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Diario de Jereth —nota de Jimena—:

"Te perdono".

Finalmente, me quedé dormida en su pecho, arrullada por su aroma. Era la primera vez que descansaba apropiadamente desde que estuve en el calabozo; sin embargo, la pesadilla estaba más lejos de terminar de lo que creí. No sabía si podría soportar verlo nuevamente y, mucho menos, presenciar su muerte.

Todavía recordaba cuando jugábamos a escondernos entre los cultivos; cuando nos quedábamos hasta tarde estudiando, pues él insistía en enseñarme a leer y escribir; cuando íbamos a la iglesia y cantábamos: todavía recuerdo todo. Y, lamentablemente, todavía no estaba lista para olvidarlo. No sabía cómo sería mi vida sin su compañía, no sabía si podría sonreír como lo hacía a su lado. No obstante, no estaba sola.

Gonzalo había sido una sorpresa para mí. Logró derribar mis prejuicios y enseñarme que el mundo no está pintado en blanco y negro, sino de una amplia variedad de grises. Me ha demostrado su amor innumerables veces: me perdonó un intento de asesinato e, incluso, la infidelidad. Me mostró una nueva manera de amar, una que ni mis padres me habían brindado. Además, me hizo recordar que los poderosos también son personas, pues cometen errores, y no necesariamente porque tuviesen malas intenciones.

¿Cómo no amarlo?

Sin embargo, el miedo no se iba. Sabía que no había terminado de madurar, sabía que no estaba preparada para acompañarlo en el trono, sabía que podría cometer errores. Eso me asustaba; convertirme en lo que siempre odié.

Si Jereth hubiese sido mi Alfa, no tendría que sufrir por esto.

Pero él no sabe amar y amamos a Gonzalo.

Sí, loba, lo amamos.

Entonces, luego de una larga siesta, me desperté. Mi Alfa seguía a mi lado, observándome dormir. Su mirada tenía un brillo singular que me hacía sentir amada. Me hacía tan feliz.

—Ya despertaste, bella durmiente.

—Sí —contesté sonrojada.

—¿Te he dicho lo mucho que me encantan tus ojos?

—Sí, demasiado —dije, y él sonrió.

—Pues te lo repetiré hasta que quedes convencida.

Entonces, se acercó y enfocó su mirada en mis labios. Me sentí atrapada y expuesta, como un libro abierto ante él. Además, su aroma se hizo más intenso, atontándome ligeramente, embriagándome. Sus labios se vieron tan tentadores y, en cuestión de segundos, ambos ya estábamos uniéndonos en un beso. Fue lo que tanto anhelaba desde que decidí aceptar mis sentimientos, fue lo que necesitaba para reafirmar lo que el destino juntó. Fue tan dulce y algo hambriento, simplemente, perfecto.

Sí, es nuestro destinado.

Después nos separamos y quise decirle algo, pero la puerta fue tocada, arruinando el momento. Era el general, quien anunció que todo ya estaba listo para la ejecución.

—Estamos listos, señor. Los nobles, las autoridades de la Iglesia y los pueblerinos han sido convocados.

—Gracias, general. Ahora llame a las mucamas para que se encarguen de alistarnos.

—Inmediatamente, su majestad —respondió antes de hacer una reverencia y retirarse.

Por lo tanto, me levanté de la cama con intenciones de ir a mi vestidor, para que me alistaran. No obstante, unos brazos me detuvieron, sujetándome de la cintura.

—No pienses que te irás sin darme otro beso —susurró en mi oído, causando que mis mejillas se tiñeran de un intenso rojo.

Me puse nerviosa y no supe cómo responder.

—No debes decir nada, solo bésame.

Lo hice, no sé de dónde saqué el valor, pero uní nuestros labios. El contacto fue incluso mejor que el anterior. Su aroma se hacía más y más fuerte. Sus manos bajaron a mis caderas, atrayéndome más a su cuerpo. Mis brazos enroscaron su cuello y me puse de puntitas para intensificar el contacto. Luego, su lengua entró juguetonamente a mi boca, comenzando una inusual danza entre el calor. Por segunda vez, me sentía deseada; quise dar el siguiente paso, pero nos volvieron a interrumpir. Era la mucama, quien, por ser una Beta, no pudo percibir la intensa presencia de nuestras feromonas en la habitación. Entonces, Gonzalo se retiró con un leve sonrojo en su rostro, dejándome a solas con la mucama.

Luego de varios minutos, ya nos encontrábamos reunidos en la plaza, donde sería la ejecución. El ambiente se sentía tenso. Algunos no entendían qué estaba pasando y otros inventaban rumores, pero, de cualquier manera, se sabía que algo grave había ocurrido. Por lo tanto, cuando Jereth fue presentado ante el rey, con las prendas rotas y el cuerpo cubierto de heridas frescas de látigo, la sorpresa no fue tan grande.

Veré morir a mi mejor amigo. ¿Qué puede ser peor que esto?

—¡Nunca la hará feliz! —gritó Jereth, quien estaba arrodillado y con los ojos vendados, expuesto ante la mirada crítica, ante el repudio. Me dolía tanto, pues la responsabilidad no solo caía sobre sus hombros, sino también sobre los míos— ¡Jim! ¡Tú sabes que es verdad!

—El Beta Jereth ha sido condenado por traición a Agustina, dos intentos de asesinato, un asesinato a una Omega no identificada y dos asesinatos a miembros de las nobles fuerzas de defensa. Por lo tanto, como su rey y juez supremo, lo sentencio a la pena máxima, a la ejecución pública —dijo Gonzalo firmemente, ganándose el aplauso de la nobleza, de la Iglesia, de las fuerzas de defensa y de una parte del pueblo. Sin embargo, yo no pude aplaudir con ellos ni mirar a mi mejor amigo—. Ahora, prosigamos. A su orden, general Arturo de las Rocas.

Ya lo perdí.

—¡Eres un maldito tirano y el pueblo no debe olvidarlo! —gritó Jereth nuevamente, ganándose el aplauso de algunos campesinos— ¡Jim, te estás vendiendo! ¡Te has perdido a ti misma! ¡Eres lo que jamás quisiste ser!

No pude evitar romper en llanto; me herían sus palabras, me dolía su desesperación, me mataba su rechazo. Sin embargo, no había vuelta atrás, no había manera de hacerlo cambiar de opinión, no había forma de regresar al pasado y evitar esta tragedia. Debíamos tomar la responsabilidad de nuestros actos. Jereth debía morir y yo debía perderlo.

Hoy no solo pierdo a mi mejor amigo y primer amor, sino también a mi hermano.

Adiós —murmuré entre lágrimas. Luego, cuando el general dio la orden, la cabeza de Jereth fue cortada.

Ya todo ha terminado.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Where stories live. Discover now