CAPÍTULO I

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El capitán Agramonte era un hombre que aventajaba en tiempo a marinos que apenas rodeaban el sexto peldaño de vida

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El capitán Agramonte era un hombre que aventajaba en tiempo a marinos que apenas rodeaban el sexto peldaño de vida. No había marino como él. Sus vivencias superaban, y por mucho a cualquier apología heroica y no existía uno igual que pudiera hacerle frente a ese barril sin fondo que era su estómago, si de beber cerveza se trataba.

No tenía esposa y por su necia cabeza jamás concibió la idea de tener hijos.

Poseía la propiedad más famosa en Valle Del Puerto. Era el caserón más grande y antiguo del valle. Sus cimientos proclamaban ostentar una antigüedad única en toda la Gran Colombia. Su existencia antecedía incluso a la primera de seis generaciones de los Agramonte.

Se decía que dicha edificación era por y mucho más longeva que el pueblo y el puerto mismo.

Cuando llegaron los primeros colonos, con fines de asentar las bases de lo que sería la aldea del valle costero en un futuro, la casa ya estaba construida y perfectamente terminada, pero también en estado de abandono y fuerte deterioro.

Aquella vivienda predominaba en la sima de la colina más alta del valle, siempre amparada por cortinas de misterio, por sus terrenos galopaba constante un aura de vibras malsanas.

Como nunca se descubrió al o los propietarios de la casona y sus terrenos, la edificación terminó convirtiéndose en un símbolo histórico en Valle Del Puerto, pese a emanar una energía febril capaz de abarcar varios kilómetros de distancia.

Finalmente, el gobierno local tomó poder sobre la propiedad, aceptándola como un patrimonio incomprendido, también como un punto turístico.

Para los lugareños de Valle Del Puerto la casa despuntaba algo prohibido e incluso maligno para cualquier persona. Nadie se atrevía a contemplarla por mucho tiempo ni mucho menos acercarse a ella. Los pocos que osaban alardear de valentía no pasaban más allá del patio trasero del caserón. Sin razón alguna terminaban gritando aterrados corriendo colina abajo.

Pese a esto, la discordia entre el pueblo y el caserón cambió levemente cuando el capitán Agramonte compró la propiedad al gobierno local.

El marino no reparó en gastos ni tampoco se dejó amedrentar por los sin fines de leyendas y habladurías aterradoras que precedían al terreno.

El capitán en verdad era valiente y no ablandaba por cosas que jamás había vivido. Las travesías a mar abierto le convirtieron en un hombre de fuerte determinación y de obstinado escepticismo.

Para desgracia de los aldeanos era un lujo perdido y desperdiciado. Ese marinero adinerado y borrachín ostentaba su hogar con abandono y decadencia, no tenía tiempo para arreglarla, pero tampoco el ánimo de pagar a otros por trabajar en su mantenimiento. De admitir es, que por más dinero que el capitán ofreciera a la labor, ninguna persona en Valle Del Puerto compartía el gusto por entrar a la casona.

CAPITÁN AGRAMONTEWhere stories live. Discover now