CAPÍTULO DIECIOCHO

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Sin embargo lo siento vibrar debajo mío, señal de que se está riendo y es en ese momento que me percato que quien está debajo de mi es Dean, con una sonrisa que muestra todos sus dientes, mientras sus ojos color miel se achinan al sonreír.

Me quedo unos segundos en silencio, primero porque me impacta lo bonito que es, en serio y no puedo evitar compararlo con Voldemort, porque mi jefe es alguien avasallante, alguien que simplemente impone con su presencia, sin embargo Dean es todo lo opuesto, es esa clase de persona con la que simplemente quieres casarte, esos príncipes de cuentos de hadas.

Dean es esa clase de hombre con el que quieres jugar a la casita.

Y tu y yo sabemos que queremos jugar a la casita con él.

—¿Estas bien? —Murmura, con una dulce sonrisa en el rostro.

—Si —respondo, escueta.

—¿En qué estabas pensando para golpear el saco así?

—Estaba imaginando que estaba en una pelea de lucha libre —murmuro, casi sin pensar.

—¿Por lo menos ganaste?

—Claramente no —respondo, rodando los ojos.

Es en ese momento que me doy cuenta lo que acaba de pasar, la posición en la que estamos y donde se encuentran las manos de Dean, que están casi tocando mi trasero.

De repente nuestras sonrisas se borran, cambiandolas por una expresión más seria y este es uno de esos momentos de películas, ¿si sabes lo que quiero decir? Cuando los protagonistas chocan y caen y se miran intensamente para después besarse, y sería una completa hipócrita si dijera que la idea de besarlo no pasó por mi cabeza, pero sepan entender, mi triángulo de las bermudas había sido redescubierto hace pocos días y una vez que comienzas a tener una vida sexual activa, como que le agarras el gustito.

De todas maneras quien carraspeo matando el momento fue Dean, que se removió incómodo, haciendo consciente de que su parte íntima casi se rozaba con la mía, y por Dios, mentiría si dijera que aquello no hizo que me de un tirón en el vientre.

Es por eso que de manera torpe me levante, apartándome, en un principio porque me había hecho sentir incómoda sentir aquello y segundo porque de quien estábamos hablando era el mejor amigo de mi jefe.

—Lo siento —repito, mientras me sacudo el polvo inexistente de mis pantalones, ustedes saben, para mantener mis manos ocupadas.

—Está bien —responde él, poniéndose de pie y apoyando sus manos en su cintura sin dejar de observarme. —Podría enseñarte, ¿sabes?

—¿Lucha libre? —Pregunto, distraída.

—No —responde él, riendo por mi ocurrencia. —A golpear el saco de box.

—¿Seguro? Porque esto que acabas de presenciar es nada en comparación con lo que suele pasarme.

—Me imagino que sí —dice él, negando con la cabeza y sin dejar de verse divertido. —Pero puedo ser un buen maestro.

—Está bien —respondo, asintiendo, porque la idea de aprender boxeo y que sea él mi maestro, me parece de lo más interesante, y aparte porque necesito distraerme. —¿Quieres que empecemos ahora?

—¿Ahora? —Pregunta él, observando a su alrededor.

—Lo siento, que estúpida —me excuso, porque claramente no se refería a enseñarme ahora. —Debes de tener muchas cosas que hacer.

—No, para nada —niega él y vuelve a sonreír. —¿Empezamos?



Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Where stories live. Discover now