Capítulo 30.

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Antes de la muerte de mi madre, no había una persona con la que me sintiera más segura que con mi padre. Había días donde su ausencia me aterraba, noches en las que su compañía me calmaba, y tardes en las que consideraba su sonrisa la cosa más perfecta que había visto jamás.

Después de haber perdido a mi madre, no sólo estaba dolida por haber presenciado su asesinato justo frente a mis ojos, también me dolía haber perdido al hombre gentil y bondadoso que alguna vez había sido mi padre.

Cuando empezó a encerrarme en el ático, solía llorar desesperada mientras miraba la puerta por la que había visto el rostro enfadado de mi padre por última vez. Y no lloraba por miedo, frío o hambre; lloraba porque temía perder a mi querido y dulce padre para siempre.

Recuerdo que a mis seis años, una de mis profesoras había pedido a toda la clase que hiciéramos una carta a nuestro más grande héroe. Era un momento tan creativo y único que muchos de mis compañeros habían decidido escribir para Superman, Batman, Spiderman y otros seres increíbles de sus comics. Pero yo no. Yo le había escrito al único héroe en mi vida: Mi papá.

Muchas veces lo vi con esa carta en sus manos. La primera vez que la tuvo entre ellas pude ver unas cuantas lágrimas brillando en sus ojos; y después de varios años más, creí haberlo visto guardándola junto a las pertenencias de mi madre en el ático que jamás se atrevió a visitar de nuevo.

Supongo que nunca más volverá a darse cuenta de lo importante que fue en mi vida.

Todavía tengo las lágrimas amontonadas en mis ojos. Pican tanto que temo parpadear y soltarlas de golpe, pero me mantengo firme y miro a mi padre desde la corta distancia que nos separa. Tiene varias heridas recientes en sus brazos, lo noto porque la sangre brilla por todos sus brazos en la oscuridad. También veo unas cuantas heridas más en su rostro, y descubro que son mucho más profundas que las que vi en sus brazos.

No puedo seguir detallándolo más tiempo porque, tan pronto como empiezo a estudiarlo con más detenimiento, mi padre camina en mi dirección y me toma con fuerza entre sus brazos. Tan fuerte que pierdo el aliento. Tan cálido y cómodo que, de pronto y sin siquiera darme cuenta, empiezo a llorar junto a él.

- Lo siento mucho, cariño. Lamento haber llegado tan tarde; en serio lo siento -su voz suena destruida, tanto como aquella vez en el funeral de mi madre cuando quiso decir unas palabras y al final las lágrimas y las palabras atascadas en su garganta le impidieron terminar.

- Está bien, papá. Matthew no consiguió hacernos daño, todo está bien.

Ni siquiera consigo procesar lo que he dicho porque mis labios aún saborean la palabra "papá" pronunciándose como si fuera un dulce postre de mi madre. He pasado siete largos años llamándole por su nombre como él me ordenó tras el asesinato de mi madre, y volver a llamarlo como solía hacerlo cuando era una niña me llena de tanta alegría que soy incapaz de creérmelo.

- No -susurra, y se aparta de mí hasta dejar su rostro frente al mío-. Lamento haber desaparecido y ser reemplazado por un monstruo todo este tiempo, Ellie. Lamento haberme dado cuenta del maldito daño que te hice tan tarde. De verdad lo lamento.

La cabeza me da vueltas, tantas que siento que voy a marearme y caer desmayada sobre el pavimento.

Miro a mi padre. Tiene los ojos inundados en lágrimas tal como el día en que enterraron a mi madre y sentimos que la habíamos perdido de verdad. Sé que está dolido realmente, sé que ha llorado con sinceridad.

Sé que este hombre frente a mí es mi querido padre y no el monstruo en el que se convirtió tras la muerte de mi madre.

Me siento tan sorprendida que apenas tengo tiempo para preguntarme cómo es que ha sucedido; cómo es que he recuperado a mi padre después de todo lo que sufrí al perderlo. Pero entonces lo veo sacar de su bolsillo un papel desgastado y arrugado, y cuando lo extiende, soy yo quien empieza a llorar sin poder detenerme.

Maltratada por un profesorWhere stories live. Discover now