1. El Concierto

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Capítulo 1 "El Concierto"


-Esto es malditamente rosa.- me sentía como una malteada. La altura de los zapatos no me molestaba, ni la poca longitud de la falta o lo holgado de la blusa, lo que me molestaba era el color. Rosa algodón de azúcar. Mi mente estaba vomitando todo tipo de líquidos corporales. 

-Mi vida, es lo único de tu talla.- mi progenitora me veía con los ojos iluminados. Esa era nuestra diferencia, ella pensaba que esto era hermoso y yo lo veía como algo, bueno, todo menos hermoso. 

Éramos tan diferentes. En sus tiempos libres ella pintaba, en mis tiempos libres me escapaba y me hacía tatuajes en lugares donde mi madre nunca se daría cuenta. Ella escuchaba música clásica, yo escuchaba todo tipo de música excepto esa mierda. Lo siento madre, no es mi culpa que sea tan ñoño

-¿Y la peluca qué?-pregunté, mirando la maraña de pelos rubios que picaba como el diablo. 

-No es necesario que enseñes tu horrible y espantoso corte de cabello.- cerró los ojos como si estuviese recordando a un monstruo.

-A mí me gusta -reclamé, frunciendo el ceño y fulminándola con la mirada a través del espejo. 

-Solo quiero que encajes, mi vida -besó cortamente mi frente. 

-Puedo ir a comprar ropa nueva, vi una tienda... –dije, pero ella inmediatamente me interrumpió. 

-Si no vas así al instituto te juro que me encargaré de que tu ropa y tus cosas se quemen en el infierno -amenazó con su dedo índice tamborileándose frente a mi nariz. Y dice que yo soy la sádica...

-Bien, pero no me pondré tu maldito maquillaje -rodé los ojos, alejándome del espejo y sentándome en la orilla de mi cama.

-¡No maldigas, Rylee! -me regañó, subiendo siete veces el tono de su voz. 

Lamí mis labios irritada, rodando los ojos y hundiéndome más en la cama, subiendo la colcha a mis piernas para cubrir el rosa cegador de la falda parecida a la que usan las prostitutas. No tenía ni idea de por qué estaba haciendo esto.


-Maldición, maldito maquillaje, maldita falda, maldita blusa, maldito mundo -maldije rápidamente, como si estuviera leyendo.

-Rylee, una maldición más y te voy a castigar -dijo, masajeando sus cienes, como si yo le diera dolor de cabeza. Bueno, pues estamos a mano.

Rodé los ojos, cruzándome de brazos. -Sólo te pondré un poquito de rosa en los labios, preciosa -dijo ella, surgiendo de nuevo la conversación pasada.

-Ya estoy yendo como vomito de unicornio, confórmate con eso. 

Dije y me puse de pie, agarrando mi mochila y poniéndomela en el hombro, camino al maldito infierno llamado instituto. 


Es increíble lo que un poco de ropa puede hacer. Nunca he sido muy... social —a falta de otra palabra—. Cuando llegué al aula para tomar la clase de álgebra, me senté atrás, como siempre, me callé, como siempre, y no di ninguna señal de socialización, como siempre; y todavía así, solo por el hecho de estar vestida como la muñeca de una niña de cinco años, la gente sí socializo conmigo. 

Si me hubiera vestido con mi ropa de siempre (unos jeans rotos, una camisa de cuadros, botas militares y algunos que otros collares y pulseras), esto no habría pasado. Todo el santísimo día tuve que ver como los labios de una rubia se movían frente a mi cara. La pobre no sabía que no escuchaba ninguna de las palabras que decía. Simplemente asentía de vez en cuando, algunas veces abriendo los ojos exageradamente murmurando un "Woah", y mordiendo el piercing derecho que tenía en mi labio inferior. 

Saviour - Andy BiersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora