—¿Qué mierda…?—levanto la cabeza para toparme con el único rubio de la familia real—¿Cuándo diablos llegaste?

—Hace un rato—contesta tranquilo—. Salí a montar y te vi hablando con la señorita.

—¿Hablando?—se burla—¿Cuándo me has visto compartir más de dos palabras con una de las criadas de mi madre?

Eso duele.

—Cuando quieres licor o que te sirvan algo—le responde el grande.

No veo el gesto de Bastián, pero seguramente es burlesco. Después de un intercambio breve de palabras entre los hermanos, Bastián se retira diciendo que no ha terminado conmigo.

Pero yo con él sí.

Punto para mí. Uno a uno está el marcador. Aunque esto no es una competencia y debería hacerme la idea.

—Una disculpa, por interrumpir su conversación.

Los ojos del mayor pasan a mí y quiero morir. Sabía que era guapo, pero no tanto. Parece un arcángel montando un caballo, sólo le faltan las alas. Tiene el cabello rubio cortado en un corte que lo hace ver como un chico totalmente normal, creo que se puede sujetar entre los dedos. Tiene unos bonitos ojos grises, piel blanca como la de la reina y una nariz recta que lo hace ver sexy. Madre mía.

—No estábamos hablando. El príncipe no habla…—pienso lo que diré por la expresión de Samuel— regaña.

Me sonríe antes de hacerme una seña de que lo siga, pero me reuso porque tengo que esperar a su hermano menor. Asiente comprensivo y se va con ese bonito caballo negro. Un bello ángel oscuro.

Espero una hora más hasta que mi polizón favorito aparece justo a tiempo para que lo lleve a bañarse y de ahí llevarlo a comer con sus hermanos y creo que le encantará saber que su hermano mayor llegó al palacio.

Escojo un atuendo apropiado para el pequeño y después pongo la ropa en su cama, salgo de la habitación para ir a hacer mis labores en el comedor. Me toca hacer lo que hacía antes. Servir el vino o bebida que requieran en la mesa.

Después de unos minutos de estar en el comedor la familia real se reúne a excepción del polizón que dejé bañándose, eso se me hace raro porque siempre llega primero. La reina come ya lo alegre que está por la vuelta de su hijo mayor. Atenea no se ve muy interesada en él, pero sí en Bastián que se mantiene callado sin mirar a nadie en particular.

—Nat, ¿puedes venir?—pregunta desde la puerta y suspiró aliviada.

Pensé que no bajaría.

Me acerco a la puerta y ladea los labios en mueva de que no quiere entrar.

—¿Qué ocurre?—ladea los labios de nuevo a tés de sonreírme despacio.

—¿Te puedes agachar?—me pongo de rodillas para que vea que puede decirme lo que le pasé.

En este punto no me interesa sí nos observan o no, el pequeño se ha vuelto mi responsabilidad en lo que estoy aquí y así seguirá.

—No quiero comer en la mesa—susurra para mí.

—¿Por qué no?

—No sé… bueno, es que nadie habla conmigo—dice cabizbajo—. Parece que no existo.

—A mi pequeña avecilla—parpadea antes de que lo cargue—. Sólo son adultos, hablando de cosas aburridas.

Una sonrisa aparece en su labios, lo llevo a la mesa mientras habló con él sobre que debería olvidarse de los demás y comer un poco antes de que se la acaben los adultos. Lo siento en la silla y empieza a comer mientras una sonrisa adorna esos labios llenos de inocencia aún.

La Corona Del Príncipe (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora