí, soy conocida como leche en polvo ya que soy blanca como la leche, aunque lo del polvo aun no lo termino de comprender.

Corrí hacía ella y la abracé con tanta fuerza que se quejó minúsculamente en mi oído.

—Lo siento, es que te extrañé tanto. Pensé que me dejarías aquí abandonada. —dije.

—Ni creas que no se me pasó por la mente, pero Sebastian no me dejó. —Sebastian era su esposo, el cual nos estaría esperando en casa—Vamos.

Comenzamos el recorrido hacia la salida del aeropuerto, todo hacían lo mismo lo cual daba poco espacio para caminar y era inevitable que tropezaran algunos con otro. Una figura masculina dio un giro inesperado en mi dirección que casualmente me tomó desprevenida de manera que chocamos y nuestros pies al enredarse provocaron nuestra caída.

Mi cuerpo quedó sobre algo, y ese algo era el hombre.

Oh. Por. Dios.

Habíamos quedado como en una típica película, que vergüenza. Sus ojos me miraban fijamente, eran de un color verde muy bonito que irradiaban inocencia. De un momento a otro se formaron unas pequeñas arruguitas alrededor de ellos. Él estaba sonriendo.

—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...—repetía mientras me levantaba de esa incómoda posición. Nos logramos poner de pie.

—No te preocupes, ¿estás bien? Fue toda mi culpa, aunque tu cara de asombro no tiene precio. —rió.

—Estoy bien, gracias. Hasta luego...—hice suposición de irme pero me detuve— espera, ¿estás bien tú?

—Perfectamente, soy Matías.

Le observé. El sujeto aparentaba unos veinte años, tenía una descuidada barba de tres días y su cabello azabache estaba colocado perfectamente en todas direcciones. Era el rostro más bonito jamás visto. ¿Te casarías conmigo, bebé? Creo que tendríamos unos hijos de los más tiernos, con ojos hermosos. Vaya, que efecto causa en mi, pensé.

No podía dejar de mirar esos ojos. La parte que me atrapa totalmente de alguien es su mirada, se dice que refleja lo imposible de decir.

Me reí.

—No pedí tu nombre.

—Oh, creí que me pedías que me casara contigo a través de la mirada. Todas hacen eso. —Fruncí el ceño perpleja. What the...?— Calma, solo bromeaba... vale, creo que ella te espera. —Volteé hacia atrás y allí se encontraba mi hermana mirándome con una ceja levantada. Estaba divirtiéndose con la situación. Que hija de su mama.

—Creo que es hora de irme, hasta luego. —tomé mi maleta y caminé hacia Catherine que ahora tenía una sonrisa no disimulada en su rostro.

Uno. Dos. Tres pasos conté antes de que el chico volviera a interrumpir mi caminata.

—¡Espera! Yo... yo si quiero saber tu nombre.

—¿Y qué harás con él? ¿No es preferible pedir el número de teléfono? —Matías me miró perplejo.

Antes de dormirWhere stories live. Discover now