Capítulo 7 Rozando el cielo

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Por nuestro tercer aniversario de matrimonio, llevé a mi familia a un largo viaje por Europa y al regresar, después de haber conducido en Roma la de un amigo, quise comprar una motocicleta, pero no hubo manera de convencer a Eva Luna que si la conducía con prudencia, no sería peligrosa. Después, apoyado por Danny, me compré un segundo auto, un Lamborghini Diablo VT 6.0 SE dorado, al que mi hijo bautizó como Trueno y dos años después, un Opel Speedster VX220 Turbo color plata metálico que recibió el nombre Centella. Eva Luna se burlaba de mí, diciendo que era como un niño, coleccionando autos como juguetes y que me estaba resarciendo por el tiempo que pasé sin querer comprar un auto.

Poco antes de nuestro quinto aniversario, mi amigo Gary Chart me llamó para contarme que su único tío, viudo desde hace dos años, había fallecido y lo había nombrado su heredero. Después de darle mis condolencias, me preguntó si estaba interesado en comprar una cabaña al sur de Oregon, en el condado de Josephine cerca de Grants Pass, una ciudad en la que se podía disfrutar de la historia, el arte, las aventuras al aire libre y la gastronomía fina.

Gary sabía que me gustaba mucho esa cabaña, porque pasamos un verano en ella, cuando estábamos en la universidad, mientras aún vivían sus tíos. Me pareció un excelente lugar para llevar a Danny a lo largo del poderoso río Rogue hasta Hellgate Canyon para hacer rafting, navegar en kayak o pescar. También podríamos ir a Timberline Lodge, el único lugar en los Estados Unidos, donde se podía esquiar durante todo el verano. La compré y la hice remodelar para que cuando llevara a mi mujer y mi hijo, estuvieran lo más cómodos posible, aún en medio de la naturaleza. No logramos realizar ese viaje, los médicos me dijeron que no era recomendable por la salud de Eva Luna, que día con día se deterioraba.

Contra todo pronóstico, mi amada esposa Eva Luna estuvo conmigo por seis años. Su partida fue tranquila, serena como era ella y nos dejó devastados. La lloramos juntos, hasta que ya no nos quedaban lágrimas. Sentí que había perdido mi rumbo, que de nuevo me había quedado sin norte. Tuve que cambiarme de habitación, mientras redecoraban la que habíamos compartido. Buscaba hacer desaparecer cada espacio físico, que había tenido especial significado en nuestra intimidad, especialmente el mobiliario, porque sabía que no lograría dormir en nuestra cama, sin ella entre mis brazos.

No soportaba estar en la casa. Constantemente creía escuchar su voz llamándome o su risa y vi que Danny estaba igual. Se negaba a salir de su habitación y cuando lo llamaba a comer, no aceptaba hacerlo sobre la encimera, donde acostumbrábamos hacerlo los tres, se llevaba la comida a su cuarto. Tambien evitaba acercarse al salón, donde pasábamos horas juntos, hablando, viendo una película o solo escuchando música y ni siquiera se aproximaba a la piscina. Decidí que debíamos alejarnos de la casa ese verano. Me llevé a Danny por dos meses a Oregon, saturé nuestras horas de ocio con deportes y actividades al aire libre, para volver exhaustos a la cabaña, comer y caer rendidos hasta el día siguiente, quedándonos sin tiempo para ponernos a pensar o llorar. No era el viaje feliz que había planeado hacer con mi familia a ese lugar, pero nos ayudaría a superar el duelo, sobre todo a mi hijo.

Estaba cumpliendo treinta y dos años y por primera vez me enfrenté a mi realidad y me vi a mi mismo como viudo con un hijo de catorce años que me necesitaba. Me encerré en mi estudio en casa, donde había estado trabajando los tres últimos años, para conversar y despedirme finalmente de mi esposa fallecida cinco meses antes, mientras me bebía una copa de coñac. No necesitaba más compaña y no tenía deseos de celebrar mi natalicio de otra manera. Después de ese día, me enfoqué en terminar de educar a mi hijo y me volqué al trabajo, por no encontrar mejor manera para sanar mi corazón destrozado y tratar de aliviar mi dolor.

Durante los dos años siguientes, vi los frutos de todo ese trabajo. Las ganancias de AS, Inc., alcanzaron niveles insospechados. El primer año lo celebré comprando un jet privado para mi empresa, un Bombardier Challenger 650 blanco y el segundo año, otro auto para mi colección, esta vez un Ferrari 612 Scaglietti amarillo modena al que por supuesto, Danny le dio nombre, esta vez fue Relámpago. Antes de terminar ese año, hice las horas de vuelo requeridas, aprobé el examen y obtuve la licencia para volar el último juguete que había adquirido, un helicóptero Airbus EC145 azul y blanco llamado Tormenta por Danny, que no solo me serviría de distracción, también para moverme rápidamente entre ciudades. Para vuelos más largos, seguiría usando el jet de la empresa. Dos semanas después del primer vuelo en Tormenta, me entregaron el permiso para operar el helipuerto en la azotea de As, Inc.

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