The last memories. (1)

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La lluvia caía sin cesar, el repiqueteo de las furiosas gotas contra la superficie era lo único que se escuchaba alrededor pues desde hace ya un rato, los transeúntes huían desesperados en busca de refugio y así no arruinar sus preciados trajes, sus tan elegantes vestidos. Las calles se encontraban desiertas y parcialmente tranquilas, se podría considerar hasta un poco mágico el sonido de la lluvia y el contraste de estas con el brillo ámbar de las farolas; sin embargo, aquella calma pronto se vio irrumpida por un grito que cada vez se hacía más y más fuerte. 

El pequeño rubio corría lo más que sus cortas piernas le permitían, podías deducir que lloraba a mares por la tristeza y preocupación expresadas en su rostro y semblante pero, las gotas de lluvia, permitían que sus lágrimas fueran camufladas. Observaba con atención cada callejón, ignorando el frío que lo hacía temblar de pies a cabeza, ignorando el dolor en su rodilla al haber resbalado más de una vez. 

- ¡Horacio! - gritó nuevamente, mientras se agachaba bajo un auto con la esperanza de encontrarlo ahí, escondido de la lluvia y esperando por él. 

Un pequeño sollozo escapó de entre los labios del menor al recordar lo que había escuchado minutos antes, como aquel hombre se lo había llevado con engaños: "Gustabo, un hombre vino por Horacio hace poco,asegurando que tú había sufrido un accidente y lo necesitabas".  A nada estuvo de liarse a puños con aquel niño por no impedir que su hermana se fuera, cuando claramente eso olía a engaño desde lejos. Es así como abandonó el refugio bajo el puente que compartía con algunos niños y su hermano, rogando a quien sea que escuchara por encontrar a Horacio con bien. 

No podían haber ido tan lejos, ¿verdad? Hoy era el cumpleaños de Horacio, había salido desde muy temprano con la esperanza de reunir lo suficiente y así poder comprar ese libro para colorear que le había robado el sueño a su hermano desde hace semanas. La idea de colorear página tras página de mariposas le parecía más que aburrida a Gustabo, pero el brillito en los ojos de Horacio fue lo único que necesito para motivarse. Y lo había logrado, después de una tarde muy cansada en la que no solo hizo recados para la señora de la tienda, sino que se aventuró a hacer pequeñas tareas que le permitieran obtener lo suficiente para el libro y una caja pequeña de lápices de colores; sin embargo, ahora estos se encontraban en ocultas en la caja que les servía de "hogar" a ambos. 

Un pequeño quejido lo trajo de golpe a la realidad, girando sobre sí mismo en busca de aquel sonido. Podría reconocer esa voz donde sea que vaya, desde que decidieron escapar juntos se prometió a sí mismo nunca dejar que alguien lastimara a Horacio otra vez; sin embargo, el mundo es una mierda y esta no sería la última muestra de lo asquerosamente podrida que está la humanidad. 

- Gustabo... -Escuchó ahora con mayor claridad la voz de su Horacio y el dolor en su pecho se incrementó. Su mirada fue a parar en aquel callejón de donde provino y a cada paso sintió su corazón encogerse, rezando a quien le escuchara porque su pequeño se encontrara bien. 

Corrió, internándose en aquel pasadizo en penumbras, intentado ajustar su vista en la oscuridad y un nuevo sollozo escapó de entre sus labios al ver aquel bulto casi oculto entre las bolsas de basura. Ni el frío, ni la lluvia, ni el dolor en sus rodillas le impidió dejarse caer junto al menor sin saber que hacer; muchas veces solía olvidar que el también era un niño, sus ansias por cuidar de Horacio lo obligaron a madurar en pasos agigantados y tomar el rol de "adulto" pero, justo en ese momento, solo pudo romper a llorar aún más frente a tal escena. 

Horacio trataba de ocultar su desnudez frente al mayor pero el dolor que sentía no se lo permitía, sus brazos dolían pues en su intento por defenderse había recibido más de un golpe y seguro estaba de que su muñeca izquierda estaba rota. Se notaban las marcas rojas en sus brazos y cintura, su pequeño rostro inflamado y ensangrentado que solo dolía más al llorar. Intentaba divisar a Gustabo pero la hinchazón en su ojo izquierdo le dificultaba y sus lágrimas solo conseguían que la herida en su labio superior ardiera en demasía. Cuanto rogaba Gustabo porque ahí terminara todo, que esas heridas fueran las únicas; sin embargo, al observar sus piernas pudo ver el caminito ensangrentado entre las mismas. 

Tomó con cuidado entre sus brazos el cuerpo roto de su hermano, intentando cubrirlo con los retazos de aquella desgastada camiseta. La desesperación era notorio en el mayor, pero si continuaban bajo aquella implacable lluvia, tendrían que sumarle una fuerte gripe a sus problemas. Besó con sumo cuidado la frente del más bajo y sin decir nada se giró, pidiéndole en un susurro que se subiera a su espalda. Gustabo tenía 10 años, dos más que Horacio y en momentos agradecía que el contrario fuera más pequeño y delgado que él, pues así se le facilitó el cargarlo en su espalda y correr lo más que le daban sus piernas a su refugio. 

Descubrió con horror que para ninguno de aquellos niños era algo sorpresivo, observó como se organizaron de forma silenciosa y, con resignación plasmada en sus rostros, ayudaban a Horacio. Lo tomaron con cuidado y lo refugiaron entre aquellas mantas viejas mientras se ponían manos a la obra, pero él solo pudo alejarse hasta la pared más cercana y por segunda vez, romper a llorar. 

Los fuertes sollozos agitaban su cuerpo mientras cerraba sus manos en pequeños puños, ansiando encontrarse con aquel desgraciado que lastimó a Horacio, deseando haber sido él quien pasara por eso y no su pequeño. Horacio era una luz tan brillante que incluso para alguien como Gustabo, le fue fácil caer rendido ante aquella preciosa sonrisa que le dedicaba día a día, aún cuando no tenían ni un pan para comer o eran golpeados por los niños ricos, Horacio siempre logró sacar lo mejor de él y obligarlo a seguir adelante. 

¿Por qué rememoramos este echo? Porque es aquí cuando Gustabo cambió. Mientras observaba como aquellos niños se encargaban de su hermano con manos expertas como si no esta no fuera la primera vez que se veían envueltos en una situación así; es ahí cuando aquel pequeño rostro bañado en lágrimas se convirtió en uno de determinación, en la determinación de no permitir nunca más que alguien volviera a lastimar a su hermano. Se puso en pie con piernas temblorosas, sintiéndose cansado después de aquel día pero aún no acaba, él lo necesitaba; se acercó a la caja y tomó los regalos para Horacio, apresurándose en regresar hasta él y agradeciendo a todos con la mirada cuando les dieron espacio y los dejaron tomar posesión del lugar más "cómodo" bajo aquel desagradable puente. 

Rodeó con ambos brazos el cuerpo del más bajo, intentando sonreírle aunque quisiera tirarse a llorar nuevamente al ver su bonito rostro lastimado. Acarició con suavidad los oscuros cabellos del menor y dejó nuevamente un beso sobre la frente ajena. 

- Feliz cumpleaños, Horacio. -Murmuró, alzando su diestra hasta lograr mostrarle lo que ocultaba tras su espalda. Aquel libro para colorear con diversos dibujos de mariposas y la caja de colores. Paseó su mirada por el magullado rostro, soltando lágrimas cuando vio como esbozaba una pequeña sonrisita al ver lo que deseo por semanas; sin embargo, poco duró aquello pues buscó con el ojito que no tenía hinchado su mirada y rompió a llorar. 

Horacio temblaba entre sus brazos, llorando de dolor y miedo por lo sucedido horas antes y Gustabo solo pudo aferrarse más al pequeño, recordándole que como lo prometió el día que lo salvó de la bruja que se hacía llamar su madre y lo golpeaba hasta dejarlo inconsciente, siempre estarían juntos. 


¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora