Capítulo 74

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Me encontraba detrás del mostrador del salón de belleza para cuando mi teléfono comenzó a sonar. Era martes, por lo que sabía que me esperaba una jornada ardua y extensa en la peluquería, pero ver el nombre de Kaiden aparecer en mi pantalla me levantó los ánimos como si de repente fuese viernes.

—Hola —dije, con una sonrisa radiante, al contestar.

—Hey —saludó su voz, ya familiar para mí—. ¿Qué haces?

—Trabajo —musité, observando mi entorno. Mis compañeras estaban atendiendo a la escasa clientela de la tarde—. ¿Y tú?

—Parecido —musitó. Hizo una pausa breve, que luego reemplazó con su voz teñida de emoción—: me han aceptado en un empleo. En un hotel del centro de la ciudad.

De entre todas las cosas que Kaiden me había contado el viernes, una de ellas era que al finalizar el semestre anterior había recibido su título universitario finalmente. Se había graduado dentro de aquel período de tiempo en el que había tomado distancia de mí, y enterarme de aquello había asentado un sentimiento de culpabilidad por haber estado ausente. Y él lo había notado.

—Apenas sabías qué era lo que necesitabas y querías en aquellos momentos —justificó, con determinación—. No te sientas culpable, no deberías; no es importante.

Pero lo era, por lo menos con aquella nueva visión de las cosas. Sin embargo, con ésta llamada telefónica, lo único que él me aseguraba era que yo estuviera presente en sus momentos; a diferencia de lo que había sentido el viernes anterior cuando me contó aquel detalle. Porque tanto él como yo deseábamos aquello: estar presente en los acontecimientos relevantes del otro.

Y ahora, aquello iniciaba.

—¿Es en serio? —Mi sonrisa se amplió— ¡Eso es increíble! Felicidades, Kaiden.

—Gracias, Thea —respondió, aún con ilusión presente en su tono de voz—. Aunque aquello significará menos tiempo para verte.

Oh.

Me relamí los labios, determinada con mi respuesta:

—Haremos que funcione, somos especialistas en eso —repuse, firme y convencida—. Después de todo, aquellos tropiezos durante casi seis meses no fueron al azar, ¿no?

Kaiden soltó una risotada.

—Tienes un punto, Pierce.

Mantuve mi sonrisa, satisfecha.

Estaba a punto de decir algo más en respuesta, probablemente algo irónico como para no perder la costumbre de nuestros tratos, pero la voz de Andrea me sobresaltó.

—Espero seriamente que estés usando el móvil para apuntar un turno.

El teléfono casi se me cae de las manos. Al elevar la vista, vi a la mujer en cuestión con sus brazos cruzados y asesinándome con la mirada. Tragué saliva, sabiendo que no iba a poder sortear las consecuencias.

—Yo... —musité, aún con el celular en mi oído.

Andrea se limitó a suspirar, interrumpiéndome, fingiendo de una forma pésima desolación. Se llevó una mano al pecho, enseñándome sus uñas acrílicas rosadas de cinco centímetros.

—Pues no me dejas opción, Thea, y lo lamento. Tendré que recortarte el sueldo de la semana. Ya sabes que detesto la improductividad.

No. No, mierda, no...

No podía permitirme otro recorte, eso limitaría por completo mi presupuesto de subsistencia y para Cass...

—Andrea...

—Venga, vuelve al trabajo. A no ser que desees que la próxima semana tampoco te brinde la paga total.

Comencé a sentir la vista borrosa a causa de las lágrimas que se agrupaban en mis ojos. No era justo.

Pero ella me miraba con una determinación odiosa. En su semblante se leía de forma transparente el deseo de escatimar en mi sueldo todo lo que le fuera posible. De por sí nos pagaba a todas sus empleadas una miseria, pero no habría otra cosa que Andrea amara más que empleadas gratuitas. El hecho de que nos diera dinero por nuestra fuerza de trabajo era una mera formalidad para mantenerse dentro de la rigurosidad de la ley; aunque aquello no significaba que cumpliera con la misma de forma objetiva.

—¿Thea? —la voz de Kaiden, preocupada, me asaltó; aún en la llamada telefónica.

Mierda. No le había cortado.

Carraspeé.

—Te llamaré luego.

—Thea, espera...

Concluí la llamada antes de que pudiera decir nada más. Apagué el móvil, sabiendo que Kaiden no iba a ser paciente conmigo tras haberlo oído todo, y lo enterré en el fondo de mi bolso para evitar distraerme con cualquier otra cosa. Volví a mirar a Andrea, que continuaba con sus ojos depositados sobre los míos, sonriendo triunfante.

—Sólo deseo atenerme a los parámetros de optimización —se excusó ella—. ¿Qué ocurriría si un cliente acude y tú continúas perdiendo el tiempo con el móvil? No podemos perder ventas, y lo sabes.

Detestaba aquel sermón. Ya lo había oído incontables veces en lo que llevaba trabajando aquí, y no sólo hacia mi persona. Era el mismo argumento que utilizaba con todas nosotras, en diferentes circunstancias, pero el discurso se mantenía inmutable.

Y todas inclinábamos la cabeza al oírlo. Ya era parte de la cultura laboral de este lugar repudiable.

—Lo lamento —musité—, no se repetirá.

—Espero así sea —mintió—. Eres sensata, todas ustedes lo son.

Quería gritar. O golpearla. O romper algo. Quizás todas las anteriores.

—Comprendo —musité, apretando los dientes.

Andrea sonrió con satisfacción.

—Lo sé. Siempre tan comprensiva, Thea.

Se giró para darme la espalda y marcharse a otro sitio antes de que me diese tiempo a lanzarme a través del mostrador para tironearle de las raíces de su propio cabello hasta dejarla calva.

Es por Cassie, me repetí por enésima vez en lo que llevaba trabajando para Andrea. Hazlo por Cassie, te necesita más que nunca.

Pero cada vez se hacía más cuesta arriba. Cada día era peor, cada jornada laboral era menos tolerable. No sabía por cuánto tiempo más iba a poder soportarlo, no sabía por cuánto tiempo más iba a poder hacerlo antes de estallar y hacer algo de lo que pudiera arrepentirme en el futuro.

Cassie. Cassie. Cassie. Piensa en Cassie, en cómo prometiste darle siempre lo mejor aunque aquello te costaste el último aliento.

Evocar la imagen de mi hermana, con sus trenzas rubias y su sonrisa amplia, permitió que mi corazón ralentizara sus latidos frenéticos a cierto grado. No funcionó para suprimir la ira que recorría mis venas como si fuera gasolina ardiendo, pero sí funcionó para organizar mis pensamientos.

Cassie era la prioridad. Su bienestar, su salud, su educación y formación. Tendría que prescindir de determinados servicios durante la próxima semana, pero podría hacerlo. Quizás podía pedirle a Paulette que me extendiera el plazo de la paga de la renta por unas semanas. No era algo tan tremendo. Había soluciones, quizá no las más ideales, pero puede que sí efectivas para sobrevivir al contratiempo.

No iba a abandonar a mi hermana. Eso no estaba en los planes, jamás lo había estado y nunca lo estaría.

Tomando una bocanada profunda de oxígeno para evitar cometer un asesinato en el salón de belleza, volví a centrarme en mi tarea; con un único pensamiento inundándolo todo.

Cassie, Cassie, Cassie.

Cassie.

Lo que sangra el corazónWhere stories live. Discover now