—¿Qué haces con una persona que apenas y puede sonreír por haber estudiado eso? —pregunté mientras lo miraba directo a los ojos—. ¿Qué haces con alguien que no puede decir "te amo", que no puede sentir amor?

Mi voz resonó más baja en esa última palabra, como si pronunciarla hiciera que se me atorara en la garganta.

Estábamos en la parte trasera del campus, donde los estudiantes solían practicar deportes. El césped aún estaba húmedo por la lluvia de la noche anterior, y el aire olía a tierra mojada y a desinfectante barato del gimnasio. Algunos chicos jugaban fútbol americano a lo lejos, y las risas se mezclaban con el grito ocasional del entrenador.

Me acerqué un poco más. El sol le pegaba de lado, delineando el contorno de su rostro perfecto y maldito.

Caín McFeller, con ese aire de chico serio y ojos que parecían cargar la culpa del mundo. El cabello oscuro le caía de forma desordenada, rebelde como él. Llevaba una chaqueta de cuero que apenas ocultaba los tatuajes que trepaban por su cuello y se asomaban por los nudillos de sus manos. Era el tipo de hombre que parecía peligro, pero hablaba con el tono de alguien que había aprendido a proteger antes que a herir. Estudiaba Ciencias Políticas y siempre decía que quería cambiar el sistema desde adentro. Yo no sabía si era idealismo o arrogancia.

—Deja de perder tu tiempo conmigo —le dije finalmente.

Pero él no se movió. En lugar de eso, sus grandes brazos me envolvieron y me atrajeron contra su pecho. Apoyó la barbilla sobre mi cabeza y me sostuvo como si tuviera miedo de que desapareciera.

Y lo peor... es que me gustó.

Porque, a su manera torpe y brutal, Caín siempre me había cuidado.

—Te dije que siempre iba a estar aquí —murmuró tan bajo que tuve que contener la respiración para oírlo—. Después de todo, no somos tan diferentes como crees. Hasta creo que tengo suficiente amor para los dos.

—No seas tan jodidamente cursi.

—Pensé que a las italianas les gustaban los cursis...

—Nos gusta la pasta —respondí con una sonrisa ligera, mientras jugueteaba con el borde de su chaqueta—. Es una indirecta para que me lleves a cenar.

—Sí, claro. Todo lo que dices que incluye comida es una indirecta. ¿A dónde se va toda esa comida?

Lo miré de forma dramática, batiendo las pestañas como si fuera una actriz de The Vampire Diaries. Cada gesto mío era robado. Mi personalidad, una colección de máscaras.

—¿Me vas a llevar a comer o no?

—Solo si me dejas quedarme a dormir hoy en tu departamento.

Un jadeo ahogado salió de su garganta justo cuando un balón de fútbol americano impactó contra su espalda. Retrocedí un paso instintivamente.

—¿Qué demonios...?

Ambos giramos al mismo tiempo. A unos metros, Riot Rowell alzaba las manos con una sonrisa burlona, como si de verdad le importara poco todo. El tipo era imposible de ignorar, incluso cuando se quedaba quieto. Llevaba una sudadera negra con capucha y el cigarro apagado colgando de su oreja le daba ese aire de "no me importa, pero igual te domino".

—¿Cómo lo conoces?

—¿Riot Rowell? —dije, usando su nombre completo solo para provocarlo—. Ese ser no es de mi círculo.

—Qué bueno que pienses eso —replicó Caín, con la mandíbula apenas contenida y la sonrisa fingida tatuada en su rostro—. Un tipo violento, que vende drogas y se la pasa en peleas clandestinas. ¿En serio, Bella?

Ahí estaba Caín McFeller en su faceta favorita: modo señora chismosa, versión política.

—¿Y a mí qué me afecta lo que Riot haga?

—Bella, te puedes meter en problemas.

—Oooo —alargué la "o" mientras ladeaba la cabeza—, o puedes estar mintiéndome, manipulándome, para que no vuelva a hablar con él nunca más.

—¿Yo? —se llevó una mano al pecho con una teatralidad digna de un Óscar—. No soy de esos.

—Eres peor. Abogado del diablo.

Y lo era. Sabía qué palabras usar para hacerme dudar de todo.

Nos alejamos del campo mientras su mano seguía sujetando la mía. A lo lejos, Riot seguía observándonos.
Y lo peor es que... una parte de mí no podía dejar de observarlo también.

Lo curioso era que, aunque Caín estaba aquí conmigo, cálido, físico, innegablemente atento... aún quedaba una duda clavada en mi pecho como una espina mal colocada:

¿Y si lo que él siente no es amor, sino culpa?

¿Y si lo que yo siento no es amor, sino necesidad?

Y lo que más miedo me daba no era que Caín McFeller me mintiera.

Era que yo me estuviera mintiendo a mí misma.

                     ≫ ──── ≪•◦ ◦•≫ ──── ≪

                     ≫ ──── ≪•◦ ◦•≫ ──── ≪

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Empty (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora