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My Tears Ricochet
Apartamento de Isabella — 6:00 AM — Domingo — Después de videollamada con el Dr. Robert

La videollamada con el Dr. Robert terminó a las 5:57 a.m. En teoría, debía sentirme liberada, centrada, incluso inspirada para comenzar la semana. En la práctica, solo quería enterrar mi cabeza bajo tres almohadas y fingir que el mundo no existía. Como siempre. Pero la paz nunca dura mucho en esta tragicomedia griega que llamo vida. A las 6:00 a.m., exactas como una maldita amenaza divina, sonó el timbre.

—Debe ser el karma —murmuré—. O peor aún, un intento social no programado.

Cuando los golpes contra la madera resonaron segundos después, supe que esto no era casualidad. El universo me estaba jodiendo a propósito.

Recordé que Riot Rowell seguía en mi apartamento. Su majestad emocionalmente descompuesta dormía en el sofá. Lo menos que podía hacer, considerando que se había metido sin pagar alquiler —pocas libras— y con el descaro de robarme el café caro, era abrir la puerta.

Lo escuché murmurar algo con alguien. Esa otra voz era baja, pero tenía la arrogancia de quien está acostumbrado a salirse con la suya.

—No deberías estar aquí —dijo Riot.

—¿Eso es miedo, Rowell? —respondió una voz más seca, más contenida. Conocía ese tono. Caín McFeller.

—No. Pero no la debes involucrar en esto.

—Necesitas entender muchas cosas.

—I...

¿"Esto"? ¿Qué mierda era "esto"? ¿Una pelea de bandas? ¿Una secta secreta de niños ricos con problemas de abandono?

Me levanté. Peiné mi cabello con los dedos. Estaba usando una camiseta que decía "Emotionally unavailable but still stylish". Iba perfecta con mi humor matutino. No lograba escuchar más allá de la conversación.

Los encontré al final del pasillo, tensos como si estuvieran por intercambiar balazos... o saliva.

—¿Se van a besar o algo así? —solté, sin disimular el bostezo.

—Caín tiene buen trasero, pero no me gusta su actitud de acosador redimido —respondió Riot, con ese humor negro.

Caín se acercó a mí. Sus ojos me recorrieron el rostro, el cuello, los brazos, como si buscara heridas invisibles. Era protector, pero en ese estilo intensito y red flag que me ponía más nerviosa que halagada.

—¿Qué estás buscando? ¿Códigos Morse en mi clavícula? —pregunté.

—Solo quería asegurarme de que estás bien —murmuró.

—Estoy lo más funcional que una persona puede estar después de una videollamada de terapia a las cinco de la mañana. Así que sí, Caín, estoy en mi mejor versión. ¿Puedes irte ahora?

—No puedo dejarte sola con él —dijo, mirando de reojo a Riot.

—Oh, por favor. Si Riot Rowell quisiera matarme ya lo habría hecho en mi cocina con una cuchara oxidada. Pero míralo, está hecho un ovillo emocional, no una amenaza —repliqué, girándome hacia Riot—. ¿O sí?

Él frunció el ceño, pero no dijo nada. Sus ojeras competían con las mías. La diferencia es que él las llevaba como medallas de guerra. Yo, como parte del look.

—Me quedaré contigo —insistió Caín.

—Caín, te hablaré cuando lo entienda. Y cuando quiera. ¿Recuerdas esa parte? La del consentimiento emocional, el espacio personal, y todas esas palabras que hacen que los hombres como tú salgan corriendo —dije, con una sonrisa de hielo—. Ahora vete, antes de que mi sarcasmo evolucione a violencia verbal grave.

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