Horacio, Gustabo y  el resto de mecánicos viajaban en las grúas en dirección al cementerio. Se habían organizado para hacer un pequeño funeral en honor a Juanjo, el joven neófito; pero la mafia también asistía con otros fines, sabiendo que toda la malla estaría acompañando a sus oficiales caídos. Yun y Armando habían sido claros con sus intenciones, las ansias que tenían de ver directamente el dolor en aquel hombre que afirmaba ser el dios de la ciudad eran demasiadas. Además de ello, aunque aceptaran a ambos humanos, la duda se mantenía presente, por lo que aprovecharían cualquier oportunidad para ver como interactuaban entre ellos. 

El menor de los hermanos observaba por la ventana la ciudad, recordando como fue que llegaron el primer día y lo mucho que habían cambiado hasta ahora. Su situación económica era bastante estable, estaban planeando cambiar de casa pues con el suelo del taller y como informantes, ya podían costearse un departamento con bonitas vistas como tanto deseaba. En su momento consideraron la opción de separarse y vivir cada uno por su lado, pero aquella idea fue desterrada al instante. Ya estaban mayores, cada uno con sus rollos sentimentales complicados, pero todo era mencionar la palabra "separar" y, como si de niños se tratara, buscaban una pobre excusa para no hacerlo. 

Gustabo no había querido hablar mucho sobre lo sucedido con Pogo, pero gracias a Conway supo que estaba medicándose nuevamente. Eso aliviaba no solo a Horacio, sino al superintendente y su comisario, pues aquel trío se la vivía con la preocupación de que este desapareciera cuando le dejaban solo. El rubio no había querido decir nada al respecto porque no le incomodaba, pero ahora sí se podría decir que donde estuviera Gustabo, encontrarías a Horacio. El pelirosa se negaba a dejarle solo, además de ello, la compañía de su hermano le permitía despejarse y no pensar de más en el ruso. 

- ¿Todo bien, chiquito? -Cuestionó Emilio, no pasando desapercibido para este lo distraído y algo bajoneado que se encontraba el humano.- ¿A quién mato? 

- No bromees con eso que bien podrías hacerlo. -Respondió el menor, riendo. 

El mexicano optó por conducir cuando notó lo distraído que estaba ese día el más alto, pero sin querer ser un entrometido, solo intentó animarle encendiendo la radio en espera de que su Horacio alegre y cantarín regresara, pero no había funcionado. 

- Por ti lo que sea, Horacio. 

El aludido observó al mecánico unos segundos, sonriendo con ternura. No lo merecía, las razones por las que aún seguía en algo con él eran despreciables, pero él tenía un trabajo que hacer, ellos eran criminales que debían pagar. Desgraciadamente, desde hace mucho dejó de creer esas palabras y las notaba vacías; definitivamente tendría que hablar pronto con el superintendente e intentar llegar a un acuerdo. 

- Estoy bien, perla. Es solo que extraño a Juanjo. -Mintió. 

Ante la mención de su compañero, fue ahora el de coleta quien terminó silencioso y entristecido. Dejaron la conversación hasta estar en el cementerio, notando como la entrada estaba petada de patrullas. Horacio intentó no mirar a su alrededor más de lo necesario, lo que menos necesitaba era chocarse con el ruso y que sus estúpidas hormonas lo delataran. Nada más ubicar a Gustabo en el lugar, se dirigió hasta él y todos juntos ingresaron al lugar. 

El rubio observaba meticulosamente el lugar, sentía a su hermano tenso a su lado y lo entendía, compartían la misma preocupación en ese momento. Sería realmente una putada haber llegado tan lejos y cagarla solo por sus estúpidos sentimientos; sin embargo, para su suerte, el camino hasta la lápida no tuvo ningún inconveniente. 

El ánimo de todos los mecánicos decayó ante la imagen de aquellas lápidas, las cuales eran simples y sin ninguna inscripción además de los nombres. Una para el jefe que perdieron, Facundo, y la otra para el menor, Juanjo. Los mayores se culpaban a sí mismos, dado a lo que se dedicaban la idea de morir no los asustaba y era algo que los perseguía continuamente; sin embargo, el que su compañero desapareciera de aquella forma, sin dejar rastro, era algo que aún no podían entender y solo los hacía sentirse más culpable. 

¿Presa o Cazador?Onde histórias criam vida. Descubra agora