CAPÍTULO 5

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Nora

Pasé el brazo por su cintura y él me rodeo por los hombros cargando con casi todo el peso de mi cuerpo, apenas hacía esfuerzo en moverme, me temblaban las piernas y estaba helada de frío.

–      ¿A dónde se supone que vamos a ir? – dije con toda la calma que pude, no quería que la desesperación que sentía me delatase.

–      Iremos a mi casa, tengo un botiquín. Mi compañera de piso es enfermera te curará esas heridas.

Al escuchar las palabras "compañera de piso" y "enfermera" juntas me relajé instintivamente. La mera idea de estar con él a solas me ponía nerviosa y haber acabado en el hospital implicaría llamar a mi madre y la pobre mujer no merecía ser despertada por culpa de mi gran estupidez.

Además, la presencia de otra mujer en medio de este embrollo calmaría las cosas mucho más y después podría irme a casa curada y fingiendo que nada de aquel encuentro desafortunado había ocurrido.

–      Aún no sé tu nombre. ­– dije dubitativa.

–      Puedes llamarme Jona.

Miró a un lado de la carretera apartando la cara de mi vista, como si le diese vergüenza estar presentándose en aquellas circunstancias.

–      No me he enfrentado a unos borrachos y estoy yendo a casa de un desconocido del cual solo sé que es tan raro como yo para saber solo su nombre, ¿no crees?

Puede que me hubiese excedido un poco, pero merecía algo más después de todo. Él suspiró.

–      Jonathan O'conell, ese es mi nombre completo ¿contenta? Ahora te toca a ti, ¿Qué es lo que te gusta más, las matemáticas o las ciencias naturales? – dijo burlándose, sabía que me veía como una adolescente, pero para su desgracia, esa idea se alejaba bastante de la realidad.

–      No voy al colegio si es lo que pensabas, tengo veinte años inútil. – me dejé llevar por mis emociones, pero en seguida me arrepentí de haberle insultado, sobre todo porque aún no conocía sus reacciones. 

Pero lo cierto es que empezó a reírse. Me lanzó una mirada furtiva con la que probablemente pretendía cerciorarse de que decía la verdad, pero sentí como me examinaba.

–      ¿Estás de guasa no? ¿Y por qué llevas esas botas tan ridículas? – Dios. Mi instinto nunca fallaba, y por mucho que le hubiese dado una paliza al hombre que me agredió y pudiese considerarle mi "héroe", estaba claro que este tío podía ser un grano en el culo.

–      Perdona, pero ¿qué tienen de malo mis botas? no creo que sea eso lo que te haya hecho pensar que mi edad fuera la de una quinceañera.

–      No, para nada... en realidad fue eso y tu aspecto.

Se rio de nuevo y esta vez denoté que su rostro se relajaba por completo, parecía casi increíble cómo hacía solo unos minutos estaba siendo poseído por los fantasmas del pasado y ahora su expresión hubiese cambiado por completo.

–      Muy bien, métete con mi físico o con mi ropa, pero al menos intenta cerrar la bocaza hasta que lleguemos a tu cutre apartamento sin ventanas en el que probablemente vivas.

Soltó una carcajada y me volvió a agarrar con fuerza al notar que sus comentarios habían hecho que me despegase levemente de él. No quería sentir su tacto, ni estar allí, pero algo me decía que no había otra salida. Mis piernas estaban a punto de perder toda su fuerza y ver tanta sangre gotear empezaba a nublarme el cerebro.

–      Jona... creo que vas a tener que cogerme...

Efectivamente, mis rodillas cedieron. Pude ver antes de perder el conocimiento, cómo sus brazos me atraían hacia él hasta quedar suspendida en el aire. Mi último pensamiento antes de que todo se quedase negro como el betún, fue un gran arrepentimiento por haberme comido una caja entera de pastelitos por la mañana. Debía pesar una tonelada por lo menos, aunque claro sus brazos parecían tan fuertes...

En la piel de Adele ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora