Capítulo 5

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Capítulo 5



Ana abrió los ojos a un día soleado. El cielo estaba totalmente azul, limpio de nubes, y el océano muy tranquilo, sin apenas oleaje.

Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Armin, que dormía a su lado plácidamente con una tierna expresión de paz en el rostro. Cerró la puerta que daba a la terraza para evitar que pudiese molestarle la brisa matinal y se preparó para salir, dispuesta a cumplir con su clase diaria de ejercicio. Se dio una ducha rápida de agua caliente, se vistió con ropas cómodas y bajó a la cocina, lugar en el que ya le tenían preparado el desayuno en una bandeja. A continuación, apremiando el paso tras echar un rápido vistazo a su crono, salió a la playa en busca de sus compañeros.

Pero no había nadie.

Volvió a consultar la hora al no ver rastro alguno de ellos. Paseando por la arena había una pareja de ancianos cogida de la mano cuya expresión alegre evidenciaba que estaban disfrutando de la jornada. También había un grupo de cuatro dalianos ejercitándose frente al agua, en la orilla. Ana les conocía de vista; cada mañana coincidían.

Se adentró en la arena en busca de Tiamat y de Elim. Le costaba creer que no estuviesen allí. Deambuló con paso firme hasta alcanzar la orilla y se detuvo a escasos metros del agua. Un grupo de tres dalianas con Yeina Marsson a la cabeza pasaron por detrás suyo, haciendo jogging.

—Eh, Yeina —exclamó. Havelock se la había presentado hacía unos meses—. ¿Has visto a mis compañeros por aquí?

La mujer negó con la cabeza a modo de respuesta, sin detenerse. Ella tampoco sabía nada. Ana la observó alejarse rápidamente junto a las suyas, a muy buen ritmo, y volvió a mirar el agua. Aquella mañana el océano estaba especialmente cristalino.

Se preguntó dónde se habrían metido.

—Están durmiendo —exclamó de repente una voz tras ella.

Ana volvió la vista atrás, sobresaltada. Tras ella, a una cierta distancia, se encontraba Veryn Dewinter, sentado plácidamente en la arena. Lucía las ropas del día anterior, uniforme negro y botas altas, pero se había desprendido de la guerrera. Ahora, en su lugar, llevaba una sencilla camisa azul que resaltaba sus ojos.

Aquellos dos años le habían sentado bien. Veryn era ya un hombre de casi treinta y cinco años, alto y de cuerpo fibrado al que la vida de sacrificio le estaba endureciendo poco a poco. Estaba bastante pálido después de los meses de encierro, pero incluso así parecía estar en plena forma. Su expresión era la de un hombre seguro de sí mismo al que parecía que ya nada ni nadie podía llegar a sorprender. Llevaba el pelo algo más corto que años tras, rapado por los laterales y ligeramente largo en la parte superior, peinado hacia la izquierda, y un poco más oscuro. Por lo demás, el "Conde" tenía el mismo aspecto que de costumbre: resuelto y decidido.

Veryn palmeó la arena a su lado, invitándola a que tomase asiento. Después de tanto tiempo encerrado en la "Misericorde", poder disfrutar de los rayos de luz sobre la piel era todo un regalo.

Ana aceptó la invitación.

—Se han acostado hace poco menos de una hora, querida: dales un descanso.

—¿Por qué tan tarde? ¿Seguisteis la fiesta sin mí?

—Ya que tú no nos invitaste a la tuya... —Veryn le guiñó el ojo con picardía—. Así que sí, nos quedamos un rato más. Digamos que teníamos bastante de qué discutir con el anfitrión. El tal Daniel Havelock...

Dama de Verano - 3era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora