—Respeto tu decisión... pero nada va a quitar el hecho de que siempre voy a luchar por ti.
Sentí su mano fría deslizarse por mi espalda. Una caricia lenta, medida, inútil.
—Intentaré dejar aquellas costumbres que he tenido... por tu lejanía.
—Hmm —musité—. Necesito hechos y no palabras. Las relaciones no son cuentos de autoayuda. Si se sostienen con palabras, se las lleva el primer viento de ego herido.
Él rió bajo, con esa voz que sabía usar cuando quería desarmarme.
—Se nota mucho que eres Aries...
Me giré lentamente. Lo miré. Mi rostro era puro hielo. Cínico. Sutilmente vengativo.
—Y se nota mucho que tienes ascendente en hijo de perra.
Él no dijo nada. Solo se quedó ahí, tragándose la respuesta, porque sabía que cualquier palabra lo hundiría más.
Yo, en cambio, cerré los ojos y me permití existir. No sentir. Solo existir.
Una semana después de la ruptura con Caín McFeller.
La videollamada se conectó justo cuando sostenía un plato que parecía robado de una película de terror victoriana. Demasiado blanco, demasiado perfecto, como esos rostros de porcelana que siempre acaban rotos.
—Isabella —saludó el Dr. Robert, con su eterna expresión de calma británica y su taza de té ridículamente artesanal en la mano—. ¿Buscando armas blancas?
—Vajilla —corregí, alzando el plato frente a la cámara como prueba—. Aunque esta bien podría servir para defenderme de la ansiedad.
—¿Vas por el estilo "viuda aristocrática que envenena a sus amantes"?
—No, ese ya lo usé con Caín.
Robert sonrió, y en su cuaderno —que nunca dejaba de lado aunque habláramos del color de servilletas— probablemente anotó algo como "humor negro funcional = estabilidad emocional discutible".
—¿Entonces ya es oficial? —preguntó—. ¿Tú y Caín...?
—Ruptura confirmada. Primera en dos años. Marca histórica. Estoy por hacerle una placa conmemorativa.
—¿Y cómo te sientes?
—Vacía —respondí sin dramatismo—. Pero no de la forma en que la gente lo describe. No me arrastro llorando. No me duelen los ojos ni escucho canciones tristes en bucle. Es más bien como si todo estuviera un poco... fuera de lugar. Como si alguien hubiera movido mi universo tres centímetros a la izquierda.
Robert me observó en silencio desde la pantalla. A veces parecía un terapeuta. Otras, un sacerdote que sabía demasiado.
—¿Lo extrañas?
—Extraño cómo me entendía. Cómo se reía cuando le entregaba una nota escrita que decía "Estoy enojada pero no sé por qué. Lo resolveré." Y él me decía: "Perfecto, ya tengo experiencia tratando con alienígenas emocionales".
—También me hacía fichas. Literalmente. Cartulinas con frases tipo "Cuando hago esto, significa que estoy feliz. Si frunzo el ceño, no siempre es enojo. A veces solo estoy pensando." Las guardo en una caja. Parecen tarjetas de un juego de mesa muy jodido.
—Eso suena a un amor genuino —murmuró Robert.
—Lo fue. Pero incluso los amores genuinos se agotan cuando uno de los dos no sabe qué hacer con lo que siente. Yo... no lo sé. No siempre. A veces reconozco la emoción en el cuerpo, pero no tengo el idioma para traducirla. Me quedo atrapada entre lo que debería decir y lo que realmente puedo expresar.
KAMU SEDANG MEMBACA
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Fiksi RemajaCuando Isabella llega a Inglaterra, los ecos de un pasado fragmentado la persiguen. Hay años de su vida que no logra recordar, vacíos que laten con fuerza tras la fachada perfecta de su realidad. Al reencontrarse con Caín McFeller, su enigmático y m...
