1. Adicto a la noche

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No obstante, para amar se hizo la noche,

Y volver pronto el día,

sin embargo, otra vez no pasearemos

a la luz de la luna.


No pasearemos juntos hasta tarde..., Lord Byron




Lucienne cruzó los brazos sobre el alféizar de la ventana. La brillante ciudad de París latía bajo sus ojos como un corazón extraño y precioso. El calor era agobiante. La humedad le había erizado el cabello y sus mechas rubias se levantaban sobre su cabeza, rebeldes, desafiando la gravedad que le mantenía los pies en el suelo. Volar, pensó. ¿Qué se sentiría volar? Atravesar aquella ciudad pegajosa en medio de la noche, llenarse los oídos del fragor monstruoso de los barcos que zarpaban, de las fábricas que no se cesaban su actividad, de los autobuses que surcaban presurosos el ambiente acariciado por la contaminación.

Sintió un mareo repentino. El alféizar de la ventana tan solo le llegaba al ombligo y en su ensueño, su cuerpo se había ido inclinando hacia la noche. Abrió los ojos, con el corazón acelerado. El cigarrillo que había estado fumando resbaló por entre sus dedos y se perdió para siempre en medio de la viscosidad nocturna. ¿Cómo sería caer... así, como el cigarrillo? Desintegrarse, hacerse trizas, desaparecer. Morir.

—Ven aquí —exigió Absalón.

Lucienne dio un respingo.

La voz de ese hombre le causaba una sensación extraña, algo que sin llegar a ser temor, le hacía sentirse incómodo.

Lucienne no sabía quién era Absalón. Cuando despertara, una semana atrás, lo primero que observó fueron los ojos de ese hombre. Diferentes, profundos, casi asustados, los ojos lo habían contemplado desde allí arriba, desde ese rostro desconocido. Lucienne quiso preguntarle quién era... hasta que se dio cuenta de que tampoco sabía quién era él mismo.

Corrió las cortinas de la ventana y la vieja tela se llenó de diminutos puntos de luz; de insectos que la aguijoneaban, luchando por pasar a través de ella y llegar a la pequeña habitación.

Lucienne suspiró y se sentó en la pequeña cama. Hacía seis días dormía allí con Absalón. Es decir, intentaba dormir. Era como si antes de despertar hubiese vivido de noche, ya que el sueño lo lastimaba durante el día. Por las noches, su espíritu se hinchaba como un globo de ganas de perderse por París, de descubrirla, de sumergirse en su tibia oscuridad.

Pero eso era algo que Absalón no estaba dispuesto a consentir, aunque Lucienne se daba cuenta de que se sentía igual que él. Pasaban las horas diurnas en un alarmante estado de somnolencia y por las noches, cuando el sol se desangraba en su lecho de nubes acosadoras, volvían a la diminuta habitación alquilada donde solo reinaba el silencio.

La otra orilla del abismo - Ganadora #PreLGBTWhere stories live. Discover now