Una historia más.

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Érase una vez una niña que soñaba con vivir en el país de nunca jamás. Allá donde eras libre y tu única preocupación era jugar con los demás chiquillos; allá donde se veía la vida desde otra perspectiva... Allá donde crecer era el peor de los acontecimientos.

     Cada noche se acostada sobre su, ya desgastada, cama mientras los resortes le lastimaban la espalda. Pero no le importaba porque su concentración estaba más allá: en las estrellas. Unas pequeñas estrellas de plástico que posaban extremadamente quietas en todo el techo de la habitación, regalando una tenue luz que bastaba para iluminar los más profundos sueños fantásticos de la pequeña.

     Eran 15 estrellas, pero le gustaba pensar que solían ser 16 ya que una se reflejaba en el espejo y se duplicaba como por arte de magia, haciendo su cielo mas grande y sus historias más asombrosas.

     Cada vez que tenía un problema, esas estrellas la acompañaban y le susurraban los mejores consejos. Cuando no quería a más nadie con ella, sus estrellas estaban ahí. Cuando se sentía sola, sus estrellas le recordaban que no lo estaba. Cuando lloraba, sus estrellas le consolaban. Cuando reía, sus estrellas reían con ella.

     Sus estrellas nunca le fallaron ni una sola vez.

—¿Ser grande es tan malo? —se preguntó una vez— ¿es que acaso estaba loca cuando de pequeña decía que quería crecer?

     La verdad es que: sí. Desde su punto de vista solo quería quedarse tal como estaba, cerrar los ojos y dejarse llevar por otra de sus miles imaginaciones. Esta vez era un romance juvenil muy cliché que siempre la volvía loca: los mejores amigos que caen enamorados uno del otro.

—Dame mi chocolate: ¡ahora! —advirtió el chico.

—O si no, ¿qué?

—Pagarás las consecuencias. Tu eliges. —La chica enarcó una ceja y comenzó a comerse un pequeño m&m de la bolsita.— Mal jugado, muy mal jugado, Panda. —dijo él llamándola por su apodo.

     El castaño recurrió a su carta bajo la manga: cosquillas. Ella las odiaba pero el amaba escucharla reír. El la amaba a ella desde hace unos años y ella a él, pero aún sus corazones no se dirigían la palabra.

—Tu crimen será pagado con... Cosquillas—explicó torciendo el gesto en lo más serio que era capaz.

—No, no, por favor, no. —Los ojos verdes de la chica estaban como dos pelotas de golf.

—¡Es hora de pagar la deuda! —gritó él. Y eso fue lo último que se escuchó antes de que las risas invadieran el ambiente.

—Pa...para, por...por favor, ya no agua...agu...aguanto. ¡¡Basta!! —logró articular entre risas. Él, en cambio, hizo todo lo contrario. Los dos jóvenes se encontraban literalmente revolcándose de risa y entre pataleo y pataleo, quedaron uno encima del otro.

    Sus miradas se encontraron, la cercanía les permitía reconocer lo agitados que estaban y como sus corazones iban al mismo compás agresivo que les proporcionaba el ambiente. Era cuestión de segundos que lo inevitable pasara, sus corazones por fin se dieron cuenta que se pertenecían.

    El castaño observaba esos ojos verdes que tanto le gustaban y le hacían recordar lo mas profundo del bosque. No podía controlar lo que estaba pasando, la tenía tan cerca y a su merced que le era imposible controlar sus impulsos. Era su mejor amiga, y aunque le gustara, había prometido no arruinar su relación por estupideces de su mente. Sin embargo, tener esos labios color de rosa tan cerca y no probarlos era extremadamente masoquista.

     En medio del caos emocional, la besó.

    Para su sorpresa, ella le correspondió dandole acceso a todo lo que él había deseado desde años atrás. Sintió que era la experiencia más exquisita que habían experimentado juntos.

     La chica creía haber enloquecido, estaba besando a su mejor amigo. Eso no podía ser posible, pero como lo deseaba desde hace años. Soñaba con esos ojos azules, esos labios sonrosados, esa sonrisa que solo le dirigía a ella. Había querido locamente hacer esto y ahora que se le presentaba la oportunidad, no se arrepentía. Era el mejor momento que había experimentado juntos.

—Eres un idiota. —dijo al final la chica.

—Pero me quieres. —sonrió— Y lo sabes.

     Se conocieron en primaria, cuando los dos cursaban primer grado y el pequeño niño le había quitado su muñeca para correr por toda el aula gritando "¡Atrápame si puedes, tortuga!". Ella furiosa le persiguió hasta el baño de niños, y entró.

      Era su muñeca favorita y nadie se la iba a quitar.

—Dame acá mi muñeca, cabeza hueca.

—No. —le sacó la lengua. Entonces, la violencia apareció.

    Luego de unos cuantos pellizcos y mordiscos, quizá hasta de pequeños jalones de pelo, la pequeña niña logró recuperar su muñeca. Y victoriosa lo miró mientras le ofrecía la mano.

—Já, he ganado.—Él la tomó poniéndose a su altura mientras la miraba embobado.

—Creo que acabo de encontrar al amor de mi vida.—Fue lo primero que salió de su boca.

Y quizá así era...

Antes de dormirWhere stories live. Discover now