Capítulo 5.

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Tuve suerte al conseguir un lugar para dormir. Salvo que Ginger se pasó toda la noche hablando por teléfono, dejándome encogida en su cama y con los ojos bien abiertos. Era su habitación; su teléfono; y el que estaba al otro lado de la línea era Byron.

Di unas cuantas vueltas, quedándome enredada en las suaves sabanas. Ella se levantó, dirigiéndose a la ventana con una enorme sonrisa.

No podía quitarme de la cabeza la imagen de Ethan y Effie besándose. Era una estupidez, y más cuando ni siquiera los vi tan juntos como mi cerebro intentaba proyectar. Él podría haberme dicho algo, pero prefirió callárselo y mantenerlo en secreto.

Las horas pasaban, y estaba segura que ni el mejor maquillaje del mundo ocultaría las bolsas que se formaban debajo de mis ojos de lo cansada que estaba. La luz del día se filtró por la ventada, y un pequeño golpe en la cabeza me invitó a levántarme de la cama ajena que ocupé.

— ¡Levanta! —canturreó como una cotorra. —Tenemos planes.

Miré el reloj digital del teléfono móvil.

Había estado hablando con Byron unas cuatro horas aproximadamente.

—Son las ocho y media de la mañana —bostecé. —Quiero dormir un rato antes de volver a casa. Me espera una mañana terrible e inquieta.

—Sí —aguantó las ganas de reír. —Tus padres y la fábrica de bebés. Toda la noche ahí dándole al tema...

— ¡Cállate! — ¿Qué clase de persona estaba interesada en la vida sexual de sus padres? ¡Nadie! Me alegraba saber que de alguna forma habían vuelto...pero lo demás sobraba. —No podré mirarlos a los ojos al menos en doscientos años.

Volvió a golpearme con uno de los cojines que habían tirados en el suelo.

—De acuerdo. Dejamos el folleteo de tus padres a un lado, y nos ocupamos de vestirnos e ir a la cafetería —tiró bruscamente de mi brazo, dejándome tirada en el suelo. —No hagas ruido. No quiero que mi hermano se despierte. Supuestamente me toca bajar al perro a la calle —arrugó la nariz. —La sensación de recoger sus cositas con una bolsa me da asco.

— ¡Es tu perro!

—Es de los dos —corrigió entre risas.

Cerca de la casa de Ginger había una pequeña cafetería que servía un delicioso desayuno. Me senté en una de las mesas, esperando a que mi amiga se decidiera a entrar. Ella siguió en la puerta, con los brazos cruzados buscando desesperadamente a Byron.

Deslicé las páginas del menú, buscando algo rico que llevarme a la boca. Me decanté por una ensaimada con crema (algo típico de Mallorca).

— ¿Qué va a querer? —Preguntó el camarero.

—Un capuchino, y...—miré al chico. — ¿Daniel?

Daniel el stripper. El chico que supuestamente no era gay.

Era muy guapo; cejas bien depiladas; sonrisa preciosa por sus carnosos y rosados labios; mejillas acaloradas por el tono de su piel tan blanca; y enormes ojos grisáceos que destacaban por sus largas pestañas.

—Freya —se acomodó en el asiento de enfrente. — ¿Qué haces tú aquí?

¡Mec! Pregunta incorrecta.

Moví el dedo de un lado a otro.

—Mejor dicho: ¿Qué haces tú aquí? Pensaba que era una cafetería familiar —dejé escapar un "¡oh!" exagerado. —Por favor, dime que no te vas a quitar la ropa mientras que desayuno. Quiero comer tranquila. ¡La hoja de reclamaciones!

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora