𝟰

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Los días dejaron de ser buenos desde su partida.

—Hinata, te ves cansado. —Suga le vio con preocupación.

—No he podido dormir, es todo.

No estaba mintiendo, al menos no del todo. Era verdad que no podía dormir, pero nunca mencionó el por qué. El cumpleaños de Atsumu ya había pasado y aunque hubiera querido visitar su tumba, la culpa no le dejaba de comerle la cabeza; hubiera querido llevarle flores y contarle todo lo que había pasado después de irse, probablemente tampoco quería encontrarse con su hermano, porque aunque no fuera él, cada que lo veía volvía a sentir su corazón palpitar. Hinata sabía que aunque vinieran más personas, nadie sabría amarlo como Atsumu sabía hacerlo. Atsumu era irreemplazable, de eso estaba seguro.

—Oye Hinata, iremos por un helado,   ¿quieres venir? —Tanaka y Nishinoya lo vieron.

—Tal vez otro día. —aunque probablemente ya no habría otro día.

Atsumu nunca supo lo mucho que Hinata lo amaba. Nunca supo que le encantaba observarlo cuando dormía o cuando sonreía. Nunca supo que cada de sus días se veían mejorados sólo por su existencia. Nunca supo lo enamorado que estaba de él, y esa pesadez en la garganta de Hinata le avisaba que hubiera dado todo por gritarlo a los cuatro vientos.
Continuó viendo por la ventana con mínimas esperanzas de ver a Atsumu en la entrada de la escuela esperándolo para irse juntos a casa. Todos los días lo esperaba sabiendo que nunca iba a llegar.

Le gustaba engañarse. En ocasiones se decía así mismo que Atsumu había salido de viaje por un largo tiempo y cuando regresara, le daría todo el amor que había guardado para él. Podía ser que Atsumu ya no tuviera vida y ya no pudiera abrazarlo, pero cada que le venía un recuerdo a la mente de ellos dos, sabía que ahí estaba, sabía que lo esperaba junto a un río para vivir aquella vida de la que tanto hablaban; podía sentirlo en cada mañana al sentir el aroma a fresas en su almohada, en cada invierno, en cada otoño cuando solían saltar sobre las hojas, en el gimnasio jugando el deporte que tanto los había unido, en la brisa de la playa, en la risa de su hermana, en sus mejores amigos, en el voleibol, en Kageyama.
Atsumu estaba ahí con él, en las pequeñas cosas.

Puede que Atsumu no tuviera vida, pero dentro de Hinata, aún ardía ese fuego. Y jamás dejaría que se extinguiera.

—Espero no te moleste esto Tsumu. —dijo hablándole al cielo. —Pero creo que debo dejarte ir.

El cielo en respuesta comenzó a atraer nubes grises y pesadas, avisando que una lluvia llegaría a la ciudad.

—Será por tu bien y también por el mío.

—Oye idiota, vas a mojarte todo, ven acá abajo conmigo. —aquella sonrisa que Hinata le dedicó a Kageyama, lo dejó sorprendido pero muy feliz.

—Debí decirte esto cuando estabas vivo, pero, te amo.

VACÍO || atsuhinaWhere stories live. Discover now