Capítulo 1: Un amargo pasado

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La primera crisis que tuve fue a la tierna edad de 10 años, recuerdo aquella voz en mi cabeza que me decía cosas que no lograba comprender. Recuerdo claramente el miedo que sentí en ese momento y que no sabía cómo decirle a mi familia que oía un voz desconocida e incomprensible en mi cabeza. No recuerdo mucho más después de eso, solo que pasaron las semanas y la voz cada vez era más molesta así que decidí hacer algo al respecto y se lo conté a mi familia. Se lo dije a mi madre hecho un manojo de nervios, y ella preocupada me llevó al hospital.

En el hospital me ingresaron y pasé allí un mes aproximadamente. Tras muchas pruebas y visitas de doctores finalmente me dijeron que era lo que tenía y porque escuchaba esas voces en mi cabeza. Todos los resultados indicaban que yo padecía una enfermedad mental e incurable conocida como esquizofrenia. Por si esto no fuera poco, la crisis que tuve hizo que empeorar mi diagnóstico, pues la edad era demasiado temprana. Recuerdo que cuando me dijeron todo esto mi familia y yo nos quedamos en shock y las cosas cambiaron de una forma radical para mí.

Cuando salí del hospital y volví a casa noté que mis dos hermanos mayores me evitaban y nunca los veía, mi hermana pequeña tampoco quería pasar tiempo conmigo y cuando estábamos juntos podía ver claramente su rechazo hacia mí. Mi padre trabajaba más que antes y nunca estaba en casa. Mi madre no soportaba la situación y murió tres meses después de que me dieran el alta en el hospital. La causa de la muerte fue el suicidio, dejó una nota de despedida diciendo sus razones, pero mi padre nunca me dejó leerla. Yo con la medicación era estable y no oía las voces, pero tras la muerte de mi madre sentía que no podía seguir adelante y caí en una profunda depresión. Dejé la medicación y las voces volvieron. Ya no iba a la escuela y no hacía nada, de forma que solo empeoraban las cosas para mí. Un día finalmente no soportaba más a esa voz que me decía cosas que no comprendía y fui al hospital. Pasé tres meses en el hospital, durante ese tiempo me ayudaron bastante y logré aceptar la pérdida de no solo mi madre, sino de toda mi familia.

Seis meses después de que fuera al hospital tras mi primera crisis llegó septiembre. Yo ya estaba estable y controlado y había aceptado mis pérdidas familiares y mi nueva situación. Desde que me diagnosticaron y mi madre murió, el resto de la familia me evitaba, creían que era culpable de todo lo que había ocurrido. Mi padre finalmente me dijo lo que pensaban, y sin más explicación me dijo que me iba a un internado. Repetía curso, lejos de casa, de mi ciudad y por si fuera poco estaba enfermo.

El internado al que me mandó mi padre tenía desde primaria hasta la preparación para la universidad y en él pasé los siguientes 10 años, aislado, solo y sin amigos ni familia. Volvía a casa para vacaciones, pero todos me evitaban. Todo lo vivido hizo que me aislara y que rechazara a todo el que se acercara a mí. No quería que las personas me juzgaran por mi enfermedad o pasado, de forma que me mantenía solo. Siempre solo para proteger a mi débil corazón.

Cuando cumplí los 18 años no volví más a casa y en su lugar comencé a ir a clases de lucha en la ciudad donde estaba el internado y comencé a trabajar en una cafetería, pues, aunque mi padre me seguía enviando dinero no quería nada que procediera de él. Todavía recuerdo claramente cómo fue su última visita.

Fue el verano en el que cumplí los 18 años. Fue el primero en el que no fui a casa si no que me quedé en la ciudad del internado trabajando y asistiendo a clases de lucha. Cuando ya el verano estaba casi por acabar devolví el dinero que mi padre me enviaba junto con un mensaje de adiós. Así ponía fin a nuestra relación que hasta ese momento y desde que apareció mi enfermedad se limitaba solo a papeles. Aproximadamente una semana después de devolverle el dinero mi padre se presentó en el lugar en el que vivía. Aquella fue la primera vez en mucho tiempo que lo vi, y la verdad es que no sentí nada nuevo. Para mi aquello había acabado en aquel momento cuando mi madre murió. Lo encontré sentado en la mesa de la cocina de mi casa cuando volvía del trabajo. En las manos tenía aquella carta en papel rosa que había dejado mi madre como despedida. Podía ver como mi padre estaba triste y enfadado y antes de que dijera nada comenzó a pegarme. Yo no hice nada. No me defendí. Solo dejé que me diera la brutal paliza e hiciera lo que quisiera. En cierto punto perdí el conocimiento, pero pude escuchar un "hasta nunca". Cierto tiempo después recuperé la consciencia, me dolía todo y apenas si podía moverme. No me encontraba bien y fui al hospital. El diagnóstico final fue varias costillas rotas y moratones y contusiones por todo el cuerpo. Nunca le dije a nadie que fue lo que paso y nunca diré nada. Esa fue la última vez que vi a mi padre y probablemente la última vez que lo vería en mi vida. Cuando volví a mi casa vi que sobre la encimera de la cocina estaba aquella carta rosa que dejó mi madre tantos años atrás. La cogí con brazos temblorosos y me senté en el suelo de la cocina. Tomé una respiración profunda y con el corazón encogido comencé a leer aquella carta que nunca se me había dejado leer hasta ese momento:

Para mi familia: siento mucho lo que estoy a punto de hacer, pero no soporto seguir en esta situación. Sois fuertes y saldréis adelante, pero yo no puedo. Tal vez me voy, pero algún día nos volveremos a ver. Pase lo que pase siempre os estaré cuidando. Lo cierto es que no me quiero ir, pero no soporto ver como la nueva condición de David nos ha separado tanto.

David mi niño precioso, no te culpes de nada, no es tu culpa. Eres fuerte y saldrás adelante, no dejes que tu padre y hermanos te intimiden. Hay algo que debo decirte además de todo esto, pues sé que ni tu padre ni hermanos lo harán. Te lo digo yo: no eres nuestro hijo biológico, pero no importa sigues siendo mi hijo a pesar todo. Supongo que querrás saber tu historia. No puedo ayudarte mucho, solo puedo decirte que te recogimos cuando tenías 6 años. Estabas solo y herido y apareciste frente a mí. Te rodeaba una extraña burbuja detrás de la que se podía ver un extraño paisaje de guerra. Al rato desapareció y te llevé al hospital. Así llegaste a nosotros y durante todo este tiempo has sido una bendición. Espero que si quieres saber la verdad algún día te ayude en algo.

Os quiere mamá.

Tras leer la carta estaba llorando como nunca antes lo había hecho. No tenía interés en saber de dónde procedía. Ya había perdido a mi familia una vez y con eso bastaba.

De esa forma acabé el instituto y comencé la universidad. Había decidido estudiar Medicina, aunque la verdad es que no conocía muy bien la razón. Como estaba siempre solo en la facultad y no hablaba con nadie pronto se extendió el rumor que me había perseguido siempre: está loco, mejor dejadlo solo. Todo el mundo pensaba que yo era un rarito antisocial.

Desde entonces han pasado tres años en los que aprendí mucho sobre enfermedades, primeros auxilios, la soledad y muchas otras cosas. Ahora tengo 22 años y las voces han vuelto nuevamente. No importa las veces que vaya al médico ni lo que hagamos eventualmente esa voz vuelve con fuerza, aunque sea durante un instante siempre lo hace. Yo lo único que hago es aguantar con lo que tengo y seguir adelante de la mejor forma que tengo. Pero, aunque había vuelto antes ocasionalmente se iba para volver nuevamente, esta vez era diferente. La voz era más fuerte que nunca antes.

Los secretos que ocultoWhere stories live. Discover now