Llevaba apenas dos semanas en este lugar, y ya había logrado hacer "amistad" con dos personas. Uso el término amistad de forma laxa, casi académica. Como cuando defines "fuego" en química, pero nunca lo has tocado.

Cher Willson y Allison Ford. Esas eran sus identidades. Y ahí estábamos, las tres, sentadas sobre el césped húmedo de una de las tantas zonas verdes del campus. Cher se quejaba con insistencia de que deberíamos movernos a un lugar cerrado porque, según ella, las palomas nos tenían en la mira. A veces pienso que tiene delirio de persecución con alas.

Allison, por otro lado, tenía unos ojos almendrados preciosos y un cabello afro voluminoso que parecía una obra de arte viviente. La conocí en el baño del segundo piso. Necesitaba ropa limpia. Yo no ofrecí consuelo. No sé cómo. Pero vi una oportunidad de negocio y le vendí una sudadera mía por cinco libras.

Orgullo absoluto. El Dr. Robert debería darme una estrellita por progreso social y monetización emocional.

Cher, en cambio, me pidió prestado un lápiz en la cafetería. Yo le cobré un euro. Sorprendentemente, pagó. Y al descubrir que conocía a Allison, formaron una especie de dúo que, por lástima o fascinación sociológica, decidieron incluirme en su dinámica. Así nacen las amistades, supongo: con transacciones pequeñas y expectativas nulas.

—Entonces le dije que si quería hablar conmigo, tenía que aprender a vestirse solo —dijo Cher, quitándose las gafas de sol enormes mientras estiraba las piernas bronceadas sobre el césped.

—¿Y lo hizo? —preguntó Allison, hojeando una revista de moda con más intensidad.

—Obvio. No soy una misionera de la caridad. Soy una mujer con estándares.

Las dos rieron. Yo tomé un sorbo de mi café frío, tratando de seguirles el ritmo.

—¿Y tú, Bella? ¿Cuál es tu tipo? —preguntó Allison, dándome un codazo amistoso.

Me tomó dos segundos de más responder.

—¿Tipo... como en... personalidad? ¿O como en patrón de conducta errático?

Cher chasqueó la lengua divertida.

—No, Isabella. Nos referimos a si te gustan los poetas malditos con traumas o los tipos musculosos que creen que Shakespeare fue un jugador de fútbol.

—Ah —dije, volviendo a mirar mi café—. Creo que me gustan los que no me tocan sin permiso y saben usar desodorante.

Allison se rió.

—Exigente, pero justa.

Cher me observó con la barbilla apoyada en su mano.

—¿En serio nunca mirás a alguien y pensás: lo necesito ahora mismo entre mis piernas?

La miré con seriedad matemática.

—No. Pero a veces observo las proporciones de su rostro e intento calcular si mienten con frecuencia.

Hubo un breve silencio, y luego ambas se carcajearon.

—Eres como una inteligencia artificial con traumas —murmuró Allison.

—Gracias. Lo tomaré como cumplido.

—¿Y con la ropa? —insistió Cher, señalando su falda corta y top asimétrico—. ¿No sentís que un buen outfit te hace sentir... viva?

Me miré la falda y el suéter negro básico que llevaba. No sabía si me hacía sentir "viva". Pero me hacía invisible, y eso era suficiente.

—No me incomoda lo que visto. Me incomoda la necesidad de que algo tenga que hablar por mí —respondí.

Empty (1)Where stories live. Discover now