Me giré. Quería irme. Necesitaba irme.
—Isabella —su voz bajó de tono, más suave, más falsa—. Créeme, esa chica... solo me besó. No pasó nada más.
Sus ojos azules estaban fijos en mí mientras su mano se deslizaba por mi brazo lentamente, como si soltarme fuese un gesto poético y no una consecuencia.
—No me importa —contesté sin mirarlo. Mi voz sonó más firme de lo que sentía—. Te dije que me estoy dando mi lugar. Ya vete. Nos están mirando y sabes perfectamente que lo único que detesto más que a la hipocresía... es ser el centro de atención.
—Siempre serás el centro de atención por lo hermosa que eres...
Y ahí es cuando todo se arruinó.
—Caín —la voz de una tercera persona interrumpió con un tono de melosa propiedad.
¿Quién demonios se atreve a interrumpir justo cuando me llaman hermosa?
Me giré con lentitud, como si girar más rápido significara reconocerla como amenaza. Frente a mí, una pelinegra hermosa, de piel canela y al menos diez centímetros más de altura que yo hacía un puchero, era adorable de cierta forma. Yo era la primera en admitir cuando una mujer podría llegar a ser más bella y Miriam ciertamente lo era.
Elevé una ceja, volviendo a mirarlo a él con toda la ironía de mi existencia.
—¿Miriam? ¿María? ¿Martina? —fingió recordar mientras me cruzaba de brazos—. Qué bueno verte. Ya que estás aquí, ¿por qué no le cuentas tú a Isabella que entre nosotros no pasó nada?
Él la tomó por los hombros con ese gesto suyo de soy un buen chico con mal timing.
La chica tragó saliva. Era fácil leer el nerviosismo en ella: manos agitadas, dedos retorciéndose, y luego un rascado torpe en la parte interior del muslo derecho. Quería huir, eso era obvio. Pero había algo más: incomodidad, vergüenza... o tal vez culpa.
—Oh... ah... —balbuceó—. Yo realmente no sabía que tenía novia. Pensé que eras su hermanita. No te ofendas, es que pareces una bebita.
Error crítico.
—Claro —asentí con una sonrisa venenosa—. Te puedo creer...
Ella se fue apenas Caín la soltó, caminando rápido hacia sus amigas como si acabara de escapar de una ejecución pública.
Caín me miró, derrotado.
—¿Me perdonas ahora?
Lo miré. Quise sentir algo. Rabia, tristeza, tal vez alivio. Pero mi cabeza era un cuarto lleno de ruido blanco.
¿Qué se supone que debía sentir?
¿En qué momento habíamos empezado una relación?
¿Era amor lo que se suponía que debía dolerme?
¿O simplemente era orgullo herido?
Mi pecho subía y bajaba con rapidez. No por emoción, sino por saturación de pensamientos.
No entendía lo que me pasaba. No tenía nombre para estas sensaciones. Y eso me frustraba.
Entonces, como una metralleta mental, solté lo que pasaba por mi mente sin filtro ni lógica.
—¿Por qué volviste? ¿Qué quieres de mí? ¿Sabes siquiera lo que hiciste mal o solo te incomoda la idea de verme lejos de ti? ¿Me amas o solo quieres ganarme como si fuera un trofeo? ¿Sabes que no siento las cosas como tú? ¿Te das cuenta que no sé si esto es tristeza, rabia o solo hambre emocional?
Su rostro se desencajó, pero no respondió. Por primera vez, Caín McFeller no supo qué decir.
Y yo... yo solo quería desaparecer. O golpear algo. O comerme un helado
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Teen FictionCuando Isabella llega a Inglaterra, los ecos de un pasado fragmentado la persiguen. Hay años de su vida que no logra recordar, vacíos que laten con fuerza tras la fachada perfecta de su realidad. Al reencontrarse con Caín McFeller, su enigmático y m...
