CAPÍTULO 30

917 151 66
                                    

Culpas

El profesor de literatura miró con molestia a la misma chica con la que acababa de discutir hace cinco minutos.

—Dije que hay que escribir sobre alguien. ¿Amas a alguien? Plantéalo. ¿Odias a alguien? Plantéalo. ¿Sientes curiosidad sobre alguien? Plantéalo. Solo les estoy pidiendo que me escriban sobre alguien, nada más. Debilidades y fortalezas, curiosidades, opiniones...

Golpearon la puerta.

Miré a Liam, él estaba haciendo dibujos de rayos y fuegos en su pantalla, pareció sentir mi vista y me la devolvió elevando ambas cejas, esperando a que hable.

Levanté los hombros hacia él, ante eso simplemente me sonrió.

Un carraspeo del profesor nos devolvió a la clase.

—Las clases de hoy terminan por aquí—informó.

—Pero no llevamos ni...

—Yo solo les digo lo que me comunicaron— cortó el profesor—. Pueden irse.

Bloqueé mi tableta y me levanté en sintonía con Liam.

—Es porque se suicidó Melanie— murmuró una chica.

Contemplé a mi compañero de apartamento, esperando haber sido la única que había oído eso, pero no fue así. Liam me miraba con cautela, pero se le veía algo alarmado.

Guardé mis cosas en la mochila y a pasos largos salí del la edificación, con el castaño siguiéndome el paso, pero sin detenerme.

Yo ya tenía ganas de llorar otra vez; deseaba que el rumor que acababa de oír quedara en eso, en un rumor.

El viento estaba bastante fuerte para esa época del año y sentía que me estaba haciendo la contraria para llegar a la oficina, me estaba demorando lo suficiente como para intensificar mi ansiedad y, entonces, Liam me sostuvo de la mano y decidí correr, él me siguió al instante.

Al llegar a la oficina la puerta estaba abierta y los gritos de la pelinegra se habían oído hacía ya metros de distancia, lo que nos había confirmado todo.

Ella no formulaba nada coherente, era obvio que no era un reclamo a alguno de sus compañeros, solo gritaba, sacando algo de adentro.

¿También había sido mi culpa?

Mi interacción con Melanie hace dos días se estaba repitiendo en bucle en mi mente cuanto más me acercaba, era una forma de tortura en la que me decía a mi misma "pudiste haberle devuelto la sonrisa", pero ya parecía ser tarde, como siempre.

Al cruzar la puerta contemplamos a la pelinegra con sus ojos llenos de lágrimas y arrancando todas las fotos e hilos de la pared, todas las teorías. Sus trabajadores solo la miraban con los ojos llorosos y con lástima, sin interponerse entre ella y su misión de destrozar todo.

Emily silenció sus gritos.

—Ella me salvó y yo nunca le devolví el favor— murmuró antes de apoyar su frente a la pared y continuar llorando.

Inevitablemente me uní a las lágrimas, ¿a quién le podría gustar ver a alguien así de destrozado?

Me sabía su historia de amor de inicio a final, Emily solía contarla orgullosa, enamorada:

Emily era huérfana, había vivido en su orfanato sin esperanzas durante más de doce años y, un día, conoció a una castaña de clase alta que solía jugar en la plaza.

Emily y Melanie comenzaron a verse seguido, ella decía que parecía ser a diario y que, antes de dormir, Melanie era su último pensamiento y, al despertarse, era el primero.

MelifluaWhere stories live. Discover now