Capítulo 4.

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 —    ¡Cariño, ya estoy aquí! He bajado un momento a por el periódico.

La voz de mi padre alertó a Ethan, ya que el chico giró sobre su cuerpo desnudo por el suelo, y con un tirón rápido me quitó la toalla que tenía entre mis dedos. Cuando pasaron unos segundos me di cuenta lo estúpida que fui, la culpable de que no llevara nada, era yo.

Se levantó del suelo con la misma sonrisa que se presentó, y avanzó tranquilamente como si aquel fuera su apartamento. Mi padre cada vez estaba más cerca, sus pasos eran fuertes y continuos. Seguí tumbada en el suelo, el shock me dejó ida.

—    Vaya, veo que vosotros dos ya os habéis conocido —dijo con tranquilidad.

Otro padre normal hubiera golpeado al intruso que asustó a su pequeña, y el mío, el mío era así de simpático, amable y cariñoso. Le estrechó la mano a Ethan, y con un movimiento de cabeza lo invitó a que nos acompañara en el desayuno.

Pero él rechazó la invitación.

—    Gracias, señor Harrison, pero no quiero molestar —me miró por encima de su hombro.

Y yo era la única que estaba deseando ver como desaparecía de nuestro comedor.

—    No molestas, Ethan —le dio unas palmadas en la espalda. Al parecer yo era la única demente que lo veía desnudo, ¡porque estaba desnudo! —Vamos, cariño, levántate del suelo —y volvió a mirar al vecino. —Estas adolescentes, que hacen unas cosas más raras.

Entre risas se sentaron alrededor de la barra americana.

Lentamente quedé de pie con el ceño fruncido. No era posible, mi padre admiraba  a aquel extraño chico, y a mí me ignoró por completo. Con los brazos cruzados quedé detrás de él, queriendo su atención.

—    Así que tú eres Freya —volvió a sonreír—, tu padre me ha hablado de ti.

—    ¿En serio?

Le saqué la lengua en un descuido, burlándome de él.

—    Sí. Conocí a Ethan hace un par de semanas, me ayudó bastante con la mudanza.

—    Ha sido un placer, señor.

—    No me llames señor, —cada vez lo veía más como a un hijo— llámame John.

Ambos me miraron a mí.

—    No me lo puedo creer —estaba alucinando.

Sacudí la cabeza temiendo a que se tratara de un sueño, quería despertar.

—    Este chico estaba desnudo en nuestro apartamento... ¿Y tú lo invitas a desayunar?

Intenté quitarle mi taza favorita, pero sus labios carnosos y sensuales la tocaron.

Me golpeé yo misma por pensar que era sexy.

—    Tú me has quitado la toalla —se defendió. —Además, ha sido tu padre que me ha invitado a que me dé un baño, ya que en mi apartamento están de reformas.

—    Cierto —lo apoyó el otro. — ¿A qué te dedicas, Ethan?

—    Sí, Ethan —contrataqué—. ¿De qué trabajas?

La curiosidad me mataba.

Él terminó por ponerse nervioso.

—    Lo digo porque veo que te gusta mostrar demasiado tu cu...—callé cuando mi padre me lanzó una mirada que me asustó.

—    Soy estudiante. Estoy en segundo año de carrera en ciencias de la actividad física y el deporte —seguía devorando mi desayuno. —Y por las tardes, trabajo en una cafetería.

Estaba segura que mentía.

—    Yo también he sido joven, te entiendo.

—    ¿Sabes una cosa, pequeña? —gruñí cuando me llamó pequeña. —Cuando tenía cinco años tenía un perro llamado Freya —soltó entre risas—, tienes un nombre precioso.

Mi padre lo acompañó con más carcajadas.

—    La verdad es que ese nombre lo eligió su madre, por la diosa Freya —me defendió un poco—, pero es cierto que he oído que hay animales que se llaman así...

—    ¡Papá! —grité.

—    Lo siento, hija.

Se levantó de la mesa en busca del periódico que compró, dejándonos a los dos a solas. Su mirada llegaba a ponerme nerviosa, pero lo estúpido que era me daba fuerzas para enfrentarlo.

—    ¿Te crees divertido?

—    ¿Tú te crees inteligente? —contratacó.

—    Más que tú.

Me di por vencedora.

Ethan se levantó de la mesa, y ante el despiste de mi padre se quitó la toalla para tirarla sobre mi cabello. Aguanté las ganas de gritar una vez más, y malhumorada me moví por el taburete hasta quedar delante de la puerta. Allí estaba él, otra vez desnudo.

—    ¿Quieres saber de qué trabajo?

No me interesaba su vida... ¿no?

—    No quiero saber n...

—    A las nueve, en Poom's—me guiñó un ojo—. Te estaré esperando, enana.

—    ¡Imbécil!

—    Hasta luego, pequeña.

Y con aquella risa tan peculiar, salió de mi apartamento mostrando su fuerte cuerpo.

Lo peor de todo es que estaba convencida que terminaría asistiendo al lugar con mi mejor amiga.

No eres esa clase de chico, Ethan...tú no escondes nada.

¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora