N° 21 Núñez, Aurelio

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Día 1 desde la muerte de Andrea.

Querido diario, hoy Verona y Andy me ayudaron a limpiar todos los rastros de sangre que se encontraban en la habitación. La ropa empapada de sangre la incineramos en lo más profundo del bosque. Para no perdernos, dejamos rastros de pan para volver al hotel.

No he comido nada en todo el día.

No he podido dormir. Tengo pesadillas, sueño que mato a todos mis compañeros de clase, incluyendo a Andy. Pero Andy siempre era el último en morir.

Día 2 desde la muerte de Andrea.

No he salido de la habitación. Verona insiste en que coma pero no tengo hambre. Me trae platos de comida, pero cuando no observa lo boto en la basura del baño y le doy el plato vacío.

Sigo teniendo pesadillas, pero esta noche Kristen me dijo que hice bien en matarla. Cada día me siento más como ella, lo cual es un error. Esta noche he pensado que la adolescencia no tiene sentido, es solo una pequeña perdida de inocencia.

Día 3 desde la muerte de Andrea.

Verona trajo a Andy a la habitación. Se marchó dejándonos solos para poder conversar.

Andy se sentó en la colchoneta donde se encontraba Rosallie. Ella reclinaba su espalda en la cabecera de la cama observando el espejo de la peinadora. Llevaba dos horas y media observando su reflejo con la esperanza de que ocurriera algo más, quizás que Kristen apareciera. Los sueños comenzaban a torturarla. Las cobijas cubrían su cuerpo por completo a excepción de su cabeza.

Andy podía distinguir como Rosallie estaba deteriorada. Se encontraba famélica y sus ojos eran enormes, debajo de ellos reposaban bolsas con las sombras purpuras. Alrededor de sus pupilas se notaban las lineas rojas revelando lo cansada que estaba al igual que sus labios secos.

—Hola, Rosallie —habló Andy con una sonrisa torcida. Rosallie se mantenía inmóvil. No movió ni un músculo—. Rosallie, no has salido de este lugar por tres días.

—Lo dices como si fuera algo malo —habló ella con un hilo de voz.

Andy, en su interior, se sentía aliviado de escuchar su voz.

—Lo es —Andy colocó una mano encima de la rodilla de Rosallie. Un tiempo atrás ella se habría sonrojado—. ¿Haz comido algo?

—Verona me trae comida —manifestó Rosallie sin apartar su mirada del espejo.

—No has respondido a mi pregunta.

Rosallie respiró hondo pero no dijo nada. Andy bajó la mirada y comenzó a rebuscar algo en su bolso. Era un paquete de galletas. Lo abrió mientras observaba a Rosallie de reojo, por alguna razón tenía miedo de perderla de vista. Extrajo una galleta y se la tendió a Rosallie, sin embargo, ella sólo vio la galleta con repulsión. Andy suspiró y se acercó más a ella.

—Abre la boca —Ordenó Andy con dureza en la mirada.

—No, gracias —Rosallie tragó saliva y vio a Andy a los ojos—, acabo de comer.

—No me mientas —él alzó ambas cejas—, abre.

A Rosallie se le tensó un musculo de la comisura de la boca y lentamente abrió su boca. Frunció el ceño, le era inevitable, no podía evitar comer sin pensar en que había cometido en uno de los peores crimines. Andy acercó la galleta a su boca y la introdujo. Una vez que Rosallie la sentían cima de su lengua, cerró cu boca y comenzó a masticar con lentitud.

—Traga —decretó Andy.

Rosallie obedeció. Tan pronto lo logro sentía un nudo en su garganta que impedía que su galleta cayera en su estomago. No era el dolor en sí lo que la hizo sollozar sino el sentirse débil y frágil. Todo lo que su madre le había enseñado a no hacer. Sentía que perdía los estribos, su cabeza. No sabía lo que era real a este punto. No quería acabar como Andrea asesinando a cualquiera o como Emily, suicidándose.

La Clase 09 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora