Capítulo 1: Nacimiento

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El taller en el que Sabino Segreti trabajaba tenía una política de cero desperdicio. Esa era la condición que el dueño le había puesto cuando se lo vendió, hace ya más de diez años, y como Sabino llevaba una gran relación con él cumplió su promesa durante todo ese tiempo.

O algo parecido.

A decir verdad, nunca sabía qué hacer con los trozos de vidrio rotos. No era como si no pudiera transformarlos en algo, pero sus terminados puntiagudos lo disuadían de intentar cualquier cosa, convencido de que no funcionaría. Podría simplemente haberlos tirado a la basura, pero su sentido de la responsabilidad con el anterior dueño del taller se lo impedía. Así que Sabino mandó a construir un pequeño armario con estanterías que con el tiempo sufrió varias remodelaciones para ajustar su tamaño, que con los años crecía cada vez más. Las repisas de madera estaban recubiertas con los trozos de vidrio roto, en diferentes tamaños y colores, que no habían resistido ante las manos de Sabino, quien esperaba pacientemente a que llegara la ocasión para poder utilizarlos.

Sabino Segreti pensaba que sería complicado intentar incorporarlos todos en una sola pieza, pero eso era exactamente lo que más le gustaría hacer. Aunque el significado detrás de ellos fueran los innegables fracasos de las obras, a él le gustaba considerarlos más como tesoros. Le hubiera gustado poder exponer su colección orgullosamente en un escaparate colocado justo en frente del taller para que todo el que entrara tuviera la oportunidad de admirarlos. Pero siempre había cierto recelo al respecto. Los tesoros, hasta donde Sabino tenía entendido, debían de mantenerse en secreto para que no perdieran aquella peculiaridad que los hacía especiales. Por no mencionar que los cristales rotos eran una gran materialización de su vulnerabilidad, así que no tendría sentido exponerlos ante el ojo crítico de todos.

La mayoría de los fragmentos de vidrio que se encontraban en las repisas del armario tenían una conexión especial con él. Todos estaban repletos de la frustración de haber fallado en algo, sí, pero Sabino veía en ellos la naturaleza más cruda de las obras finales que producía. Como si fueran la idea original, un boceto perfecto que representaba la esencia hundida entre sus obras de vidrio soplado.

Cada uno tenía una historia, justo como las piezas terminadas.

Entre las estanterías se encontraba el primer intento fallido del jarrón que había hecho como regalo a la que después de unos años se convirtió en su esposa. Era el día en que finalmente conocería a sus padres, un momento sin duda importante. Tenía la intención de llevarles algo, pues presentarse en la casa con las manos vacías le parecía inaceptable. Sin embargo, no tenía ni la más mínima idea de qué regalarles. Su misma novia le dio la sugerencia del jarrón, y como no se le ocurrió una idea mejor decidió llevarla a cabo. Era la primera vez que hacía algo así y los nervios le ganaron en los primeros esfuerzos. Así fue como nació la forma alargada color rosa pastel que se asomaba en la primera repisa de las estanterías.

En otra ocasión, Sabino tuvo que llevar a cabo un pedido para un cliente importante. Si no se hubiera encontrado corto de dinero probablemente habría rechazado el trabajo por haberle parecido una petición poco profesional que no se adaptaba a su estilo habitual. Pero el dinero mueve montañas. Así que Sabino se las tuvo que apañar, construyendo pequeñas figurillas de animales vidriosos y teniendo que aprender a la mala el duro arte de esculpir los más pequeños detalles.

Quedándose despierto hasta altas horas de la noche, Sabino Segreti logró terminar la comisión. Los animalitos se encontraban enfilados, listos para ser empaquetados y enviados al cliente. Una gran sonrisa de satisfacción surcó el rostro de Sabino, mientras se sentaba a tomar un descanso. No es ningún secreto que cuando a uno le falta sueño su percepción de espacio y profundidad cambia. Es por eso que Sabino terminó pensando que el banco se encontraba mucho más abajo y a la izquierda de lo que en realidad estaba, dio un tropezón y al intentar aferrarse a algo tumbó uno de los animales, que terminó derribando a los demás en un macabro juego de dominó que Sabino no pudo detener.

El Soplador de VidrioWhere stories live. Discover now