Mi cabeza había suprimido el momento de alivio que había sentido al saber que vivía con una chica, que por su aspecto podría tener mi edad o un par de años más como mucho.

– ¿Cómo crees que tienes esa herida cerrada? – dijo señalándome la pierna con una cuchara que tenía en la mano, en la otra portaba una tarrina de helado de vainilla medio vacía. Mi tripa rugió.

Lamió la cuchara y se desplazó por el apartamento con movimientos agiles y seguros hasta la cocina, donde soltó el cubierto en la pila causando un ruido agudo y metálico.

– Porque si fuese por Jonathan aun seguirías en el ascensor desangrándote, eso seguro.

Su expresión me dio a entender que no se sorprendía en absoluto de verme ni tampoco denotaba incomodidad, pero la verdad era, que yo estaba aterrorizada.

– Gracias por...haberme atendido – no sabía qué decir. – ...Y siento haberos molestado, de verdad. No era mi intención.

– Ahórrate las disculpas. Jona trae a chicas todos los fines de semanas, era cuestión de tiempo que una de ellas viniese herida.

Me quedé petrificada al escucharla. No entendía qué significaba aquello, pero sinceramente no tenía intención de averiguarlo. Con una de las gomas que tenía apretándome las muñecas me recogí el pelo en un moño y suspiré.

– Él... no me ha hecho nada de esto. Mas bien me defendió. Unos hombres me perseguían y tropecé.

La muchacha me observaba con una sonrisa maliciosa en la cara, no sé qué esperaba que hiciese, pero no iba a arrodillarme y agradecerle sus servicios, eso seguro. Era una chica despampanante, con las caderas pronunciadas y una cara perfectamente simétrica, incluso las mechas rosas que tenía en las puntas del pelo la sentaban bien.

Pero también podía percibir que mi presencia aquí la molestaba.

– Ya bueno, no tienes que darme más explicaciones, si he hecho esto es por él no por ti. Y si fueras un poquito más lista sabrías que no te conviene estar cerca de alguien como él. Digamos que es un poco...masoquista con los sentimientos de otras mujeres.

Aquello no venía a cuento, pero las cosas se habían torcido mucho y yo no tenía la culpa de estar en un apartamento con dos personas prácticamente desconocidas.

– ­­No sabes nada de mí, así que déjame tranquila ¿vale? Ya te he dado las gracias por haberme cosido la herida. Y no hay nada de... sentimientos de por medio si es eso lo que te interesaba saber.

Fui todo lo directa que pude, aunque mientras cogía un vaso de la encimera de la cocina mi pulso temblaba igual que los asientos de los aviones durante un despegue. Con la otra mano me agarré la muñeca para calmarme. Llené el vaso de agua y la esquivé al volver al salón, ella me miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados, inspeccionándome de arriba abajo con descaro. Cuando llegué hasta mi móvil pude comprobar que ya estaba encendido.

Escuché sus pasos dirigiéndose a una puerta al lado de la cocina, que supuse que era su cuarto y desapareció sin decir nada más.

Para mi sorpresa mi móvil no tenía apenas mensajes, solo uno de Betty en el que me decía que no aguantaría despierta por mucho que se hubiese tomado dos cafés dobles para saber si había sobrevivido a esta noche. En seguida la llamé, comunicó durante un par de segundos y después lo cogió.

– Si... ¿diga? – su voz sonaba casi en un susurro.

– ¡Betty! Escúchame no puedo hablar muy alto, estoy bien– dije acariciándome la venda de la pierna, notaba los puntos tirantes y me estremecí.

– Oh Nora, eres tú, estaba soñando con ese chico tan guapo que se sienta siempre detrás nuestra... espera un momento ¿No estás en casa? –preguntó aclarándose la voz, pude notar como su alarmismo se intensificaba.

– No... y tuve un pequeño accidente, pero no grites ¿vale? No me he muerto ni nada por el estilo, solo necesito que me cubras mañana por la mañana, no creo que pueda llegar a casa antes de que amanezca.

– Vale...pero ¿te has acostado con ese chico verdad? Y ¿a que te refieres con pequeño accidente? ¡No estoy preparada para ser tía tan pronto! Hay medios sabes...

– Betty ¡por supuesto que no! No era esa clase de accidentes, me caí y tuve que quedarme en su casa, la pierna se me puso como una sandía, no tuve otra opción.

– Vale, vale... aunque si quieres yo puedo dejarte condones...

– ¡Betty por favor! Tengo edad suficiente para comprarlos yo sola, y ¡no! No los quiero, guárdalos todos para ti y ese chico del que hablas, Eddy creo que se llama, estará encantado de usarlos contigo.

– Más quisiera... ¿estas bien no? – dijo riéndose, pero su voz volvía a sonar muy baja y supuse que estaba a punto de entrar en un sueño profundo de un momento a otro.

– Sí todo bien, tan solo... hecha un desastre. Por la mañana escribiré a mi madre, la diré que salí pronto de casa para hacer contigo el trabajo de ruinas griegas que tenemos pendiente.

– Muy bien, si mi madre pregunta, diré que estoy contigo en la biblioteca, estás cubierta amiga. Y estás obligada a contármelo todo cuando vuelvas.

– Gracias Betty, te quiero.

Colgamos en ese momento, pero cuando me di la vuelta allí estaba él, de pie y apoyado sobre el marco de la puerta observándome desde todo lo alto que era.

¿Habría escuchado toda la conversación?

En la piel de Adele ✔️Where stories live. Discover now