Con aquello en mente, me levanté de la cama. No permitiría que me arruinara el resto del día, o de la vida. Tenía objetivos para hoy, y no sería él quien me impediría cumplirlos; por más que me sacara de quicio.

Observé con detenimiento el proyecto abandonado sobre mi escritorio. Hoy era un nuevo día, con nuevas oportunidades. Y no malgastaría ninguna de ellas. Haría que estos cuarenta y cinco minutos extras valieran totalmente la pena.



Cuando el reloj dio las siete de la mañana, me detuve. El dibujo que tenía frente a mí estaba mucho mejor que lo que era por la tarde de ayer, cuando lo había dejado, y parecía mucho más que simples trazos y borrones. Era un boceto, claro, pero tenía mucha mejor pinta. Era cierto que tuve que darle una nueva perspectiva al trabajo de esta semana, pero mi enfado había ayudado a dinamizarlo. Ya no eran simples borrones o líneas, sino que ahora tenía una forma mucho más concreta que con unos cuantos retoques y consejos de mis profesores se transformaría en la intención tras el borrador.

Lo recogí todo, metí el dibujo sin terminar en mi mochila, y tras terminarme la segunda taza de té, salí del apartamento con rumbo a la universidad.

Uno de los beneficios de haber escogido el complejo de apartamentos para que uno de ellos fuera mi hogar provisorio, era que quedaba mucho más cerca de la facultad que los otros que había preseleccionado para la mudanza. Con una distancia de diez manzanas, la universidad me esperaba sin oponer resistencia. Claro que la única desventaja del asunto era tener que vivir con un vecino indeseable e irritante, sobre todo sabiendo que compartíamos el mismo piso. Pero cada vez que veía la edificación de la facultad a pocas cuadras de distancia desde la ventana, sabía que podría hacerlo. Al menos durante el tiempo que transcurriera hasta que tuviera que renovar el contrato.

La concurrencia de la universidad a estas horas de la mañana era abismal. Quizás porque la gran mayoría de los estudiantes preferían que el cerebro se activara antes de las diez de la mañana, porque aquello significaría que estarían más que despiertos para continuar con las demás asignaturas o sus propios empleos. Al menos eso era lo que decían las estadísticas que los estudiantes del Departamento de Economía habían producido tras el exhaustivo análisis de las encuestas personales.

Inspiré profundamente el aire de la mañana prometedora. Sujeté mi mochila con determinación, y me encaminé hacia mi primera clase del día.

—¡Thea! —La voz de Lydia irrumpió mis propios pensamientos.

Me volteé hacia ella, ofreciéndole mi mejor sonrisa matutina. Llegó hasta mi encuentro y me ofreció un abrazo genuino.

—Buenos días, Lydia —sonreí.

—Serán buenos cuando pasemos el examen —apuntó ella, caminando junto a mí hasta el aula que aún no estaba abierta.

—Dímelo a mí —hice una mueca—. No dormí muy bien que digamos.

—¿Y quién de toda la clase lo hizo? —Arqueó una ceja— Necesito un café, y pronto. Con mucha cafeína, para que me distraiga.

—Que no te oiga Isaac. Él estaría encantado de distraerte —repuse, bromeando.

—No seas mala. Aún estoy analizando cómo enfrentar la situación.

—Es un buen chico, Lydia, y además tiene su atractivo —puntualicé.

—¿Y entonces por qué no sales tú con él? —Desafió— Ah, claro. Porque ya te tiene atrapada el vecino irritable.

Puse los ojos como platos. Aquel comentario tenía mucha más significancia sabiendo lo que había ocurrido anoche entre mis sueños.

—Por favor. Es demasiado temprano para hablar de cosas desagradables como lo es Kaiden Parker.

—¿Aún más desagradable que éste examen? —curioseó Lydia.

—Sobre todo más desagradable que éste examen —confirmé.

Lydia profirió una risotada. Negando con la cabeza, su cabello castaño-rojizo se balanceó a su lado. El cabello de Lydia fue lo primero que me llamó la atención cuando la conocí, en una de las clases para principiantes de la carrera. Tenía unos rizos perfectos, que caían desde su cuero cabelludo hasta los hombros. Y pese a que se quejaba constantemente del color avellana de sus ojos, yo estaba completamente segura de que aquella combinación la hacía todavía más atractiva. Y uno de los que me habían dado la razón había sido Isaac cuando se lo comenté.

Unos momentos más tarde, el profesor hizo acto presencia y habilitó el aula. Los estudiantes ingresamos en silencio, con la promesa patente de un examen relevante para la calificación de la asignatura en nuestras cabezas; sin presión. Cuando Lydia y yo tomamos nuestras posiciones en los pupitres que habíamos adoptado como nuestros al inicio de las clases, ella se volteó hacia mí y llevó su mano extendida a su sien derecha, simulando el saludo militar. Copié el gesto, dado que se convirtió en nuestra tradición desde que nos conocimos para desearnos éxitos mutuamente y en silencio en los exámenes.

Miré al profesor cuando me entregó las consignas del parcial. Tomé una bocanada profunda de oxígeno, cuadré los hombros y sujeté con firmeza el bolígrafo. Apenas el profesor dio la orden, no dejé que nada me detuviera; ni siquiera los reiterantes recuerdos del sueño de la noche anterior.

Lo que sangra el corazónWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu