Capítulo 4.

17.3K 877 44
                                    

En cuanto entro a mi casa, tengo la completa seguridad de que las cosas no se han querido encaminar a mi favor este día. El nuevo profesor, su aparente habilidad para detectarme, y mi discusión con Aaron me tienen tan preocupada que pronto empiezo a marearme, tal como si mi mente hubiese dejado de trabajar y todo mi cuerpo estuviera obligado a moverse de cualquier modo.

La casa está en completo silencio, quizá demasiado para no ser La semana del mes. En días como estos, donde la ausencia de mi padre deja el lugar en total tranquilidad, estoy acostumbrada a ver a mi pequeño y único hermano esperándome paciente en la sala, con los ojos clavados en mí mientras trata de ocultar la felicidad que le genera mi compañía. Sin embargo, en este mismo instante, la sala está tan solitaria como silenciosa, y eso me preocupa mucho más de lo que debería.

Temo que mi hermano aún no haya llegado de su colegio, pero mientras me adentro a la cocina alcanzo a distinguir su pequeño cuerpo escurriéndose en la esquina de la habitación, escondiendo su cabeza entre las rodillas como si pretendiera desaparecer para siempre.

Doy un rápido vistazo al lugar, y descubro un inmenso desastre que me deja sorprendida. A mi derecha, una espesa capa de humo sale del horno, aunque apenas empieza a inundar la cocina de un espantoso olor a quemado. Tirado sobre el suelo, junto a mi hermano, distingo aquel viejo libro de postres que me dejó mi madre tras su muerte. Y no es hasta que veo a mi hermano sujetando el delantal para cocinar cuando creo entender lo que realmente ha ocurrido.

- Thomas... -Le llamo, pero él se queda en la misma posición, incapaz de hacer cualquier otra cosa que no sea esconderse-. Thomas, mírame.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Thomas alza su cabeza y me mira al fin. Sus ojos están inundados en lágrimas, y sus mejillas están tan húmedas que parecen tener brillo propio.

Estiro mis dedos y lo limpio cuidadosamente, para después permitirle acurrucarse en mis brazos mientras él vuelve a llorar; está vez bajo la protección que siempre le he sabido brindar.

- ¿Por qué no esperaste a que llegara para pedirme un postre, Thomas? -Pregunto, señalando el espantoso desastre frente a nosotros, aunque Thomas tiene la cabeza escondida entre mis brazos y se niega a ver el caos que él mismo ha provocado-. ¿Qué es lo que querías lograr con todo esto?

- Yo sólo quería demostrar que podía hacer algo por mi cuenta... -Confiesa después de una larga pausa, y me sorprende que no haya perdido la voz todavía-. Pero ni siquiera he podido preparar el postre más sencillo del libro de mamá.

Encuentro tan extraña su necesidad por cocinar que casi podría empezar a reír, pero el momento y la tristeza de mi hermano me dejan en claro que reírme sólo ayudaría a empeorar la situación.

Thomas tiene once años, seis menos que yo, y jamás ha tomado un utensilio de la cocina por gusto propio. Él disfruta tanto de la culinaria como yo de un salón repleto de personas; y estoy segura de que jamás encontrará divertido preparar un plato de comida, por más simple que sea.

- ¿Es en serio, Thomas? -Digo, al fin-. ¡Pero a ti no te gusta cocinar! No era necesario que lo hicieras.

- ¡Claro que sí! -Se aparta de mis brazos al instante, mirándome con las lágrimas amontonándose en sus ojos-. ¡Tenía que hacerlo! ¡Tenía que demostrarle a mi padre que estaba equivocado y que no soy un inútil como él cree!

La voz se le pierde en la garganta casi al final, y las lágrimas que se amontonaban en sus ojos ruedan libres por su rostro. Intento hacer algo, abrazarlo y acariciarle el cabello para tranquilizarlo, pero me quedo estática, mirándolo llorar con un profundo dolor creciendo en mi interior.

Thomas podrá ser mi hermano, pero a veces siento que las cosas no son realmente así. Después la muerte de mi madre, cuando mi padre empezó a tener sus cambios drásticos de temperamento, Thomas se convirtió en mi única preocupación, como si tratase de mi propio hijo y no de mi hermano menor. Jamás permití que mi padre le hiciera daño; y yo misma me encargué de entrenarlo para que no cometiera los errores que mi padre consideraba graves.

Nuestro entrenamiento no fue más que algo realmente sencillo. Le mostré donde podía esconderse cuando mi padre se enfureciera y no me tuviera a su lado para ayudarlo; le hice jurar que me obedecería cada vez que estuviéramos enfrentándolo; y, por supuesto, le enseñé a permanecer totalmente callado ante la presencia de mi padre.

- Tú no eres un inútil. Y no tienes que hacer un postre como mamá para comprobarlo-le digo, llevando mi mano hasta su cabello para acariciarlo-. Estoy totalmente segura de que jamás serás las cosas feas que te diga papá, así que nunca lo escuches, ¿de acuerdo?

Él asiente con su cabeza lentamente, llevándose la mano hasta los ojos para limpiar las lágrimas que poco a poco han dejado de caer. Sus brazos rodean mi cuello, y entonces Thomas se aferra a mi cuerpo en un fuerte abrazo, como cada vez que la alegría vuelve a nacer dentro de él.

- ¿Podrás enseñarme a cocinar como mamá algún día? -Pregunta, de repente. Y yo experimento un terrible dolor que me desgarra el corazón.

Yo era tan sólo un bebé cuando mi madre se convirtió en mi mayor ejemplo a seguir. Crecí deseando ser bondadosa y perfecta como ella, e incluso intentaba imitar su comportamiento para permitirme ser su copia exacta. Con el paso del tiempo, descubrí que no conseguiría ser igual a mi madre, pero al final, después de pasar tantas horas al día junto a ella, terminé obteniendo su mismo amor por la culinaria.

Recuerdo que todas las mañanas entraba a la cocina y me sentaba en un taburete, observándola preparar la comida con una sorprendente fascinación. Ella me dejaba ayudarla, así que yo lavaba las verduras y hacía los jugos mientras aprendía a usar un cuchillo y a encender la estufa sin asustarme. Un año antes de su muerte, yo había conseguido ser una experta como mi madre, y además podía hacer la comida tan deliciosa como ella.

- Algún día lo haré, lo prometo. -Aseguro en un murmuro, dedicándole una pequeña sonrisa melancólica antes de ponerme en pie.

Mientras ayudo a mi hermano a arreglar el desorden, levanto el libro de postres y lo sujeto con cuidado entre mis manos. Aquella vieja pertenencia de mi madre es una de las pocas que conseguí sacar en secreto del ático, y representa tanto para mí como si sostenerlo significara tener a mi madre de regreso conmigo.

El ático aún conserva todas las pertenencias de mi madre, pero se ha convertido en el único lugar al que temo entrar. Es un espacio oscuro, estrecho, y repleto de horrorosos recuerdos que me atormentan. Los golpes que mi padre me brinda son espantosos, pero jamás serán tan horribles como estar encerrada unas horas en el ático, con las pesadillas amontonándose en mi mente mientras ruego por salir.

Antes de que mi padre me lastimara, había sido el ático su forma de castigarme. Cuando cometía un error, me encerraba en el ático y me obligaba a quedarme más de ocho horas rodeada de las pertenencias de mi madre. Era tan espantoso que incluso el hambre era lo menos importante mientras estaba ahí. Yo sólo rogaba por alejarme de los recuerdos, llorando hasta quedarme sin una sola lágrima más y acurrucándome en una esquina fría y solitaria.

Dos años después, fui yo quien prefirió el maltrato físico antes de tener que volver al ático.

Estoy a punto de revisar el horno, pero es entonces cuando lo escucho. Sus pasos son fuertes y pesados, y su respiración es tan sonora que palidezco al oírla.
Thomas me mira sin comprender lo que ocurre, así que trato de parecer tranquila y calmada para que jamás lo descubra.

- Thomas, ve a tu habitación y enciérrate. -Ordeno, sonando menos tranquila de lo que pretendía.

- ¿A mi habitación? Pero...

- ¡Te he dado una orden, Thomas! ¡Obedece y vete ya! -Él da unos pasos mientras duda lo que hace, pero no tarda mucho tiempo en entender lo que sucede y sale corriendo, tan silencioso como le he enseñado.

Trato de arreglar lo que falta lo más rápido que puedo. El horno está en perfectas condiciones, pero la masa que yacía dentro de él está lo bastante quemada como para que la cocina esté completamente inundada en un espantoso olor.

Pretendo hacer algo, pero ya es demasiado tarde. Escucho sus pasos a mi lado, su respiración recorre mi cuello, y ya me he quedado completamente estática para él.

- ¿Quién ha hecho este maldito desastre? -Me pregunta, y su aliento me genera una terrible sensación que me congela.

Suena terriblemente enojado, además da más miedo de lo que podría imaginar. Sé que estará dispuesto a hacer el peor daño al causante de esto, pero no puedo ser capaz de permitírselo ahora.

- ¡Respóndeme, estúpida perra! -Exige después de mi extenso silencio-. ¡Dímelo ya o te romperé la boca para que tengas una verdadera razón para no hablar!

Quiero gritar furiosa por el regreso inesperado de mi padre; por el desorden que pondrá en graves problemas a mi hermano; y por ser tan miedosa como para impedirme hacer algo para evitarlo.

Pero entonces, consigo respirar profundo, y cierro los ojos antes de responderle:

- Fui yo.

• • •
¡Espero que les haya gustado el capítulo! No se olviden de votar y comentar. ¡Gracias por leer! Pronto subo el siguiente capítulo.

Maltratada por un profesorWhere stories live. Discover now