CAPÍTULO 21

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Nada dura para siempre vol. 4

No tenía idea de cuantas horas habíamos pasado allí, pero no se asimilaba a una tortura en lo absoluto. Todo se sentía más sencillo mientras Liam me acariciaba el cabello y me hablaba de lo complejo que era el término infinito, aunque hasta sonara irónico.

El cielo tronaba cada tanto, pero no lo creímos importante hasta que las gotas comenzaron a golpear mi rostro.

Me reincorporé rápidamente y observé a Liam; ya no tenía miedo porque nos habíamos alejado bastante del borde en ese rato. El castaño simplemente me contempló, restándole importancia.

—¿Volvemos?— murmuré hacia él.

—¿A la fiesta o al apartamento?

Quité mi pierna de la suya y me paré.

—Yo no quiero seguir en la fiesta— contesté.

—Yo menos.

Se levantó y, sin más, avanzó por el camino de regreso. Corrí tras él.

Volvimos a bajar las mismas escaleras silenciosamente y, al llegar a la fiesta, descubrimos que todo era un caos. Habían chicos con corbatas atadas en sus cabezas y una lata de cerveza en la mano. ¿Nadie pensaba controlar eso? Algunos tenían al rededor de 15 años.

Liam ignoró la situación, tomó mi mano y nos llevó a un lado de la pared, para no llamar la atención.

Antes de atravesar la puerta volví a contemplar el gentío. Parecían ajenos a todo lo que ocurría y la tormenta que se acercaba. Me daba miedo dejar a los adolescentes solos y ebrios en aquel lugar, pero seguí a Liam.

El castaño nos llevó en su auto hasta el internado y, cuanto más nos acercábamos, más aumentaba la tormenta. Daba miedo.

Me daba miedo.

Rápidamente llegamos al apartamento en silencio, porque estábamos bien, estábamos tranquilos, relajados. Nos despedimos con una sonrisa y cada uno se fue a dormir a su respectiva habitación; lo normal.

Cuando me instalé en mi cama me dormí en cuestión de segundos. No había pensado en los truenos que habían afuera y el caos que todavía habría en la fiesta, simplemente dormí, sin despertarme en toda la noche.

Desperté a las tres de la tarde; exactamente quince horas después de haber llegado al apartamento y me sentía algo... desorientada.

Tras oír el viento retumbar en mi ventana me levanté repentinamente, ¿la tormenta seguía?

Ingresé al closet, me puse mis medias de lana y salí directo a la sala, allí no habían ventanas como para espantarme por el sonido.

Liam me contemplaba desde el sofá, con la televisión encendida en algún canal de música y colocándole dulce de leche a un pan.

—Buen día— murmuré hacia él, quitándome una lagaña.

—Buenas tardes— corrigió regresando la vista al televisor.

Avancé a un lado del sillón y abrí la heladera. No sabía ni qué comer, pero mi cuerpo exigía algo.

Contemplé el interior. Ann había mandando a que nos la llenaran y no tenía idea de qué escoger.

Miré a Liam, me devolvió la mirada.

—¿Te enteraste de lo que pasó ayer?— indagó el castaño.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

—¿Qué? ¿Qué pasó?

—Hubo un apagón.

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