Capítulo 20

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Capítulo 20



Ana logró ocultarse tras el muro décimas de segundo antes de que la ventana explotara. Los cristales pasaron muy cerca de su cara, a apenas unos centímetros, y recorrieron toda la estancia hasta estamparse con la pared contigua. Ana los vio volar, estupefacta, y no se movió de donde se encontraba hasta que, transcurridos unos segundos, empezó a escuchar disparos procedentes de los pisos inferiores.

El corazón empezó a latirle desbocado.

Asustada, Ana se agachó y se asomó fugazmente por la ventana, tratando de descubrir qué estaba pasando. El jardín había vuelto a sumirse en la oscuridad, pero muy de vez en cuando relucían débiles relampagueos que bañaban de una fría luz la entrada, lugar en el que, ocultas entre los árboles, varias figuras disparaban hacia la entrada del palacete.

Disparaban...

Ana permaneció unos segundos quieta, paralizada. Le costaba entender lo que estaba sucediendo. Alguien les estaba atacando, era evidente, pero le costaba creer que aquello estuviese sucediendo. ¿Sería posible que, de una vez por todas, el Capitán hubiese decidido dar la cara?

Mientras decidía si la muerte de Raily era la culpable o no de aquel ataque, Ana abrió el cajón de la mesilla de noche donde guardaba su pistola y la extrajo con rapidez. A continuación, algo más serena, volvió a asomarse a la ventana.

Todo volvía a estar en silencio...

Una nueva explosión de luz seguida por un estremecedor estallido de fuego hizo temblar el suelo de la estancia. Ana perdió pie, sorprendida ante la repentina sacudida, y cayó al suelo de rodillas.

Acto seguido, los globos lumínicos se desactivaron, sumiendo así en la oscuridad total toda la estancia.

Se reanudaron los disparos.

—¿Pero qué demonios...?

Ana se incorporó y salió de la celda con paso rápido. La oscuridad se había apoderado también del pasadizo, provocando así que tan solo se viesen sombras en la penumbra. Al parecer, debía haber algún fallo generalizado en los generadores. Ana extendió los brazos, tratando de traer a su memoria la imagen exacta de aquella parte del palacete, y empezó a avanzar.

Procedente de los pisos inferiores empezaron a oírse disparos y gritos.

Ana empezó a avanzar hacia las escaleras con paso rápido. Recorrió varios metros y, a punto de girar el recodo, una de las puertas colindantes se abrió pocos segundos antes de que ella la alcanzase. La joven se detuvo de repente, alzó el arma y aguardó con el corazón martilleándole las sienes a que su ocupante, la daliana Rei Laporte, surgiese de su interior vestida con ropa de cama pero un arma humeante entre manos.

Tenía el rostro empapado de sangre.

Rei salió de la estancia con rapidez y cerró la puerta tras de sí. Procedente del interior de la sala se escucharon varios disparos que rápidamente dibujaron tres orificios en la puerta, unos centímetros por encima de su cabeza. La mujer se dejó caer ágilmente hasta el suelo, ordenó a Ana con un simple gesto que se apartase, y se situó junto al marco de la puerta. A continuación, con una rapidez inusual, abrió la puerta, descerrajó cuatro disparos y volvió a cerrar.

Se escuchó el ruido de un cuerpo al caer dentro de la estancia.

La daliana se puso en pie de un ágil salto.

—¿¡Qué demonios está pasando!? —gritó Ana por encima del griterío de los pisos inferiores—. ¿¡Qué había ahí dentro!?

—No son humanos —respondió ella con sencillez—, al menos ya no.

Dama de Verano - 3era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora