Los príncipes azules no existen.

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 —Cierra los ojos, ¿bien? Te prometo que cuando los abras ya todo volverá a ser normalhabía dicho.

Pero no fue así.

Aquí me encontraba yo, en contra de mi voluntad, yendo a un país extranjero por estudios "mejores". Todo el vacío que sentía no se comparaba con el sufrimiento de miles de individuos juntos, era como si estuviera cometieron el peor crimen: dejar a mi familia.

Mi madre era una mujer fuerte. Estaba de acuerdo superficialmente y sabía que poseía de la mejor mascara jamás empleada contra la sociedad, aunque sabia cuanto odiaba dejar a su hija ir a otro país, con personas desconocidas, con experiencias ignoradas y con un futuro incierto. Para mí, era como traicionarla.

Lo cierto era que nuestro país estaba pasando por una crisis en la que la mayoría buscaba huir en busca de un futuro que podían conseguir en cualquier sitio, ¿saben? ¡La mentalidad de las personas es tan moldeable! Lastimosamente, yo entro en ese grupo. Con apoyo de algunas ideas manipuladoras y consejos de doble filo tales como "Piensa en unos cuantos más, no podrás salir a la calle sin correr peligro." O "¿Cómo criarás a tus hijos en un ambiente como este? No consigues ningún producto" me dejé envolver entre ese grupo de cobardes que huyen por una mentira. Mi mente estaba tan manipulada como el resto y me avergonzaba de ello, pues, siempre me consideré diferente a los demás y hoy en día ejecuto acciones que nunca pensé hacer.

—¿Desea tomar alguna de nuestras bebidas? —preguntó una morena azafata que llevaba un carrito con muchas bebidas.

—No, gracias. —Sonreí y coloqué mis audífonos de nuevo en el orificio de mis oídos.

La música me embargaba en un ambiente aun más sombrío, haciendo que mis pensamientos sean totalmente deprimentes y dignos de ser ignorados. El compañero de asiento que me tocó estaba bebiendo una coca-cola que le acababan de servir y me pilló observándole. Era un tipo alrededor de unos 35 años, empresario con traje que seguro era esperado por una linda familia... o simplemente era un soltero que le tenía ideas zoofilicas a su perro, ¿quién sabe?

Inundarme de pensamientos insólitos era una manera evasiva que normalmente empleaba para dejar de pensar asuntos que eran aterradoramente depresivos. Por la ventanilla podía apreciar una linda y panorámica vista del azul más esplendido jamás observado que era interrumpido con pequeñas nubecitas de color blanco dándole un aire de libertad al cielo. Siempre me había gustado el cielo, era como liberarse de tantas cargas a la vez, ser libre al fin. La primera vez que me sentí libre fue cuando tenía alrededor de seis o siete años de edad, me había subido en una avioneta de modelo cessna, solo de cuatro puestos y fue la experiencia más emocionante de mi vida. La sensación era como quitarte mil kilos de encima y flotar como un pájaro, planear sobre todos y observar a las personas que desde esa altura parecieran pequeñas hormigas esparcidas por toda la ciudad.

Con la concentración puesta en mis pensamientos no me di cuenta del tiempo, por lo que cuando la azafata me habló para informarme que habíamos llegado fue una sorpresa que alertó todos mi sistema nervioso.

Bienvenida a la maravillosa Francia, Ella. Pensé.

Bajé del inmenso avión con nerviosismo y seguí la fila de pasajeros que se aglomeraban para ir a buscar su equipaje, el cual tardaría un poco para que lo desembarcaran. Caminé al interior del aeropuerto y luego de tanto esperar, al fin, tenía mi equipaje en mi poder. Era hora de encontrarme con mi hermana.

Ella se había ido unos cuantos años atrás en busca del amor verdadero, lo insólito del caso es que lo encontró y ahora era felizmente casada con un francés de lo más lindo. Reí para mis adentros. Esperaba que me extrañara tanto como yo a ella, mis nervios estaban carcomiéndome.

Antes de dormirTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon