𝟷𝟷. 𝙲𝚑𝚛𝚒𝚜𝚝𝚘𝚙𝚑𝚎𝚛

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Brent se dejó caer sobre el mullido y empolvado sofá con las fotografías que Carol le había entregado. En ellas se veían los dos dedos azules de Saemann, al menos hasta donde la química forense le había expuesto. Aquellos dedos, índice y medio; yacían sobre una mesa blanca, iluminados por la luz del laboratorio. No tenían nada de excepcional.


A decir verdad, Hagler había visto demasiado como para que dos dedos pétreos le robaran el sueño, pero ahora se trataba de algo completamente diferente. ¿Cómo era posible que esos dedos pertenecieran a Holly?

La había visto, sabía que la caníbal tenía todos sus carnosos y grotescos dedos en su sitio. Pero, entonces, ¿a qué se estaba enfrentando?

Se mesó la barba que comenzaba a brotarle, suspirando con impaciencia. Tenía que ser todo un truco, algún plan que esa mente desquiciada había planeado de forma casi perfecta. O sería quizá que...


No, ciertamente estaba perdiendo la cabeza por completo si comenzaba a pensar que Holly en realidad tenía una especie de conexión con el diablo, Dios, o lo que sea que esa psicópata le hubiese mencionado.

—Pero... —se dijo a sí mismo observando con detenimiento las fotografías—. ¿Y si todo eso fuera real?, ¿qué sucedería si Holly tuviera alguna especie de pacto con alguna entidad que...? ¡Diablos, qué estupidez estoy diciendo! —exclamó arrojando las imágenes a la mesa de centro.


Dejó que su cuerpo cayera nuevamente en el sofá, refunfuñando por lo bajo.

Se sentía sobrepasado por todo. Estresado, aturdido... era demasiado el tiempo que había vivido resolviendo crímenes, reuniendo pruebas, examinando evidencia. Y cada vez que comenzaba un nuevo caso, él sentía que todas sus fuerzas se iban perdiendo lentamente. Se sentía sucio, como si las barbaries de los asesinos, violadores y pedófilos que él había ayudado a que se pudrieran en la cárcel, se hubiera impregnado en algún rincón de su alma.


Ahora, Holly llegaba a su vida, con toda su grasienta persona, para succionar un poco más las menguadas energías que tenía. No sentía ni siquiera el más fino destello de voluntad, ni siquiera para continuar con su vida. ¿Cómo podría encontrar de nuevo la pasión por su trabajo para resolver un crimen como nunca había visto ese olvidado pueblo?


Sonrió ante aquel pensamiento. En realidad, Brent Hagler, el detective, no era más que eso: Brent Hagler, el detective. De eso se componía su vida entera. No había más en ella que la absurda convicción de que su trabajo cambiaba, aunque fuera un poco, aquel horrible mundo de inmundicia que había llegado a encontrar.

De pronto, un chispazo de luz pareció iluminarlo. Se levantó casi de un salto y corrió a la alcoba. Echó un vistazo al pequeño buró y al no hallar lo que estaba buscando, corrió a coger las chamarras y los pantalones sucios que no había querido lavar, metiendo desesperado las manos en los bolsillos hasta que por fin lo encontró; era la hoja que esa demente le había entregado. La desdobló con lentitud, sin deseo de dañar el delicado papel.


Busque perfectamente bien y abra bien los ojos, detective, pues una víctima aún con vida lo necesita. Si no encuentra pronto a su inocente, este morirá.


Si mal no recordaba, aquella no parecía en absoluto la caligrafía de Holly Saemann. Él la conocía a la perfección gracias al diario que ahora tenía Nona en su poder. Aunque, también cabía la posibilidad de que alguien lo escribiera por ella, quizás una de las guardias, aunque eso sería prácticamente imposible.

Holly - Diario de una mujer caníbal [Completa]Where stories live. Discover now