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Diario de Jereth —nota 3—:

"Cuando era niño, mi padre Beta me enseñó a leer y escribir, pues, en su juventud, vivió en otro reino, en el que aprendió. También, me contó sobre su hermana, una Omega sin aroma, quien fue desterrada al bosque. Me reveló que, a causa de eso, decidió huir".

Desde que nos encontramos en el jardín, no volví a ver a Jereth, así que supuse que ya se había retirado. Sin embargo, su melifluo aroma seguía rondando por mi mente, causando que anhelara su cercanía una vez más.

—¡Deseo hacer un brindis! —exclamó el Alfa Carlos, con una copa de vino en mano— Brindo por la bella pareja real y por una fructífera temporada de apareamiento. ¡Salud!

—¡Salud! —contestamos todos, dándole fin a la fiesta.

Las mucamas me alejaron de mi esposo para asearme, perfumarme y vestirme con las más delicadas sedas. Después me guiaron a la alcoba nupcial, en la cual debía esperar a Gonzalo, quien me marcaría como su Omega para siempre. Me reclamaría ante la diosa Luna, jurando que me amaría hasta la muerte. No obstante, esa cama sería su lecho de muerte y el inicio de un nuevo reino.

Tan solo debes hallar el valor para matarlo.

Me aseguré de que la daga estuviese correctamente escondida en el borde del colchón de plumas. Luego, me recosté con delicadeza sobre este, como Sofía me había enseñado, y me decidí a esperar a mi Alfa. Sentí su lobo llamar a la mía y un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Tal vez tenía miedo, tal vez, solo nervios, tal vez, emoción, pero me estaba consumiendo... La temporada de celo había empezado.

Mantente cuerda. No dejes que tu loba te domine. Tienes un propósito y no puedes permitir que te marque.

La puerta de la habitación fue abierta y un embriagante aroma a menta y pistachos se hizo presente. Por un momento nubló mis sentidos, mas mi fuerza de voluntad era mayor que cualquier instinto animal. Sin embargo, sabía que su toque podría desmoronarme y evitar que cumpliera con mis objetivos.

—Omega —me llamó con su característica voz ronca, aunque esta vez no era él, sino su lobo.

—Alfa —respondí de forma inconsciente, pues mi loba también había tomado control de mí.

Corrió hacia mí y me estrechó entre sus brazos, uniendo sus labios con los míos. Se sentía tan dulce, como la miel, pero tan brusco, como una tormenta. Y sus manos frías, aunque quemaban mi piel, no se alejaban, como si desearan grabarse cada detalle de mí. Se dirigió a mi cuello, olfateando y lamiendo, pues tenía un ferviente deseo por clavar sus colmillos en él. Ese mismo anhelo lo compartía con mi loba, quien intentaba disfrutar de la calidez que nos regalaba el momento.

Quería que me tocase, que me mordiese de una vez. Quería disfrutarlo, no como años atrás. Quería que terminara de desnudarme, que me dijese que era hermosa y que demostrara que le pertenezco y que me pertenece. Quería seguir sintiendo sus manos y que él sintiera las mías. Quería saber qué se sentía ser amada y qué se sentía amar. Quería despertar cada mañana a su lado, con una marca en el cuello.

Sin embargo, eso no debía pasar.

Él seguía besando mi abdomen, haciendo que me retorciera de placer. Estaba distraído, de modo que el momento de sacar la daga de su escondite había llegado. Entonces, extendí mi mano y la sujeté del mango. De repente, Gonzalo dejó de besar mi piel y me miró a los ojos, como si se preguntase algo, como si supiese algo.

—Te amo —susurró—, así que tienes la oportunidad de soltar esa arma y continuar con esto.

—Yo también te amo —susurré también, aunque con los ojos cerrados—, pero solo porque la Luna me está obligando. —Abrí los ojos.

¡Ahora!

Ágilmente, moví mi brazo, aún sin soltar el puñal, para matarlo...

Adiós, su majestad.

«La Omega del rey» •  [Historia original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora